Estaban todos. Ahí, en el cemento del estadio de Vélez, para dar el grito fantaseado durante 35 años. También, en el Cilindro de Avellaneda, donde la pantalla gigante atrapaba miles de ojos. Y por supuesto, en cada casa y bar del país, con las miradas incrustadas en los televisores. Alguien, en cambio, lo vivía de una manera extraña. A diez mil kilómetros de distancia, en Barcelona, Hernán Casciari degustaba el título de Racing sin los comentarios de su padre, ni la comodidad de su sillón. El campeonato fantaseado toda su vida, pero con un decorado vacío de ruidos y compañías. Y así lo retrataba en este texto maravillo. Lejos del dolor por la crisis argentina. Lejos de la fiesta de la Acadé.