Hace unos meses escribí una entrada en la que me evocaba la figura humana y literaria del grandísimo y olvidado poeta Miguel Labordeta. Lo cerraba con un vídeo en el que su hermano José Antonio cantaba a su memoria ("Él quiso ser palabras en el río / y al amanecer caminos / de viejas esperanzas / que nadie encontró, / la mano entre las manos y se nos marchó / con un suave silencio que el viento rompió...", así se iniciaba el poema-canción). Sabía de su enfermedad pero, a la vez, guardaba esa extraña y absurda esperanza que a veces nos asiste ante lo inevitable de que acabaría sobreponiéndose y la vida ganaría la batalla a la muerte.
Anoche, al leer, en alguna página de Internet, la noticia de su muerte, sentí una punzada en el estómago. Y el dolor pacífico, resignado, de quien, de pronto, se da cuenta de que, con la desaparición física de de un ser humano concreto, se van momentos y experiencias que han conformado la vida, que han dado sentido a la existencia propia.
Mi primer conocimiento de Labordeta reside en un tiempo muy remoto, en los primeros años de la década de los setenta, gracias a una cinta de cassette que algún amigo me grabó, que E. y yo hicimos nuestra de inmediato y que se iniciaba con la hermosísima canción/homenaje a Aragón. Recuerdo cómo nos impresionó y conmovió su voz. Nosotros, acostumbrados a que la música de Aragón nos llegara a través de las jotas tradicionales, del folklorismo puro y duro, nos vimos envueltos en aquella voz de cuero tenso, en aquella claridad de cierzo y de cielos azulísimos, en aquel canto a los hombres y a las tierras de un Aragón que apenas conocíamos. Íbamos, un día de verano de 1973, o de 1974, en mi segundo coche, un R-7 afurgonetado, hacia un pueblo de La Mancha por carreteras secundarias y en el magnetófono del coche cantaba Labordeta. Era todavía la dictadura, pero aquella voz que hablaba de libertad, de pueblos abandonados, de hombres y mujeres que dejaban la tierra originaria para buscarse la vida en "tierras al este", que pronunciaba la palabra Moncayo como nadie después la pronunciaría, nos inyectaba impulsos liberadores, nos hacía cómplices en la defensa de un mundo, de un Aragón que vivía la desidia de los sucesivos gobiernos del franquismo. Y alimentaba nuestro antifranquismo, nos hacía mejores, con más capacidad para el sueño, para amarnos, para liberar tiempo a la noche y a la madrugada para construir la nueva realidad que apuntaba en sus canciones.
'En el valle de Hecho', Huesca. Manuel Rico 2005
Con Labordeta vuelven a mí lecturas, amigos y paisajes. Vuelve el aragonesismo de izquierdas que fermentó en el Teruel de los tiempos en que José Antonio fue profesor de instituto, vuelve el recuerdo de un comunista ejemplar llamado Vicente Cazcarra, retorna la memoria de otro enorme poeta, Emilio Gastón, o la revista Andalán, aquel proyecto lleno de sendas prometedoras en la que se hablaba del mejor Aragón, en la que se denunciaba el deterioro de sus pueblos y ciudades, la desertización de sus zonas rurales, se exigía la autonomía política en una España democrática, y en la que las causas de los más humildes y, en el polo opuesto, los grandes debates culturales, tenían su lugar. Detrás de ese mundo, que a mí llegaba en turbión, mezclado con mis lecturas de las leyendas de Bécquer y las evocaciones del Moncayo y del monasterio de Veruela, con mis viajes adolescentes a Santa María de Huerta atravesando tierras de "polvo, niebla, viento y sol... y donde hay agua una huerta" al lado de mi padre, estaba la palabra y la música de José Antonio Labordeta.
