Revista Opinión

Lanzallamas, minas y bombas de racimo: las otras armas que está prohibido usar en la guerra

Publicado el 24 octubre 2021 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Los conflictos armados están a la orden de la historia, pero las armas y las formas de usarlas han evolucionado sobre todo en los últimos doscientos años. A partir del siglo XIX, ejércitos cada vez más grandes y mejor equipados han provocado más destrucción y muertes de civiles y militares. Ante esa escalada de víctimas, la comunidad internacional ha intentado fijar unas “reglas” para la guerra, con mayor o menor éxito.

Las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907 y las dos primeras Convenciones de Ginebra de 1929 fueron esfuerzos pioneros para mitigar los daños de los conflictos armados. La “ley de la Haya” regulaba los principios y límites de la guerra, mientras que la “ley de Ginebra” buscaba proteger a las víctimas y a los más vulnerables. Con el tiempo, la unión de ambas dio paso al derecho internacional humanitario. Mediante distintos tratados, este derecho ha amparado a los “no combatientes”, como civiles, prisioneros de guerra y heridos, mientras limita el desarrollo o uso de armas para así evitar o reducir el impacto de los conflictos.

Acuerdos sobre armas para un mundo guerra

La primera prohibición formal de ciertas armas en tiempos de guerra fue la Declaración de San Petersburgo de 1868, en pleno auge de las naciones europeas. Tras desarrollar balas explosivas, el Imperio ruso las consideró demasiado violentas y evitó usarlas, así que sugirió una prohibición universal para que otros Estados tampoco las fabricasen. Así, también por primera vez se prohibía unarma antes de haber sido probada en combate.

Armas de ese estilo, que agravaran los sufrimientos de los combatientes heridos o hicieran inevitable su muerte, iban en contra de la idea extendida de que el propósito de la guerra era debilitar la fuerza militar del enemigo, no destruirla. Ante la creciente rivalidad de las potencias militares de la época, se celebraron las Conferencias de la Haya de 1899 y 1907, con protagonismo europeo y la presencia de poderes emergentes como Estados Unidos y Japón. Allí surgieron iniciativas para limitar distintas armas que estaban en desarrollo o que empezaban a usarse, como losproyectiles que difunden gases asfixiantes o nocivos, o las balas que se expanden o deforman en el cuerpo humano, conocidas como balas “dum-dum” y que incluyen las de punta hueca y punta blanda.

Las mayores guerras desde 1900

Sin embargo, otros avances militares como el tanque, los bombarderos o los submarinos avanzados siguieron su curso y se desplegaron a gran escala en la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial, que se saldó con millones de muertos entre civiles y militares. Este precedente llevó a la creación de la Sociedad de Naciones en 1920, con el objetivo de prevenir futuras guerras. La organización promovió la reducción y el control del armamento militar convencional de sus Estados miembros, que resultaron en varios acuerdos durante el periodo de entreguerras hasta 1939. Pero, una vez más, estas iniciativas fracasaron con el rearme generalizado rumbo a la Segunda Guerra Mundial.

Tras el final de este conflicto y durante buena parte de la Guerra Fría, los esfuerzos de control de armas se desviaron hacia la cuestión nuclear. No obstante, en la recién creada Organización de las Naciones Unidas, la Comisión sobre armas convencionales precisó en 1948 el discutido concepto de “armas de destrucción masiva”. Empezarían así a diferenciarse las armas nucleares, biológicas y químicas, cuyo uso incluso limitado puede causar estragos, del resto de armas que equipan a los ejércitos del mundo: las armas convencionales.

La ONU clasifica estas armas en pesadas y ligeras. Las primerasincluyen siete tipos de armamentos de gran tamaño, desde tanques hasta helicópteros de combate o navíos de guerra, mientras que las segundas son aquellas que pueden portar los soldados, sean armas “pequeñas”, como pistolas y rifles de asalto, o “ligeras”, como lanzagranadas y morteros.

Evitar más explosivos, minas o lanzallamas

Durante la Guerra Fría, la rivalidad entre Estados Unidos y la URSS por la hegemonía mundial contribuyó a distintos conflictos armados en otros países que les evitaron un enfrentamiento directo. Como era demasiado peligroso desplegar armas nucleares en combate, la proliferación de armas convencionales encontró en Corea, Vietnam o Afganistán oportunidades para probar nuevos modelos y sistemas armamentísticos.

Desde mediados de siglo, el Comité Internacional de la Cruz Roja había instado a prohibir las armas convencionales que no distinguen entre combatientes y no combatientes,y las que causen heridas o sufrimientos innecesarios. Gracias a sus esfuerzos, una conferencia de expertos logró definir este armamento en 1974. Sin embargo, en otra, esta vez diplomática y que duró hasta 1977, surgieron diferencias entre Estados más neutrales, como Suiza o Noruega, y los bloques militares de Estados Unidos y la Unión Soviética, que, más reacios a las prohibiciones, entendían que estas solo podían decidirse en la ONU.

