Revista Insólito

Labordeta, in memoriam

Publicado el 21 septiembre 2010 por Monpalentina @FFroi
Labordeta, in memoriam
Cantautor(24 LP's), profesor de instituto (Teruel y Zaragoza), político y escritor (25 obras publicadas), periodista, articulista, analista político, conductor de programas de televisión (Un país en la mochila), hombre de izquierdas... ayer nos dejaba José Antonio Labordeta. Nacido en Zaragoza, el 10 de Marzo de 1935, su voz comprometida con la democracia nos llegaba con el álbum "Cantar y callar"(1975), no sólo como propuesta para el mundo sino también como himnos a su tierra:
«Polvo, niebla, viento y sol, donde hay agua una huerta. Al norte los Pirineos, esta tierra es Aragón».

Pregonero de las Fiestas del PilarUn pregón que se le resistía
De parte del señor alcalde de esta inmortal ciudad de Zaragoza, don Juan Alberto Belloch, se hace saber que hoy se inician las festividades en honor de nuestra Señora de la Virgen del Pilar. Paisanas y paisanos, forasteras y forasteros; extraterrestres en general: Estamos sobre un suelo con más de dos mil años de antigüedad por el que han vivido los íberos, —los famosos saldubienses de las cantas populares—, arrumbrados por los romanos que, cansados de las guerras del norte, se asentaron aquí y nos fundaron: nos llamaron la Caesaraugusta, ¡casi "ná"! Y con ellos tuvimos Cardo y Decúmena, Foro, Teatro y Puerto Fluvial, Murallas y Coso. Estábamos dispuestos a ser una de las ciudades más hermosas de la urbe romana; pero entre árabes, cristianos, franceses y constructores recientes nos fueron dejando en la más viva pelota: Unos nos dejaron la Aljafería, y la denominación de Albaida, la ciudad blanca; menos mal: los franceses, si nos descuidamos, en lugar de haber sido Waterloo la tumba de Napoleón, hubiera sido Zaragoza. Pero si quedaba algo de la gran urbe romana los constructores acabaron tan radicalmente con todos los restos históricos, que ni la mayoría de los palacios renacentistas soportaron la piqueta de la especulación: la vieja e histórica ciudad sucumbió bajo tanto derribo: Donde había un agujero, ¡una casa! Y así hasta que se pinchó la burbuja: ¡Pum! Pero nos queda el humor, el sentido del humor: El humor surrealista de ser puros monegrinos y hacer de la huerta nuestra mejor señal de identidad: Los tomaticos zaragozanos, los alberges de la ribera, las ciruelas y las lechugas y las borrajas. Todo a punto para ser felices. Bajamos a la ribera del Ebro pensando que es el Sena y, nostálgicos centroeuropeos, miramos el Huerva y el Gállego con la nostalgia de los canales que atraviesan aquellos países del norte. Cuando volvemos a la realidad nos decimos: A Zaragoza o al charco, porque menudas narices tiene tu padre como para que le quiten la boina. Y lo habían dejado en pelota viva los asaltadores en la ahora civilizada zona de Pinseque. Y así entre derribos y solares, llantos y alegría, imaginación y buen rollo, somos capaces de criticarnos a tope mientras soportamos este maravilloso clima que nos derrumba el sol, nos arrastra al cierzo y nos hace que una jota bien cantada, en la suavidad de una noche serena, nos ponga los pelos de punta y la nostalgia nos llene de ternura por esta ciudad romana, arábiga, judeocristiana que podía haber sido Roma pero que es Zaragoza: Somos igual que nuestra tierra suaves como la arcilla duros del roquedal. Hemos atravesado el tiempo dejando en los secanos nuestra lucha total. Vamos a hacer con el futuro un canto a la esperanza y poder encontrar tiempos cubiertos con las manos los rostros y los labios que sueñan libertad. Somos como esos viejos árboles. Señor alcalde: Ojico con el tranvía y vivan las fiestas del Pilar.
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