Revista Política
Llorar se ha puesto de moda entre la clase política. En Italia, una ministra no pudo contener el llanto al anunciar recortes en las pensiones. Mientras, en Castilla la Mancha, el Partido Popular anuncia los recortes que previsiblemente extenderá al resto de España. Y lo hace por boca de Dolores de Cospedal, remedando lacrimosas retóricas churchillianas. Subordinada al poder financiero, una clase política sin vocación de representar a sus electores está aplicando severos castigos a la población con el fin de asegurar, por encima de todo, el beneficio bancario. Aunque ello signifique violar las garantías de las personas que establece la Declaración de los Derechos Humanos.
Casi todos los media han recogido ese momento en que a la ministra italiana de Trabajo, Elsa Fornero, se le quiebra la voz y rompe a llorar mientras explica públicamente los drásticos recortes presupuestarios adoptados por su Gobierno. Recortes que afectan, sobre todo, a un capítulo tan sensible de la protección social como son las pensiones.
Un momento sin duda emotivo que expresa un sentimiento humano. Si bien la ministra Fornero se podría haber ahorrado tan amargo trago negándose a participar en el Gobierno no electo del tecnócrata Carlo Monti. Si bebes, no conduzcas. Y si eres proclive al llanto no te metas a ministra.
Mayor profesionalidad ha demostrado la presidenta del Gobierno regional de Castilla-La Mancha, Dolores Cospedal, al anunciar su correspondiente y no menos durísima batería de medidas de austeridad. Entre ellas, menos sueldo y más trabajo para funcionarios y empleados públicos, la gestión privada hospitalaria y eliminación de beneficios sociales.
Cospedal ha pedido apoyo a los castellano-manchegos porque "el sudor de hoy evitará las lágrimas de mañana", según dijo textualmente. Con este juego de palabras, Cospedal evocaba una famosa frase de la alocución dirigida por Winston Churchill al pueblo inglés el lunes 13 de mayo de 1940. Churchill acudió al Parlamento británico para presentar su nuevo gabinete y obtener la confianza de la cámara. Su discurso tenía un doble objetivo: explicar que había cumplido la misión de formar un gabinete de unidad nacional que el rey Jorge VI le había encomendado tres días antes y advertir a un país que se sentía lejos de la guerra de que venían tiempos muy duros.
En esta crisis, espero que pueda perdonárseme si no me extiendo mucho al dirigirme a la Cámara hoy. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que están preocupados por la reconstrucción política, se harán cargo, y plenamente, de la falta total de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Yo diría a la Cámara, como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». (*)
Pero hay una sensible diferencia entre la crisis actual y la crisis a la que se enfrentaba Gran Bretaña en 1940. Aunque también entonces la amenaza viniera de Alemania, en aquel momento se trataba de una agresión bélica en toda regla. Por eso, afirma Churchill: "Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos, largos meses de combate y sufrimiento. Me preguntáis: ¿Cuál es nuestra política?. Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política".
De nuevo, una tiranía monstruosa extiende su poder sobre el mundo: la tiranía de los mercados financieros. Y lo asombroso es que, para imponer sus dictados a la población del conjunto de países de la vieja cultura europea, esta nueva tiranía no necesita potentes ejércitos. Le basta invocar una bastarda razón económica a la que se han plegado los gobernantes: reducción del déficit y salvamento de la banca. Una banca que de manera espuria ha colocado a sus expertos en el puente de mando de esa nave que un día se llamó Estado.
Subordinada al poder financiero, una clase política sin imaginación ni ganas de ejercer su papel de representar a sus electores, está aplicando a rajatabla las severas medidas destinadas a garantizar, por encima de todo, el beneficio bancario, aunque ello signifique violar las garantías que la Declaración de los Derechos Humanos —cuyo 63 aniversario se celebra el próximo 10 de Diciembre— reconoce a las personas en el ámbito de la protección social:
Artículo 25. 1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. 2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.
Si esto es lo que dice la Declaración de los Derechos Humanos, los gobernantes elegidos por el pueblo deberían considerarlo una prioridad. Alguien podría pensar, entonces, que si los gobernantes del Partido Popular están violando estos criterios fundamentales es porque son una suerte de zombies con el entendimiento alienado. Nada de eso, lo que realmente son es una caterva de estafadores políticos que prometieron en campaña hacer lo contrario de lo que están haciendo. Y peor todavía, son unos perfectos sinvergüenzas, pues aplican austeridad a los más débiles mientras ellos sacan opíparas tajadas del presupuesto público.
Porque Dolores de Cospedal, esta dama de la peineta que anda ahora remedando la retórica churchilliana es precisamente la mujer mejor pagada del escenario político español. En 2010, sus retribuciones se cifraron en 223.597 euros.
Esta bien pagá señora, que en la campaña electoral de 2007 defendía que todas las mujeres, aunque no hubieran cotizado a la Seguridad Social, deberían recibir una pensión al cumplir 65 años —prometiendo que la Junta se encargaría de abonar las cotizaciones si ella ganaba la presidencia— es la misma que, cuando consiguió llegar al cargo, lo primero que hizo fue eliminar la modesta paga anual de 400 euros que hasta ese momento recibían las viudas más humildes de la región.
De cara a 2012, la dirigente popular aumentará la jornada laboral de 35 a 37,5 horas y reducirá en un 3% bruto el sueldo, un porcentaje que se deriva de la deducción del 10% de los complementos específicos y asimilados de todos los empleados públicos. El peso de las medidas de ahorro recaerá fundamentalmente en los 70.000 funcionarios de la región, de los cuales, unos 50.000, pertenecen a las áreas de Sanidad y Educación. Otros severos recortes se concentran en la Sanidad, que con 834 millones de euros sufre el mayor tijeretazo, y en la Educación pública (460 millones menos). La presidenta introducirá la gestión privada en varios hospitales de la comunidad y promoverá la educación concertada.
Cospedal, no se olvide, ostenta la Secretaría General del Partido Popular y es la Vicepresidenta de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES). Ya saben, el laboratorio donde se cuecen en salsa de puercoespín las recetas de la precariedad.
Lloran los políticos con lágrimas de cocodrilo, mientras los sectores más débiles de la población se acordarán de la profecía evangélica: Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. (Lucas 13:28).
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(*) La paternidad de la frase no está clara. Hay un dato que demuestra que Churchill no la consideraba suya: en el manuscrito la puso entre comillas, como si fuera una cita. El periodista Martin Walker sostiene que la tomó de Theodore Roosevelt, quien la pronunció el 2 de junio de 1897 cuando era secretario de Marina de EEUU. Walker afirma que Churchill conocía el discurso en razón de que su puesto en el almirantazgo equivalía al de Roosevelt. El historiador John Lukacs, experto en Churchill, cree que parafraseaba un discurso del patriota italiano Garibaldi de 1849, cuando la república de Roma capituló ante los franceses.