El discurso de CFK en la inauguración del período anual de la sesión legislativa se caracterizó por un reparto de sopapos a propios y ajenos, así como por un indisimulado intento de iniciar la agenda electoral sin compromisos con nadie, instalada en el vértice de la política nacional, rodeada apenas por una camarilla de negociadores económicos y otra camarilla de asesores ‘intelectuales' -a una buena distancia de las camarillas que gozan de representación política (sean barones del conurbano o gobernadores falderos). A los diputados y senadores les reprochó la inercia parlamentaria -aunque cuando ‘trabajan' les estampa el veto presidencial- y a sus amigos sindicalistas les endilgó las huelgas en los servicios públicos, pero no los crímenes políticos ni la adulteración de medicamentos sensibles. Bajó una orden para que su vicepresidente en discordia silencie a unos pocos partidarios que hacían ruido, pero no se incomodó con los cantitos y papelitos que la ensalzaban desde los palcos, aunque convirtieran al recinto del Congreso en el escenario de inauguración del Apertura. Se mostró como madre y maestra de los más pobres, aunque la pobreza y la indigencia sigan en porcentajes descomunales, mientras la Bolsa y los títulos públicos se disparan a las nubes; también mostró simpatía de género con las mujeres -pero insinuó que no dejaría pasar el derecho al aborto. Se mofó de sus propias alcahuetas que la desean ‘eterna', pero dejó al descubierto que trabaja para ella sola, sin tiempo ni ganas para sucesores/as. En un viaje a París, cuando era senadora, declaró con ingenuidad que si fuera francesa, sería bonapartista. Ahora busca realizar ese deseo reprimido sin necesidad de cruzar el Río de la Plata. Cuenta con un pronóstico propio fantástico sobre la economía, que sintetizó en una recaudación fiscal que batió los cien mil millones de dólares. En junio de 2009 no había logrado más de un tercio de los votos cuando la crisis económica tocaba fondo.
El bonapartismo, que es la concentración relativa del poder en una persona, es siempre el resultado de una desarticulación de la organización política. Efectivamente, la llamada oposición, el pejotismo e incluso la burocracia sindical se encuentran relativamente en ese estado. Las condiciones para un régimen político estable se han debilitado, no fortalecido. De manera que la pretensión de la Presidenta de gobernar sobre los deshechos de las fuerzas existentes y de manipular las ambiciones de unos contra otros es un recurso de emergencia. Estamos ante el reconocimiento del fracaso de la tentativa original que postulaba la "reconstrucción de la política", luego del derrumbe del gobierno de la Alianza y del impasse del gobierno de Duhalde. Las "concertaciones plurales" y el "retorno a Perón" duraron lo que un suspiro. La tentativa de bonapartismo es un intento de salvar a la gestión oficial de su propio fracaso. Por eso está poblada de ‘colectoras', es decir del agrupamiento de camarillas rivales. La crisis política abierta en torno a la policía bonaerense es emblemática: están discutiendo lo mismo por enésima vez. La cuestión de "la seguridad" se ha convertido en la cuadratura del círculo, porque es insoluble en el marco político actual. Lo mismo ocurre con el vandalismo de la burocracia sindical, el cual no puede ser superado mientras el régimen necesite la estatización de los sindicatos. El camino hacia el bonapartismo que emprende CFK es, en última instancia, una marcha hacia el vacío.
La Presidenta debería despedir por torpeza al asesor que le susurró que anuncie que no devaluará el peso, por la simple razón de que las devaluaciones empiezan por una declaración en contrario. Pero varios países ‘emergentes' que atraviesan situaciones inflacionarias ya han comenzado a devaluar -por ejemplo Vietnam, Venezuela, Corea del Sur. Necesitan compensar los aumentos de costos producidos por la inflación. La Presidenta negó la intención de devaluar, no por razón sino por necesidad: una devaluación transformaría a la inflación corriente en hiperinflación. Pero eso es precisamente lo que habrá de ocurrir si prosigue el proceso inflacionario. Guillermo Moreno acaba de autorizar un nuevo aumento de precios para los lácteos. Esto permite entender que si el gobierno de Brasil decidió apretar las clavijas a la inflación -con aumentos en la tasa de interés y una reducción de gastos estatales de 30 mil millones de dólares- es porque tiene la intención de devaluar. La elevada cotización del real brasileño penaliza a la industria local frente a la competencia extranjera. Brasil se encuentra, por otro lado, en las vísperas de una crisis financiera debido a que la expansión del crédito al consumo, a tasas de interés usurarias, supera en proporción a la situación norteamericana previa al estallido de la crisis financiera hipotecaria. La devaluación del real o su combinación con una crisis financiera serían suficientes para poner fin a las fantasías bonapartistas.
La Presidenta expuso con satisfacción una realidad financiera que es sinónimo de parasitismo. Las reservas en divisas acumuladas por Argentina tienen un costo desorbitante: rinden el 1% anual, sea si se depositan en el exterior o si se le prestan al Tesoro nacional para gastos o pago de la deuda, pero son compradas al 11% anual cuando el Banco Central absorbe los pesos que emitió para obtener esas divisas. La proporción de dinero que no se absorbe genera un costo aún superior: la inflación, y tasas de interés internas del 30 al 40%. Los bancos ganan como animales, en los libros, pero el endeudamiento de los usuarios, por ejemplo de tarjetas de crédito, es impagable. El mismo parasitismo se manifiesta en los subsidios a las empresas con precios regulados, que se llevan 60 mil millones de pesos, o las reducciones y exenciones impositivas, de 35 mil millones de pesos. En contraste, la meneada asignación por hijo es de 4 mil millones de pesos al año. Una gestión económica que ha elevado la deuda pública de 120 mil a 160 mil millones de dólares, luego de pagar en forma serial la deuda vencida, no puede ser sino caracterizada como parasitaria.
El ciclo ascendente de la gestión económica kirchnerista concluyó con el inicio de la crisis mundial y la disputa con el capital sojero en 2008. Se ha roto un equilibrio económico mundial que está lejos de recomponerse -menos ahora que han estallado procesos revolucionarios generalizados en naciones sensibles e incluso un movimiento de masas en Estados Unidos, signados por el derrumbe fiscal del Estado. Los pronósticos tradicionales no tienen cabida en este marco convulsivo. La inflación, ignorada en el discurso oficial, es una gran desarticuladora de quimeras y plantea una lucha social y política a las masas trabajadoras.
Jorge Altamira