¨Era un hombre potencialmente violento que odiaba la violencia, un defensor de la fidelidad que era infiel, un hombre activo que anhelaba comprensión. (…) No sabía hacer otra cosa que habitar en las paradojas.¨
Como me gusta esa sensación egoísta de descubrir algo nuevo y salir corriendo a gritarlo a los cuatro vientos. Como si fuera un niño pequeño. Como si fuera un editor. Como un librero. Pocas veces puedo hacer eso, para que nos vamos a engañar. Siempre voy un poco a remolque de todo, todos vamos un poco a remolque de los demás.
Pero esta vez, esta vez he dado con algo gordo. Laidlaw es una novela de las que tardas en olvidar.
Vamos a ver, siendo franco no soy el primero, vale, antes la recomendó Escribano en su magnífico blog, pero lo dejaremos en suspense ya que él hacía referencia a la reedición americana de la novela, y en junio de 2013 –cuando la reseñó- aún no estaba editada en España bajo el sello de Serie Negra.
Así que bueno, hoy me erijo como prescriptor en toda regla –con el debate tan interesante que hay y tan absurdo al fin y al cabo- cosa que nunca hago conscientemente, valga la aclaración, ya que lo que aquí comparto no dejan de ser novelas que a mí me gustan en mayor o menor medida y que si las leéis bien y si no, pues tampoco pasa absolutamente nada.
Pero hoy es diferente.
Laidlaw me ha sorprendido como hacía tiempo que no me pasaba con una novela, esto es un topicazo lo sé, pero os juro que a sido así, y ha sido así porque el cabrón de McIlvanney escribió esta novela en 1977, y casi cuarenta años después me ha dado tal impresión leerla que no puedo más que amar a este tío, tenerlo en lo más alto, considerarlo un precursor y un visionario. La mezcla de una trama basada en la reflexión, muy pausada y oscura, un tema –la homosexualidad- peliagudo, desconocido y espinoso para la época -¡1977!- y una narración sólida como pocas, definida, exuberante , rica, con clase, una narración que te hace tener un respeto absoluto e instantáneo por McIlvanney, hacen que leer Laidlaw sea algo más que leer una novela negra, hacen que te preguntes donde ha estado metido este autor todos estos años y porque nadie lo ha reeditado antes en España.
Laidlaw de editó por primera vez en España en febrero de 1995 de la mano de la editorial Península (Ediciones 62) en su colección Grandes detectives, una colección con tapas amarillas muy llamativa y muy bonita y que yo desconocía por completo. Península llegó a sacar también la segunda parte de la serie del inspector Jack Laidlaw, Los papeles de Tony Veitch, en mayo de 1995 en la misma colección. Dos años más tarde en 1997 sacó el tercer y último volumen de la serie, Extrañas lealtades, que se editó en un formato más grande y con cubierta de color negro, aunque en la misma colección de Grandes detectives. En 2001 Diagonal reeditó Extrañas lealtades en formato bolsillo.
Ahora, todos estos años después, Serie Negra nos trae el primero de la serie, y esperemos que los dos siguientes -aunque por si acaso yo ya he comprado los dos siguientes de segunda mano-. Me encanta la arqueología librera.
La acción de Laidlaw se centra en la ciudad de Glasgow, allí el inspector de policía Jack Laidlaw debe investigar –con la ayuda de su nuevo compañero el detective Harkness- el asesinato de Jeniffer Lawson, una chica de dieciocho años que ha sido brutalmente asesinada y que han encontrado en un parque al oeste de la ciudad. Por si eso fuera poco, la pareja de policías tendrá que tener también en cuenta al padre de la chica, un hombre violento y conocido por la policía, que por su cuenta también está buscando al asesino de su hija.
Como sucede en algunas tramas que son bastante de mi gusto, McIlvanney da mucho peso a los personajes, da mucho espacio a sus reflexiones y sus mundos, sus miedos, sus azotes, y deja en segundo plano la investigación. Un segundo plano más que significativo. McIlvanney logra darle importancia y espacio a sus personajes, centrarse en ellos, y al mismo tiempo hacer que la trama –que va en paralelo pero un poco silenciada- esté siempre presente de laguna manera, como una sombra que atormenta a Laidlaw. El conjunto es tan redondo y magnífico que aún me emociono si lo pienso mucho.
Laidlaw es un tipo reflexivo, triste, de vuelta de todo, con un punto de vista diferente a todos los de su comisaría, sus métodos no son los convencionales, pone énfasis en introducirse en las mentes de la gente a la que interroga, siempre ve más allá de lo que la gente cuenta.
Y Glasgow, más que un escenario, más que un lugar, un mastodonte oscuro que se impone a los hombres, a su voluntad, un monstruo que los transforma y los esculpe golpe a golpe, noche tras noche.
Cuando antes decía que me impresionó leer esta novela y que consideraba a McIlvanney un visionario, es debido –entre otras cosas- al tratamiento que en ella hace de la homosexualidad. Uno de los personajes tiene un conflicto interno sobre su sexualidad, conflicto que le lleva a cometer actos brutales y a sentirse una persona despreciable. Pero McIlvanney –a través de otro personaje cercano a éste- nos hace ver a ese desgraciado como una víctima de la sociedad en la que vive, una víctima de un Glasgow machista y cargado de hormonas masculinas, un Glasgow violento y represivo que castiga con el ostracismo a quien no representa sus valores de masculinidad y brutalidad. Recordad que estamos hablando de una novela negra escrita en 1977, en Escocia. Las reflexiones que hacen los personajes en torno a eso, parecen escritas hoy mismo, parece que los tiempos no han cambiado tanto como nos pensamos.
También he dicho un poco más arriba que considero a McIlvanney un precursor, no en vano se le considera el inventor de Tartan noir, subgénero negro ambientando principalmente en Escocia y con raíces en la literatura escocesa. Aunque el propio McIlvanney le quita hierro al asunto y considera la etiqueta como algo meramente anecdótico.
Lo que queda sin duda claro al leer a McIlvanney, es que no es un autor que escriba con ligereza, su estilo no es ni sencillo ni efectista sino más bien todo lo contrario, su narración es contundente, arrolladora, y sus tramas están llenas de reflexiones y de denuncias sociales. Es un autor que quizá se adelantó a su tiempo, publicando en una época de novelas algo más ligeras y centradas en el Pulp. Sin duda lo fue en España –adelantado- donde no cuajo demasiado en el pasado quizás precisamente por eso.
Me cuentan que McIlvanney se sorprendió mucho al ver que desde España volaban hasta su casa para pedirle reeditar sus novelas. Me hubiera gustado ver su cara. Dicen que Ian Ranking es un admirador confeso de McIlvanney. Cuentan, que en algunas librerías de Europa se puede ver un cartel que reza:
¨Sin McIlvanney, Rebus no hubiera sido posible¨ Ian Ranking.
Habladurías.
Que te pidan reeditar una novela tuya casi cuarenta años después solo se debe a una cosa, a que la calidad está fuera de todo juicio.
Laidlaw
William McIlvanney
RBA Serie Negra 2014
263 páginas.