Revista Libros
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, por Michael Chabon
Publicado el 18 noviembre 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Mondadori. 601 páginas. 1ª edición de 2000, ésta de 2002. Traducción de Javier Calvo.
Y éste es el último de los tres libros de Michael Chabon (Washington D.C., 1964) que saqué en septiembre de la biblioteca de Retiro. Como juntos suman casi 1.200 páginas, no me ha dado tiempo a leerlos en un mes, y entre acabar este tercero, escribir su correspondiente entrada para el blog y dejarlos todos listos para su devolución me parece que me va a caer una multa que me va a impedir sacar libros de esa biblioteca durante una buena temporada. Periodo que aprovecharé para intentar aligerar mis cada vez más concurridas estanterías del Ikea de libros inleídos.
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay recibió el premio Pulitzer de 2001 y a priori pensé que iba a ser la novela de Chabon que más me iba a gustar. No ha sido así. Explico por qué:
La acción nos lleva al Nueva York de 1939, a la casa de Sam Clay –de 17 años– en Brooklyn, y al día en que aparece allí su primo checoslovaco Joe Kavalier –de 19–, que ha conseguido, de forma bastante aventurera, llegar a Nueva York tras escaparse de la Praga ocupada por los nazis. Ambos, Clay y Kavalier, son judíos. La habilidad de Clay para narrar historias y la de Kavalier para dibujar se unirá y les va a permitir crear el cómic de El Escapista, un superhéroe en calzoncillos parecido a Superman, pero que comienza su andadura en el mundo luchando en un lugar muy parecido a Europa contra unos ejércitos muy parecidos a los nazis. El trabajo de documentación de Chabon para esta novela ha sido intenso: ha tratado de reconstruir una época que no es la suya (el Nueva York de la Segunda Guerra Mundial) desde una perspectiva original, profundamente norteamericana a la par que posmoderna, el mundo de los cómics de superhéroes. Así, en la página 84 de repente se corta la narración y el autor nos cuenta la historia del cómic norteamericano durante cuatro páginas, pobladas de datos, que parecen una entrada de la wikipedia sobre el tema (primera señal de alarma: un gran escritor no suele hacer algo así, esto es más propio de los escritores de bestsellers).
A diferencia de las otras dos novelas que ya leí de Chabon, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay está escrita en tercera persona, una tercera persona que me ha parecido bastante anodina; aunque es cierto que a veces le guía cierta sorna hacia la propia esencia del material narrado; hablando del cómic: “El desmembramiento de la cultura americana da otro paso adelante” (pág. 159); “Aquella nueva forma chiflada y genial de arte americano” (pág. 169); “Chorradas para tarados” (pág. 223); “Hablamos de un puñado de tipos y una chica que corretean por ahí con calzoncillos largos dando puñetazos a la gente” (pág. 348). (Por otro lado, he de señalar que estas citas están tomadas más bien de los diálogos de los personajes que de la voz narrativa). Lo más habitual, en todo caso, es que predomina en el texto una tercera persona funcional y distanciada de lo narrado. Es destacable el hecho de que Chabon intente trascender a la aparente ligereza del tipo de arte escogido por Kavalier y Clay y reflexione sobre la esencia del artista, sobre sus anhelos o frustraciones, sobre el poder curativo o sustitutivo del arte. El enfoque es interesante: observamos que el narrador está tratando de reconstruir la historia del cómic El Escapista desde una actualidad muy cercana a la fecha de escritura de la novela –es decir, a finales de los años 90 del siglo XX–. Por ejemplo, en la página 171 nos encontramos con una nota a pie de página que dice así: “En 1998, la sucursal de Sotheby’s en Nueva York subastó un ejemplar raro del número 1 de Amazing Midget Radio Comics en muy buen estado”.
