Revista Belleza

Languidecer en pandemia: un año sin música en la ducha

Por Mariola Azores De Bustarviejo @MariolaAzores
LANGUIDECER EN PANDEMIA: UN AÑO SIN MÚSICA EN LA DUCHA

La pandemia nos ha dejado sin abrazos, sin besos (con extraños e incluso con conocidos), sin viajes y sin conciertos. A mí, además, me ha quitado las ganas de escuchar música cada mañana.

No es que la pandemia me haya hecho renegar de la música que escucho (creo que nunca me aburriré del Soul, el Rock'n roll o el Rythm & Blues). Es que el cuerpo no me lo pide. Y me preocupa, por lo menos lo suficiente como para compartirlo contigo que me estás leyendo y a quien tal vez te está pasando lo mismo, con la música o con cualquier otra cosa. 

Me preocupa porque yo creía que no podía vivir sin escuchar mi música cada día. Antes de la pandemia lo hacía constantemente: en la ducha, mientras trabajaba, en los trayectos de un sitio a otro, después de comer cerrando los ojos mientras me dejaba llevar por la imaginación. 

Ahora, sin embargo, puedo pasar días enteros sin abrir mis listas de reproducción. 

Y ni siquiera me había dado cuenta hasta hace unas semanas.

“Es una sensación de estancamiento y vacío. Se siente como si uno estuviera pasando los días sin rumbo, mirando la vida a través de un parabrisas empañado. Y podría ser la emoción dominante de 2021.”  (Adam Grant en The New York Times)


Languidecer. 

Hace más o menos un mes leía un artículo en The New York Times, “El malestar que sientes tiene un nombre: se llama languidez” que me hizo sentir un alivio enorme: por fin podía ponerle nombre a  lo que me está pasando. 

Esa sensación de que hace ya demasiado tiempo que no soy yo.

Primero fue el maquillaje. En los meses de confinamiento prescindí hasta del corrector de ojeras, algo inaudito en mí. Pero es que no le veía mucho sentido a estar maquillada en casa, ni mucho ni poco. Solo me maquillé puntualmente y de forma ligera (corrector, por supuesto, un poco de base, colorete y labial rojo) para hacer contenidos en Instagram.

Prescindir del maquillaje, sin embargo, lo he llevado como una novedad agradable. Tampoco está tan mal ganarle esos minutos al día para hacer otras cosas y por qué no, acostumbrarme a ver mi cara al natural. Y claro, por supuesto también está la ventaja de no tener que desmaquillarme cada noche.

Eso sí, sigo disfrutando muchísimo el momento de maquillarme cada vez que quedo a comer o a salir.

Pero con la música está siendo diferente. No cojo el ritmo, nunca mejor dicho, que tenía antes de que el virus pusiera nuestras vidas patas arriba. Tengo que esforzarme por escuchar música, y cuando abro mis listas de Spotify me cuesta decidirme por una. Tal vez porque siento que ninguna, como si fueran la banda sonora equivocada en una película, resuena con mi manera de estar en el mundo ahora. Y con las que podrían acompañar a mi estado de ánimo no me atrevo. Soy extremadamente sensible hacia las emociones que pueden desatar en mí ciertas melodías, sé cuánto pueden llegar a conmoverme, y no está el horno para bollos (o como dicen por ahí, no tengo el chichi para farolillos, que es una forma quizás demasiado informal de expresarlo, pero sé que tú no me lo vas a tener en cuenta. Esta frase, este dicho, siempre me hace reír y por lo tanto, es bien).

Gracias a los dioses que habitan en el Olimpo del Rock’n roll, tengo momentos -no tantos como desearía- en los que vuelvo a ser yo y me dejo llevar totalmente por la música como lo hacía antes: cantando, bailando, jaleándome a mí misma... El súper show de Mariola que últimamente, igual que los conciertos a los que solía asistir antes de la pandemia, ha visto reducido su número de funciones. Una catarsis, que tal y como usaba Freud esta palabra, me ayuda a liberar las emociones negativas. Y que me deja nueva. Física y anímicamente, porque en esa Mariola loquita, a quien no le importa que los vecinos la oigan cantar a todo pulmón, me reconozco y por lo tanto, encuentro consuelo.

Así que cuando la Mariola que languidece amenaza con engullir a las otras Mariolas, recurro a Elvis, que jamás me ha fallado. Selecciono “Patch It Up”, enciendo el altavoz, subo el volumen a tope y nada más oír al Rey gritar “One, two, three, four!” ya está, todo pasó… Por el momento.

Espero que si tú también te sientes languidecer a veces, muy pronto estés floreciendo. Si quieres medir tu bienestar general físico, mental y emocional puedes hacer este test. Nos vemos pronto por aquí, y también en mis redes sociales.

Photo by arash payam on Unsplash


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