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Frente a ello, la Asamblea General de la ONU decidió establecer una conferencia específica sobre estas armas. Los esfuerzos serían fructíferos: en 1980 nació el Convenio sobre la Prohibición y Restricción de Ciertas Armas Convencionales (CAC). El CAC, flexible, reúne reglas generales que llevan a que las armas se regulen mediante protocolos concretos, que en principio fueron tres.

El primer protocolo prohíbe las armas que hieren por fragmentos no detectables por rayos X, como los explosivos de fragmentación hechos de plástico o cristal. Esa prohibición se basa en la idea de que impedir o dificultar la asistencia médica a un combatiente herido y retirado del campo de batalla solo suma daños innecesarios. Dado el uso casi nulo de estas armas, la postura no tuvo opositores, y de ahí su formulación tan simple en el documento.

El segundo protocolo no prohíbe, pero sí restringe distintos artefactos. Los primeros son las booby traps otrampas “cazabobos”, aquellas que atraen a las personas y se activan cuando se acercan o las manipulan. Habituales en la guerra de guerrillas, el Vietcong utilizó desde granadas escondidas hasta cepos y fosos con estacas afiladas contra soldados estadounidenses en Vietnam. Una de las principales prohibiciones es su uso en lugares con bastantes civiles y dentro de objetos inofensivos. Durante la actual guerra en Siria, el grupo terrorista Dáesh llegó a utilizarlas contra los civiles que regresaban a sus hogares tras los combates,entre otros, con explosivos improvisados dentro de osos de peluche o televisores.

Además de las trampas cazabobos, el segundo protocolo trata las minas terrestres, de gran potencial contra la población civil. Los campos de minas son fáciles de sembrar, pero difíciles de limpiar. Egipto, Irán o Afganistán están plagados de ellas, y décadas después de los combates todavía matan o mutilan civiles. A pesar de la enmienda al Protocolo II en 1996, la falta de consenso para prohibirlas llevó a negociar un tratado aparte: la Convención sobre la prohibición de minas antipersonales, o Convención de Ottawa, de 1997.

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El último de los tres protocolos originales trata las armas incendiarias: aquellas que aparte de incendiar objetos causan quemaduras a las personas mediante llamas o calor, como el napalm y los lanzallamas. Se usaron durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, y volvieron a verse en las guerras de Corea y Vietnam. Su inclusión en el CAC planteó problemas, pues Estados Unidos o el Reino Unidodefendían su uso en casos concretos, como, por ejemplo, contra objetivos militares. Esta oposición impidió una prohibición total que se quedó en limitación estricta. Por tanto, este protocolo prohíbe atacar con armas incendiarias por medios aéreos a la población y a objetivos militares en zonas de concentración civil, pero sí pueden utilizarse contra combatientes, siempre que se hayan adoptado todas las precauciones posibles para minimizar víctimas colaterales.

Nuevos protocolos para un mundo distinto

Desde el final de la Guerra Fría, China ha sustituido a la URSS como el principal desafío a la hegemonía militar estadounidense. Por el camino, los avances en la electroóptica despertaron el interés, también de Pekín, en las aplicaciones militares de los sistemas láser. Su desarrollo sería lento, pero en los años noventa ya se vendían armas láser antipersonales. Tras un debate impulsado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, se consensuó que no eran aceptables, pues con ellas se busca causar ceguera permanente. El CAC sumó así un cuarto protocolo en 1995, siendo la primera vez desde aquellas balas explosivas del Imperio ruso que se prohibía un arma antes de haberse visto en combate.

Para entonces, el contexto internacional ya era otro. Entre 1990 y 1999, por ejemplo,se consideraban activos 118 conflictos armados, de los cuales solo diez eran interestatales. Como respuesta a esa tendencia, el CAC se amplió en 2001 a los conflictos armados internos, que ganaron aún más protagonismo con la “guerra contra el terror” que promovió Estados Unidos tras los atentados del 11S.

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Finalmente, en 2003 se añadiría el quinto y hasta ahora último protocolo del CAC, sobre restos explosivos de guerra. Este protocolo abarca las municiones que el Convenio no contemplaba, como granadas, bombas aéreas o proyectiles de artillería que no explotaron durante los combates y que aún pueden amenazar la vida de las personas. Estos restos pueden ser trampas mortales incluso casi un siglo después, como en España, donde todavía se descubren municiones explosivas de la Guerra Civil. De forma parecida a las minas terrestres, el Protocolo V busca minimizar las víctimas civiles causadas por detonaciones en zonas de posconflicto, a través de la limpieza de estos explosivos, el aviso a civiles o el intercambio de información entre las organizaciones y las partes combatientes.

