Salí de la editorial con un barullo de emociones por la publicación de mi novela y con un título en la memoria con el que me haría tan pronto como saliera a la venta, Ladrones de Tinta.
No tardé en comprender la emoción de la editora por la pieza que tenían entre manos, una de las mejores novelas históricas que he leído jamás y la mejor ambientada en el Madrid del Siglo de Oro de las letras españolas.
En Ladrones de Tinta cobran vida Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Luis de Góngora, Tirso de Molina, y un sinfín de personajes del momento que, conducidos por las letras de Mateo-Sagasta, nos transportan a pleno siglo XVII y nos lo hacen sentir como si fuéramos un madrileño más en ese momento histórico.
Mención aparte merece la creación de Isidoro Montemayor, protagonista de la novela y uno de los mejores personajes inventados, quizá con el Capitán Alatriste, por novelistas contemporáneos.
La trama es brillante, a Isidoro Montemayor le encargan la maravillosa tarea de descubrir quién se esconde tras el seudónimo del «licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas», autor de la segunda parte de El Quijote.
La primera vez que leí Ladrones de Tinta salí corriendo a releer El Quijote y lo disfruté aún más si cabe. Esta segunda lectura de la novela ha sido al contrario, justo después de leer la continuación de El Quijote escrito por su verdadero autor, don Miguel de Cervantes, y Ladrones de Tinta ha cobrado una nueva dimensión, aún mayor, en mi imaginario. Por eso afirmo sin duda alguna que es de las mejores novelas que he leído jamás, que la recomiendo a todo amante de las letras y muy en especial, a los enamorados del Siglo de Oro español.
Resumen de la novela (editorial)
Diez años después de que Francisco Robles editara "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha", un tal Alonso Fernández de Avellaneda osa publicar una segunda parte. Robles, furioso porque alguien interfiera en su negocio, encarga a un empleado, Isidoro de Montemayor, que encuentre a Avellaneda y le ajuste las cuentas. Eso no resulta tan fácil, pues Montemayor descubre que Avellaneda no existe y que tras ese nombre se esconde un individuo que quiere llevar a Cervantes a la hoguera acusándolo de cornudo y homosexual.
Mateo Sagasta sumerge al lector en el Madrid del Siglo de oro y plasma con maestría y riqueza de todo detalle, así como agilidad y sentido del humor, un período único en la historia española.