Llega la noche y nos enfundamos el pijama, nos sentamos recogiditas en nuestra esquina del sofá, lamparita encendida y enfocada a la labor de turno. Sean calcetines, cuellos o jerséis. ¿Y qué más? Con todo listo, le damos al play.
En nuestra imaginación aparece la idea de poder llevar la labor a todas partes, incluido el cine. Porque a veces, estando allí en la sala, quién de vosotras no ha pensado: ¡y yo aquí perdiendo dos horas de avanzar labor! Estoy segura de que todas habéis hecho que sí con la cabeza. Seguro. Las Gildas quisimos poner remedio a ese desespero. Por segunda vez, nos dirigimos al cinecon la propuesta de peli+labor y obtuvimos un sí entusiasta que nos dio la fuerza para volver a organizarnos.
Una veintena de tejedoras aparecieron con su mostacho tejido (para celebrar el Movembercon nuestro encuentro), imprescindible para entrar y tejer con nosotras. Algunas de ellas eran nuevas incorporaciones que se presentaron ilusionadas. Nosotras más de recibirlas. Y una vez acomodadas en la sala, recibimos a tres espectadores-no-tejedores avisados por la taquilla y aceptando la excéntrica sesión. ¿Imagináis ir al cine y encontrar que no os apagan la luz y que de repente toooooda la sala saca sus labores? Alucinados se quedaron.3, 2,1… ¡acción! Empieza el film y la luz no baja, se queda encendida. Se abren bolsas, empiezan a salir lanas, labores escogidas para la cita. Silencio absoluto, nadie habla. Atención a los diálogos con tan sólo el tintineo de las agujas de fondo. El suave tintineo y las caras de concentración, de contar puntos, de contar vueltas y atender al transcurso de la historia. Para la ocasión escogimos Truman, de la que os hablaré en las próximas historias de l’Atelier. Entre cuentas, agujas y silencios, hubo lloros también, sí. Como en casa si Obi también hubiera podido estar ahí. ¡No todo podía ser perfecto!
He aquí una inconformista. De toda la vida, vamos. ¿Por qué no se puede dejar la luz encendida en el cine? ¿Por qué no se puede ir con la labor? ¿Por qué una madre no puede ir con su bebé a la sala y amamantarlo si hace falta? Vivimos impuestos de convencionalismos, de reglas, de normas que creemos sagradas porque así "lo hemos visto siempre”. Pero las normas pueden romperse, se puede disfrutar, sorprender a la rutina, dejarse llevar… Y así las horas pasan más deprisa, como si volaran, y te invade una satisfacción tan grande que lo compensa todo. Seré inconformista hasta que muera, por los siglos de los siglos nunca dejaré de soñar y de cumplir sueños. ¿Me acompañáis?