Sin embargo, hasta entonces no había mención alguna a otras armas de largo recorrido: las municiones de racimo. También llamadas cluster munitions, son aquellas que contienen numerosos proyectiles explosivos en su interior que se diseminan sobre un área extensa y que pueden convertirse en restos explosivos de guerra. Desde 1945 se calcula que al menos veintiún Gobiernos las han utilizado en cuarenta países, pero los esfuerzos por acordar un nuevo protocolo para limitarlas o prohibirlas no han tenido éxito. La causa principal de este punto muerto son los intereses económicos de los grandes países fabricantes de municiones de racimo, como Estados Unidos, Rusia, China, Israel, India y Pakistán. Los cuatro primeros también están entre los mayores exportadores de armas del mundo.

A raíz de ese fracaso, Noruega inició en 2006 una negociación paralela para prohibir estas armas. La iniciativa culminó en la Convención sobre Municiones de Racimo de 2008, de la que son parte 123 Estados, y que introdujo nuevas obligaciones y medidas de asistencia a las víctimas. Pese a la ausencia de los grandes productores, la inversión estatal y de instituciones financieras para fabricarlas ha caído un 70% en los últimos años.

Las armas convencionales siguen matando más

Gracias a la flexibilidad del CAC, sus cinco protocolos están ratificados en distinto número por los 125 países firmantes y se han podido revisar en las llamadas conferencias de examen. En los últimos años, por ejemplo, se ha discutido si incluir los sistemas de armas autónomos letales, como drones o robots militares, pero la decisión está en el aire ante una inminente nueva carrera tecnológica entre potencias globales. Por lo pronto, el uso creciente de aeronaves no tripuladas por parte de Estados Unidos y otros países, en particular en acciones antiterroristas, ha llevado a perfeccionarlas con inteligencia artificial. 

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A pesar de su aceptación, el CAC también tiene puntos débiles que le restan efectividad: carece de mecanismos de verificación y aplicación, y de un proceso ante incumplimientos. Además, los nuevos protocolos suelen estancarse por los intereses opuestos entre los Estados parte. Estos vacíos han llevado a crear convenciones alternativas como las de Ottawa, sobre minas terrestres, u Oslo, sobre municiones de racimo, pero al final todas forman parte de una misma iniciativa. 

No obstante, aunque las armas convencionales provocan daños más limitados que las de destrucción masiva, causan muchas más víctimas en el mundo. La Oficina de Asuntos de Desarme de Naciones Unidas estimó que casi el 50% de las muertes violentas entre 2010 y 2015, más de 200.000 al año, involucraron armas pequeñas y ligeras. Como las de destrucción masiva están más controladas, la proliferación de las armas convencionales supone para muchos una mayor amenaza para la seguridad y la paz internacional.

Ejemplos como las minas terrestres y los restos explosivos de guerra no saben de fronteras o situaciones políticas. Sembradas en las dictaduras de Chile o Camboya, por guerrilleros en Colombia o durante las guerras enVietnam y Siria, se estima que las primeras matan o mutilan cada año entre 15.000 y 20.000 personas. Aún con el descenso de casos de los últimos años, la crisis por la pandemia ha ralentizado el desminado a nivel mundial.

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Sin embargo, la mayoría de muertes por armas de fuego son por violencia criminal ajena a conflictos armados. Pese a que existe un marco internacional que regula el comercio de armas convencionales, muchas acaban en manos del crimen organizado, terroristas, piratas y otros actores ilegales. En Centroamérica, que cuenta con altas tasas de homicidio, el 77% se cometen con arma de fuego. Además, la industria armamentística mueve mucho dinero: las veinticinco mayores empresas del sector —las cinco primeras estadounidenses— generaron 361.000 millones de dólares en ventas en 2019. Y no se espera que ese flujo disminuya, como parece confirmar el creciente gasto militar de los últimos años.

Armas pequeñas… de destrucción masiva

El derecho internacional humanitario ha sido clave para limitar las armas convencionales más dañinas o de uso indiscriminado, permitiendo a los Estados anticiparse a los desafíos que plantea la aparición de nuevos armamentos. Sin embargo, estas armas, ligadas tanto a los conflictos bélicos como a la delincuencia, no van a desaparecer, y todavía se cobran cientos de miles de vidas al año. El entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, ya era consciente de ello en el año 2000: no en vano aseguraba que estas serían las verdaderas armas de destrucción masiva.

Lanzallamas, minas y bombas de racimo: las otras armas que está prohibido usar en la guerra fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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