…Por la tarde decidimos ir al Hospital de la Cruz Roja de Luang Prabang para disfrutar de un masaje tradicional de hierbas. Nada más entrar, es primordial descalzarse y dejar los zapatos en la entrada. Una profesional se me acerca, me coge de la mano y me lleva a una pequeña habitación. Aunque más bien el lugar parece un cuchitril, me dejo llevar por la buena mujer. Me dice en su incipiente inglés que me desnude de arriba abajo.
En el habitáculo, hay una minúscula colchoneta de espuma en el suelo, me coloco hacia abajo, ella me tapa las nalgas con una pequeña toalla y empieza a untarme con una especie de ungüento aceitoso con aroma a hierbas para facilitar el masaje. Diría yo que este es una mezcla del masaje tradicional tailandés que resulta también muy efectivo, relajándome al instante.
Antes converso un poco con ella para interesarme por su oficio. Las masajistas que se encuentran aquí son unas auténticas profesionales y ocupan cuatro años de estudio para poder ejercer este trabajo.
Es una delicia dejarse hacer durante una hora, que te masajeen el cuerpo y abandonar la mente por unos instantes. Me quedo callada y al cerrar los ojos, me concentro en el proceso, me va tocando todas las zonas y puntos sensibles.
Ahora la masajista me hace ademán para que me de la vuelta boca arriba. Pasa el tiempo sin darme cuenta, ya más relajada clavo la mirada en las aspas del ventilador que dan vueltas lentamente bajo el techo inclinado de vigas de madera. Me siento abandonada al placer. Afuera rompe a llover.
Y es en este momento cuando mis pensamientos comienzan a ser más sensuales... quizás es debido al calor de la sala... El relax que siento me activa la imaginación que transita por mi mente sin detenimiento, descendiendo por un torrente de sueños eróticos sin límites…
Continúa lloviendo fuera y me concentro en el sonido del agua que insistentemente golpea los muros con furia. Me sumerjo como si me encontrara en un túnel de placer y a decir verdad, mi mente me transmite que no me importaría en absoluto que la masajista siguiera más allá…
Al finalizar el masaje, colmada de deseos y de sensualidad en
silencio, despierto del trance que me
devuelve a la realidad abriendo los ojos y viendo en primer plano la cara de la
masajista que me dice que ya puedo vestirme.
En la gran sala hay más gente local haciendo sauna, los hombres se encuentran ataviados con el sarong que les cubre sus delgadas piernas y las mujeres sorprendidas en su intimidad me dan la bienvenida asintiendo y dejando un lugar libre para sentarme. Junto a ellas intercambio impresiones y sonrisas en medio del vapor.
Antes de marchar de la sala doy las gracias en laosiano a la masajista de la sonrisa perpetua. Me visto y salgo flotando, me coloco el calzado y espero a que mi pareja salga. Junto a la sauna hay una zona para descansar y tomar algo caliente. No hay nada más relajante que un te de hierbas después de finalizar la sesión.
Me despido de la masajista con mi mejor sonrisa. Si adivinara ella todo lo que se me pasó por la cabeza unos momentos antes, sentiría vergüenza…