flickr estibaliz...espinosa (obra modificada)
El laberinto evoca la idea de un recorrido y de camino hacia un centro (“escondido”).
El recorrido del laberinto o “las pruebas del laberinto” es un símbolo del proceso iniciático de conocimiento –gnosis-.
Según diversas expresiones, que se corresponden con distintas formas tradicionales, a ese camino hacia el centro se lo ha llamado, también, la búsqueda de la “palabra perdida” o del santo Graal.
El Centro como símbolo de la esencia, de la luz y del Sí mismo, indica un estado o nivel de realidad en donde toda dualidad o apariencia de dualidad se resuelve en una unidad de orden mayor.
Lo “escondido” no es algo oculto en sentido estricto; más bien, la idea consiste en un proceso de “búsqueda” de una realidad sutil y espiritual que nos determina como seres humanos (creados, formados y hechos a imagen y semejanza de la divinidad) y que hemos olvidado.
El proceso de conocimiento, pues, es un recuerdo de lo que en principio éramos: es, un acto de descubrimiento, de desvelamiento de la realidad verdadera y esencial que se oculta bajo distintos ropajes ilusorios o transitorios, pues, en verdad, la ilusión es la máxima expresión del devenir.
El hilo de Ariadna (“La Señora del Laberinto”, “la más pura”) que sigue Teseo es la expresión simbólica de aquello que guía al buscador en su propio proceso o camino de conocimiento.
De la periferia, “lo que siempre deviene y nunca es”, al centro, “lo que siempre es y nunca deviene”.
El laberinto, pues, muestra un camino que no es necesariamente llano ni fácil.
En La Divina Comedia se narran esas dificultades, se muestra el necesario “descenso a los infiernos” (el VITRIOLUM alquímico) que todo iniciado debe emprender con el fin de ir conociendo y superando todo su extensa realidad como ser individual, con todos sus grados o niveles.
Esta “superación” no es, sin embargo, una negación de alguna parte que pueda considerarse como “despreciable”; más bien, la idea, como decía Tomás de Aquino, es aprender a situar todas las cosas en el justo lugar que deben ocupar.
No se trata, como muchas veces se dice, de negar las pasiones, las emociones, los sentimientos o, en general, las “debilidades” o “imperfecciones” que todos descubrimos –quizás con demasiado rigor- en nosotros mismos, sino otorgarles la importancia que tienen según una jerarquía que se desprende de la jerarquía misma de las ideas, ejemplarmente explicitada por la Metafísica, la Ciencia Sagrada o la Tradición que, en este contexto viene a ser una misma cosa.
En el laberinto, por tanto, no se busca la salida que nos devuelva al exterior, sino la entrada… sólo que esa entrada es su centro. Y ese centro es su “salida” (vertical). Así, se evoca tanto un recorrido horizontal, de la periferia al centro, como uno vertical, del centro a la sumidad. Para saber más...
Josep M. Gràcia es arquitecto y al igual que Carlos Sánchez Montaña es experto en simbología y arquitectura. En su web, arkho se pueden encontrar interesantes artículos sobre esta temática.
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