Después vinieron los conciertos, y los discos (de vinilo), y un maravilloso recital en la vieja plaza de toros de Vista Alegre, en los años iniciales de la transición, y el acceso a otros nombres de la música insumisa de Aragón, como La Bullonera o Joaquín Carbonell. Y la lectura de sus poemas un poco a destiempo y de forma discontinua, y la vuelta a Miguel, el hermano muerto mucho tiempo atrás, y la revista Turia, y nuevos amigos de los que fui haciendo acopio en viajes sucesivos: Ana María Navales (que también se nos fue irremediablemente), Manolo Vilas y María Ángeles Naval, José Luis Calvo, Carmen... Jornadas poéticas en la Universidad de Zaragoza, debates sobre televisión y ficción literaria en los cursos de verano de Jaca, reuniones para hablar de cuentos y de premios a un cuento, en Albarracín, descubrimiento del grupo informalista Trama en una exposición restrospectiva en Teruel, en 2002, lecturas de poemas en Huesca, veladas de felicidad en Barbastro, paseos por la Zaragoza nocturna y literaria, visitas a la librería Cálamo, lecturas tardías del suplemento cultural del Heraldo, la editorial Olifante y Ángel Guinda y Trinidad Marcellán, a medio camino de mis ensoñaciones sorianas, Buñuel, Ramón J. Sender.... Todo eso es para mí Aragón y todo eso forma parte inseparable del universo que, en mi particular mundo de obsesiones, representan la voz, la música y la imagen de José Antonio Labordeta.
Más recientemente, quizá hace uno o dos años, con motivo de una visita a Calaceite, ese hermoso pueblo de la comarca del Matarraña que acogió a José Donoso a principios de los 70, en el Teruel próximo a Cataluña, tuve la oportunidad de hablar con un representante del gobierno de Aragón sobre José Antonio y sobre Miguel. También lo hice con poetas jóvenes de aquella tierra. Se trataba de reeditar, en la colección Bartleby Poesía, Sumido 25, de Miguel, en la serie Lecturas 21. Recuerdo que lo hablé con Pepo Paz, que decidimos el poeta del siglo XXI que habría de escribir la lectura (o epílogo) y pensamos que sería hermoso que el libro lo presentara, en Madrid y en Aragón (a ser posible en sus tres capitales), José Antonio Labordeta, que, además, había dejado la política activa y parecía entregado a la literatura y mantenía a raya el cáncer. La edición no ha podido ser hasta ahora, pero confío en la tenacidad de Pepo y en la justeza del sueño (o del proyecto) aunque ya no pueda presentar el libro José Antonio. Diré más: hoy añadiría un nuevo elemento al proyecto. Nuestro cantautor era, también, un gran poeta y un magnífico narrador. Poco conocido, porque sus canciones y su vida política ocultaron su poesía, la dejaron en segundo plano. Hace unos meses, la editorial Olifante publicó a principios de años su poesía lírica bajo el título Hundiendo en las palabras las huellas de los labios. Pues bien, no sería malo poner en las librerías de toda España, más temprano que tarde, bien una antología de sus mejores poemas, bien uno de sus libros publicados en el medio siglo largo en que, entre canciones, conciertos y militancias, trabajó la poesía.
Labordeta, visto por José Luis CanoHe iniciado esta entrada aludiendo a algunas experiencias personales recobradas al calor (o al frío) de la muerte de Labordeta. No quiero cerrarla sin aludir a tres especialmente queridas: un viaje, con mis hijos y con E., al Pirineo de Huesca, un viaje lleno de descubrimientos en el que todavía me conmueve el deslumbramiento de ellos ante los hondos valles de un territorio que desconocían, sobre todo de los valles de la Pineta y de Bujaruelo, o tras la experiencia de una larga marcha, entre lluvia y sol y arco iris a lo largo de Ordesa; el recorrido por el valle de Hecho y por sus pueblos diminutos con E. y con mi hijo en el tiempo libre que me dejó un curso de verano en Jaca (creo que era 2005), y mi visita a Zaragoza antes de la Expo acompañado de E., una visita literaria en la que conocimos a fondo, con la ayuda de José Luis Calvo y de Manolo Vilas, una ciudad llena de sorpresas, de pequeños reductos no siempre visibles para quien hace turismo.
En todos esos viajes, en esa convivencia discontinua y apasionada con Aragón y sus gentes y sus escritores y amigos, siempre ha estado presente, como un gran dios apacible, acogedor, emocionado y algo triste, José Antonio Labordeta. Descanse en paz. En tanto, ved este video con la voz y la música de José Antonio como telón de fondo. Aragón somos todos.