Una camisa con un desgarrón así no la hubiera remendado nadie, pero el que le cosió la cara a ese tal Harry debió de ser un médico con alma de sastre. «Soy Harry. Ni me has visto ni jamás volverás a verme», fue su saludo en la cuneta de una carretera olvidada. Le entregué el sobre con dos fotos de mi esposa y el dinero. Su voz aguardentosa me sosegó tanto como si el diablo me diera las buenas noches: «Todo irá bien». Abrió la puerta de mi coche y se quedó esperando a que me alejara, convirtiéndose en una figurita menguante en el retrovisor.
Una semana después, la Guardia Civil dio conmigo en Texas para informarme del accidente de Laura. Regresé para arreglar el entierro y lo del pastón del seguro de vida.
Sé que soy un malnacido y, aun así, Mary —ansiosa por verme de vuelta— me tiene en un pedestal de oro. Pasado un tiempo prudencial, nos casaremos. Ese fue nuestro trato. Al teléfono, me cita la Biblia para tranquilizarme: «Love covers over a multitude of sins». Desconozco su religión, pero temo toparme un día con Harry, el más fiel de sus apóstoles.
Texto: Mikel Aboitiz