Revista Libros
Mariano José de Larra.
Obras completas.
Tomo I. Artículos.
Tomo II. Novela. Poesía. Teatro. Varia.
Biblioteca Avrea Cátedra. Madrid, 2009.
Murió de viejo antes de cumplir los 28 años y todavía ahora, recién cerrado el bicentenario de su nacimiento, nos sigue pareciendo un contemporáneo. Mariano José de Larra (1809-1837) sigue siendo, con todas sus contradicciones, su desgarramiento y sus zonas de sombra, un escritor actual.
Su formación neoclásica le dotó de una concepción de la literatura más cercana a la ética ilustrada – lo primero que publica es una Oda a la exposición de la industria española- que a la estética individualista del Romanticismo. Y por eso, el cambio de rol del escritor entre el final de la edad moderna y la época contemporánea le cogió a Larra con el paso cambiado. Ese cambio de papel, que desplazaba al escritor a los márgenes de la irrelevancia social lo sufrió Larra en primera persona, desconcertado tras comprobar la incapacidad de la literatura para transformar la sociedad.
Larra, que fue el creador de un costumbrismo alejado de toda nostalgia, un costumbrismo que miraba hacia delante y no hacia atrás, comprobó el fracaso de su idealismo transformador y regeneracionista. Entonces empezó para él una caída libre que se complicó con circunstancias políticas y personales. A partir de 1836, Larra es sobre todo un perplejo que no entiende la suma de sus fracasos y que no acepta la ausencia de respuestas sociales a su literatura.
Complejo y contradictorio ideológicamente, neoclásico y romántico, conservador y liberal, ambicioso y desengañado, introvertido y exhibicionista, su metro sesenta no le impidió ser un dandy, pero no deja de ser una muestra de las contradicciones de aquel hombre desgarrado entre la realidad y el deseo que proyectó su peripecia sentimental en El doncel de don Enrique el doliente y en Macías el enamorado.
Larra fue desde niño una víctima de aquella guerra civil que la propaganda llamó guerra de independencia. Sufrió aquel enfrentamiento fratricida en su propia familia con un padre afrancesado, médico del ejército de Napoleón, y un abuelo patriota que provocaron su desarraigo familiar y su marcha a Francia.
Y hay siempre un contrapunto trágico entre lo privado y lo público, entre la biografía de Larra y la situación histórica, que confluyen dramáticamente la tarde del 13 de febrero de 1837, lunes de carnaval, en aquel pistoletazo en su casa de la calle de Santa Clara que ha pasado a la historia de la literatura española.
Aquella tarde coincidieron en uno solo todos sus fracasos: el desengaño amoroso por el abandono de Dolores Armijo se sumaba al fracaso político de su proyecto regenerador y moderado que frustró la sublevación de los sargentos de La Granja y a la insoportable presión del descrédito que había sufrido en la prensa progresista.
Aunque Larra se había alineado siempre con la reacción y el absolutismo: desde su ingreso en las milicias reaccionarias de los Voluntarios Realistas hasta el apoyo al gobierno moderado de Istúriz sólo se había permitido una parada en el centrismo de Cea y en alguna efímera veleidad progresista. Es otra muestra de sus contradicciones: quien apoyaba en la práctica a la España tradicional renegaba de ella en sus artículos: Solamente el tiempo, las instituciones, el olvido completo de nuestras costumbres antiguas, pueden variar nuestro oscuro carácter.
Hay un momento crucial en su vida y su obra, un punto sin retorno. una definitiva bajada a los infiernos. Es en el segundo semestre de 1836 cuando Fígaro es cada vez más un Larra amargo y desesperanzado. A partir de ese momento, el sujeto y el objeto de la crítica se superponen y él mismo se convierte en objeto de autocrítica. Es lo que ocurre en El día de difuntos de 1836 (¡Aquí yace la esperanza! ) y La nochebuena de 1836 (¿Llegará ese mañana fatídico?), que reflejan su desazón, su pérdida de la autoestima y son la expresión anticipada de los impulsos suicidas de un Larra desarraigado de sí mismo que ya se sentía más en el mundo de los muertos que en el de los vivos: como estoy viviendo de milagro desde el año 26 –escribió- , me he acostumbrado a mirar el día de hoy como el último".
Pese a todo, fue un heterodoxo y un adelantado a su tiempo, reivindicado por sus nietos del 98 y luego por un poeta como Cernuda, un dramaturgo como Buero Vallejo y un narrador y ensayista como Juan Goytisolo.
Para culminar la conmemoración del bicentenario de Larra, Cátedra publica la que hasta la fecha es la edición más completa de su obra: dos tomos con sus Obras completas con edición, introducción y notas de Joan Estruch Tobella.
Un primer tomo de artículos ordenados cronológicamente permite comprobar su evolución ideológica y vital, su progresivo desengaño, desde el primer impulso modernizador –más ilustrado que romántico, más social que individualista, más regenerador que rebelde- hasta el desasosiego amargo de la sátira ácida. Es la mejor herencia de Larra, que hizo del artículo periodístico un nuevo género literario, con el costumbrismo casticista de El duende satírico del día, el análisis político y sociológico de El Pobrecito Hablador, o la expresión de su personalidad atormentada en el Fígaro de La Revista Española y El Observador, donde acabó describiendo la vida como un amasijo de contradicciones, de llanto, de enfermedades, de errores, de culpas y de arrepentimientos.
En el segundo tomo, su novela histórica, sus dramas en verso, su esporádica poesía, su epistolario, las traducciones y adaptaciones teatrales de aquel escritor complejo y contradictorio que pasó en pocos meses de la crítica constructiva a la desesperación del suicida ante un carnavalesco desfile de máscaras, la alegoría siniestra de este viejo país.
Santos Domínguez