Otro aspecto que sí me ha gustado: en esta novela de corte realista existe un ligero elemento fantástico. Kavalier huye de Praga en el ataúd del Gólem de Praga, del que se habla en la narración como de un ser real. Me llama la atención recordar que en la novela de Chabon comentada la semana pasada, Chicos prodigiosos, cuando su protagonista, Grady Tripp, lleva escritas más de 2.000 páginas de una novela que no consigue acabar nunca, su editor, Terry Crabtree, le echa un vistazo y le recrimina que ha metido en ella elementos fantásticos al estilo García Márquez, que no le acaban de convencer. De hecho, he pensado, al empezar Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, que su primera frase estaba influenciada por la famosa primera frase de Cien años de soledad. La reproduzco aquí: «Muchos años más tarde, cuando hablaba con un entrevistador o con un público compuesto por fans maduros en una conversación de cómics, a Sam Clay le gustaría explicar, a propósito de la creación más importante de la que era autor junto con Joe Kavalier, que cuando era un chaval encerrado y atado de pies y manos en aquel tanque hermético que era Brooklyn, Nueva York, a menudo soñaba con Harry Houdini».
Igual que en las otras dos entradas dedicadas a Chabon he citado la wikipedia, voy a hacerlo aquí de nuevo: “Tras el éxito de su primera novela, se publicó en la revista Newsweek un artículo sobre los escritores gays más prometedores, en el que se incluyó por error a Chabon debido a la bisexualidad del protagonista de su libro. Posteriormente, el escritor declararía al New York Times su alegría por este malentendido, ya que gracias a él se ganó la fidelidad del público gay”.
Me llama la atención, en referencia a lo anterior, que en Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, aparece de nuevo –como en los dos libros anteriores– un personaje principal homosexual, que en este caso es Clay. Respecto a esto ningún problema, por supuesto; pero lo que sí me parece curioso es lo siguiente: además de querer mantener a su público homosexual también parece que Chabon desea llegar a un público cada vez más amplio. Lo que menos me ha gustado de la novela es pensar que desde las obras anteriores, Chabon ha bajado el nivel de su literatura y ha escrito un libro, aunque ambicioso en los planteamientos globales, más convencional en el registro lingüístico, y en el que la psicología de los personajes me ha parecido pobre en más de una ocasión. Es difícil relatar una época no vivida y conseguir que las relaciones de causa-efecto en el comportamiento de los personajes sean ricas o contradictorias, es decir, humanas. El odio de Kavalier hacia los nazis me ha parecido que lo definía como personaje de una forma poco sutil. Y su comportamiento a lo largo de los 15 años que abarca la novela me ha resultado poco verosímil.
Me ha parecido detectar todavía más concesiones al bestseller comercial: por encima de la creación lingüística o de personajes profundos, ya comentada, prevalece la descripción de la pura acción, en más de un caso en localizaciones exóticas, como la estación en el Polo en la que recae Kavalier tras alistarse para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Además, Chabon dibuja escenas en las que sus personajes se acercan a personajes históricos –al más puro estilo Forrest Gump–, como Salvador Dalí u Orson Welles.
Así que, de las tres obras que he leído de Michael Chabon, voy a elegir como mi favorita Chicos prodigiosos, porque, a pesar de su exceso de situaciones rocambolescas, la cínica voz narrativa convertía a la novela en una lectura intensa. Tripp sí que era un personaje bien perfilado, con multitud de matices y aristas.
En la solapa de la edición de Mondadori de Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, los editores han escrito: “Como Pastoral americana, de Philip Roth, o Submundo de Don Delillo, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay es una novela universal, maestra”. Aún no he leído Submundo, algo que me he propuesto solucionar durante este curso, pero he de decir que no estoy de acuerdo con la comparación con Pastoral americana, libro que sí he leído y que me parece muy superior al comentado aquí, entre otras cosas porque Roth sí que habla en él, y con verdadera pasión, de un mundo que conoce.
Creo que he acabado escribiendo una entrada bastante negativa sobre este libro, y la verdad es que no pienso que sea tan malo como doy a entender –lo he terminado y eran 600 páginas–. Simplemente me ha decepcionado, me esperaba más de un premio Pulitzer, y lo he acabado, más que con una creciente emoción, con una creciente fatiga. Lo que me hace pensar que no va a ser un libro que recordaré en mi acervo lector con la intensidad con la que puedo recordar, por ejemplo, la lectura de la soberbia Pastoral americana.