Revista Poesía

Ladrones en Los Padrones(Cuentos de mi Madre) - María Gabriela León

Por Maria Gabriela Leon Hernandez @amarlapoesia
Ladrones en Los Padrones(Cuentos de mi Madre) - María Gabriela León


Ladrones en Los Padrones(Cuentos de mi Madre)

Explotó el transformador eléctrico y varias manzanas quedaron a oscuras. Eran las 22:30 hs.  y los habitantes de la antigua urbanización El Paraíso de Maracaibo se asustaron con el ruido estremecedor de la explosión. Los murmullos y las  risas paseaban como espíritus traviesos entre la silenciosa bruma de la noche. Los grillos cantaban embriagados por el fresco aroma de los  jazmines. El calor húmedo y denso del verano inquietaba a los vecinos, mientras  que la luna bañaba con su luz los techos y jardines de los antiguos caserones, dibujando sombras espectrales en la penumbra. Se percibía un halo de tensión y temor. 
En los días previos a este accidente, los moradores de la zona habían sido victimas de rateros y asaltantes. La quinta "Mis Amores"  fue robada la noche anterior. Similar destino tuvo la quinta "La Chinita", que fue visitada por los maleantes la madrugada del jueves. Ambas fueron saqueadas mientras su habitantes dormían, sin que se percataran de los sucedido sino hasta el día siguiente. Estos acontecimientos pusieron en alerta a las autoridades policiales, los cuales se sentían impotentes de actuar por la falta de efectivos, equipos de comunicación y autos para patrullar las avenidas y calles. Ante estos hechos  y la escasa protección policial, algunos vecinos decidieron contratar vigilancia privada. Tres de las quintas ubicadas en la calle 67 entre las avenidas 22 y 23, gozaban del cuidado de veladores armados con escopetas de caza.
Lucía, vivía  junto a Renato, el menor de sus cinco hijos, en la calle  67, número 22-56, en una casa de 600 m2 de construcción de una sola planta, que había sido edificada  a mediados de los años 40  sobre un terreno de 1000 m2.  Los jardines poblados de inmensos árboles de ficus, helechos frondosos, matas de mango, nísperos, limones y toda clase de frutales y florales, los convertían en el escondite perfecto para los malhechores.  La propiedad no tenía instalado sistemas de seguridad. Las cerraduras eran viejas y fáciles de violar. Los aires acondicionados, que se encontraban empotrados en las paredes, no tenían protección externa, con empujarlos hacia el interior de las habitaciones se  podía acceder a ellas. La entrada por la puerta principal estaba tan desprotegida como el resto de la residencia. A través de un patio lateral se podía entrar a la cocina y habitación de servicio, que estaban enlazadas con el comedor,  esta área estaba resguardada por una reja de seguridad de cerrojo doblado. Desde el salón principal se podía ir a la terraza y al patio, atravesando una puerta de hierro y vidrio con un pasador en dudosas condiciones. 
Lucía se ufanaba al decir que nunca había sido víctima del hampa, a pesar de lo insegura y desprotegida que se encontraba su quinta "Los Padrones". Sus otros cuatro hijos que estaban casados y no vivían con ella, la instaban a vender la casa y mudarse a un apartamento, ya que temían por su seguridad, pero ella adoraba su jardín, que cuidaba con sus propias manos, y no pensaba abandonarlo. Renato, en sus ratos libres de estudio, la ayudaba a regar y abonar las plantas. Ambos se sentían a gusto viviendo y disfrutando la amplitud del hogar.

Luego del estallido, en la oscuridad de la noche, los vecinos se reunieron a conversar en las aceras, frente a sus casas, custodiados por los vigilantes armados. Lucía, que se encontraba compartiendo  sus anécdotas,  preguntó la hora y al ver que era muy tarde se despidió . Alumbrando con la luz de una pequeña linterna las sendas del jardín de su vieja casona, caminó hasta entrar al vestíbulo y cerrar con llave la puerta principal. El interior se encontraba iluminado por velas que estaban dispuestas en las mesas de todos los ambientes. En la cocina, sentado comiendo la merienda nocturna, se encontraba Renato. Después de compartir la torta y la leche, revisaron las puertas de entrada, apagaron las velas y se asomaron por los amplios ventanales  protegidos con barrotes de hierro, observando la quietud en rededor. Se retiraron agotados a sus aposentos.

Lucía no podía conciliar el sueño. Estaba acostumbrada  a dormir con el frío emanado por el aíre acondicionado. El calor y los ruidos nocturnos la mantenían inquieta. La brisa cálida y pesada penetraba por las ventanas de su habitación. Una de ellas miraba hacia el garaje y la otra hacia un muro rodeado de arbustos y plantas que daban hacia la calle. Los sonidos callejeros se percibían como ecos quejumbrosos. Cercano al vestíbulo, se encontraba el cuarto de Renato, rodeado de árboles y plantas. El cansancio se había apoderado del joven, que tuvo un día ajetreado de actividades y trabajo. Dormía un sueño profundo.
Sumida en el letargo, Lucía escuchaba murmullos y golpes suaves. El servicio eléctrico aún no había sido restablecido. De pronto, un fuerte golpe la despertó, se levanto de la cama y vio que en la alcoba contigua a la de ella movían el aire acondicionado para tratar de penetrar. Corrió con paso silencioso hasta el dormitorio de Renato y le advirtió lo sucedido. De manera sigilosa se fueron hasta el comedor y ella comenzó a hablar en voz alta.

-Renato, toma la pistola. Hay unos ladrones en la casa.

El hijo le contestó con voz gruesa y profunda, aumentando el tono.

- Si mamá, ya la tengo conmigo. Estos malandros no salen vivos de aquí.
Los golpes cesaron de forma repentina. Un profundo silencio se apodero del ambiente, creando rigidez e incertidumbre. 
Una fuerte detonación se escuchó en el interior del casón. Los ladronzuelos asustados, corrieron  escalando muros y desapareciendo entre las sombras de los matorrales del patio trasero. Lucía y Renato, se asomaron a la ventana mientras los pillos huían.  Divisaron tres figuras  masculinas,  jóvenes y fuertes. 

Las carcajadas inundaban la habitación. Madre e hijo se reían al ver que la piedra envuelta de diminutos petardos que Lucia le compró a sus nietos para la navidad,  al ser lanzada al piso, emuló  el sonido de un disparo de arma de fuego, causando la huida y no retorno de los bandoleros. 
Lucía guardaba con cuidado y orgullo su arma más preciada contra los ladrones: "La piedra de petardos", la cual mostraba a los oyentes de su hilarante historia.

Fin
Autor: María Gabriela León
Buenos Aires, 2 de marzo de 2013

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