A veces parece posible encarcelar a las lágrimas, como si fueramos capaces de enroscar unas esposas metálicas en sus muñecas inexistentes. Soñamos con encerrarlas, detenerlas, parar su huída enloquecida por nuestro rostro para poder seguir adelante sin la visión borrosa que te producen. Utopías.
Eso es lo que nos dicen, es imposible, como si congelarlas fuera una misión descabellada, como si no pudieramos mantenerlas en un cuenco tapado con plástico de cocina en la nevera de nuestros cerebros, de nuestras vidas.
Cada día detienen a más lágrimas que campaban a sus anchas por nuestros rostros, por nuestras vidas, aunque todavía tardan en entrar en el talego lóbrego y húmedo que se merecen. Soñemos con el congelador que las deje atrapadas en sus sabores salados.