Revista Maternidad

Las amistades peligrosas

Por Lamadretigre

LasamistadespeligrosasHay gente a la que le crecen los enanos. O la barba. O los pelos de las piernas. O las cuentas en Suiza. A mí, en cambio, me crecen los Freundenbuchs.

Freundenbuch: Dícese de un libro infernal que se le regala a un niño para que éste a su vez lo vaya entregando a sus amiguitos para que estos respondan aplicadamente a preguntas del tipo ¿de qué color tienes el pelo? ¿y los ojos? ¿cuál es tu comida favorita? ¿y tu película favorita? ¿y tu deporte favorito? ¿y tu mascota favorita? ¿y tu? ¿y tu? ¿y tu? Y así hasta el hartazgo, la saciedad y la necesidad imperiosa de abrirse las venas en canal.

El niño debe además pegar una foto suya y dibujarle un dibujito muy sentido a ese amiguito del que no volvería acordarse jamás si no fuera por el Freundenbuch de marras.

Lo de los alemanes por los Freundenbuchs es una suerte de obsesión con tintes de síndrome compulsivo. Los Freundenbuch se empiezan en la guardería no vaya a ser que el angelito se olvide de alguno de los niños con los que compartió babas en su más tierna infancia. Como los niños en edad de guardería no tienen la costumbre de escribir con pluma estilográfica la ardua labor de devanarse los sesos para decidir qué le deseas al niño en cuestión y qué es lo que más te gusta de él recae sobre las sufridas madres.

En contra de lo que usted pudiera pensar en Alemania las madres, por lo general, no trabajan. Entre otras cosas porque el horario escolar es cuasi imposible de compatibilizar con una actividad laboral seria. Nos encontramos pues con una legión de MASP –madres aunque sobradamente preparadas- con mucha necesidad de darle salida al torrente de talento, intelecto y formación que tuvieron que aparcar siete semanas antes de alumbrar a su primer retoño.

Qué mejor oportunidad para lucirse que los dichosos Freundenbuchs donde estas mujeres abnegadas dan el do de pecho con caligrafías de invitación de boda, respuestas ingeniosas a preguntas insulsas, sentidos homenajes a las virtudes de tus hijos y unos despliegues de purpurina, pegatinas y colores que le dejan a una ojiplática preguntándose cuántas horas habrá dedicado la señora en cuestión a rellenar el formulario de rigor.

Yo tengo tres hijas en algún grado de escolarización. A veinticinco niños por clase, hagan ustedes las cuentas de la cantidad de Freundenbuchs que han pasado por mis torpes manos. Mis hijas, que como su madre son han sido llamadas por el camino de las manualidades ni las artes de ningún tipo, pasan también olímpicamente de los libritos con lo que es habitual que tengamos entre ocho y diez Freundenbuchs pululando por la casa sin que nadie les haga mucho caso. Cuando el dueño del libro empieza a ponerse muy nervioso y les reclama el libro por activa y pasiva las niñas suelen por fin hacer algún garabato para cubrir el expediente y yo relleno a toda prisa los campos en blanco equivocándome no pocas veces de hija. Los devolvemos con un retraso medio de un mes. O dos.

Estas navidades sufrí el acoso y derribo de un padre cuya hija se ha mudado de ciudad antes de que mi hija le devolviera su librito. Hasta cien SMS me mandó el señor para ver cómo podíamos quedar para darle el libro hasta que juré solemnemente mandárselo por correo. Cosa que por supuesto no he hecho todavía pese a que él muy diligente me manda un SMS diario para recordármelo.

Ayer, una vecina me llamó al móvil. Intuyendo que era por el Freundenbuch de su hija no cogí. Y volvió a llamar. Insistentemente. Hasta que llegué a sospechar que me estaba espiando por la ventana.

Esta mañana he recibido la llamada amenazante de otra señora que no conozco madre de una niña de la clase de La Segunda reclamándome con una animosidad espeluznante el Freundenbuch de su hija que por lo visto tenemos desde hace trece días. Los tenía contados.

Me siente acosada. Vigilada. Espiada. Hostigada. Vilipendiada.

Pero una cosa les digo, no vuelvo a poner mis manos sobre uno de estos artefactos del demonio. Por mis muertos.


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