La política es el arte de servirse de las personas haciéndoles creer que se les sirve a ellas (Louis Dumur).
No es cierto eso de que ante la muerte somos todos iguales, que no me vengan con tonterías. Sin embargo, estoy de acuerdo con Jorge Manrique en que a la hora de la guadaña poco importa que hayas sido rico o pobre. El grado de putrefacción de tu cadáver tiene más que ver con la estela que tus actos hayan dejado en el mundo de los vivos. No estoy hablando de ir al cielo ni de castigos divinos, que de eso ni yo ni nadie sabemos nada, aunque los de la sotana y la casilla en la declaración de la renta se empeñen en asegurar que son expertos en la materia. No, no estoy hablando de religión sino de legado.
Las personas tan solo somos conocedoras de lo humano, pues lo demás o no existe o nos está vetado. Por tanto, incluso la muerte nos interesa únicamente desde la perspectiva de la vida, pues cualquier otro punto de vista nos resulta inalcanzable.
Así pues, cuando yo muera, ¿qué quedará de mí en la vida? ¿A cuántas personas habrá afectado, para bien o para mal, mi existencia? ¿Habré conseguido ser, como es mi objetivo, creadora y no destructora? Es en este sentido que me importa el presente, el futuro y la posteridad.
Hay personas que esto no lo ven y se empeñan en ponerse las gafas del aquí y ahora. Del aquí, porque solo piensan en sí mismos y no en el efecto que sus actos tienen en los demás y del ahora porque no hacen otra cosa que valorar lo que en el fondo no vale nada: la fama aunque sea mala, el dinero aunque sea robado, el poder aunque lo hayan obtenido a costa del dolor de otros.
Así es que ante la muerte no somos todos iguales, ¡de ninguna manera! Todos criaremos malvas, por supuesto, pero cuando se detengan los relojes a los voraces gusanos poco les importará un billete, un crucifijo o un cetro.