Revista Libros

Las aventuras del buen soldado Švejk

Publicado el 06 mayo 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

¿Quién es Švejk?
- “Soy un idiota oficial”
- “…este hombre se hace pasar por idiota para encubrir sus canalladas”.
- “Señores, yo no soy ningún farsante. ¡Yo soy un verdadero idiota!

Cajón desastre de historias infinitas, Švejk es uno de los personajes más singulares de la literatura. Más de un crítico le ha definido como el Sancho Panza checo. Pero no creo que Sancho pueda existir sin Don Quijote, y el teniente Lukáš, el oficial al que Švejk debe servir, no tiene ningún deseo de luchar contra molinos de viento. Y, sin caballero andante, no hay Panza que valga.
La novela de Jaroslav Hašek es una de las obras maestras de la literatura checa y, por extensión, de la literatura europea del siglo XX. Pero si no hubiera tenido que leerla por obligación, la habría abandonado a mitad de sus 800 páginas... o antes. Es lo bueno de las obligaciones, te llevan a territorios por donde nunca habrías caminado, aunque acaben al borde de un precipicio. Porque las aventuras de Švejk terminan así, interrumpidas para siempre. Y ese final sin final permite sentir que el soldado feliz todavía camina y sigue tomando cerveza en su taberna de Praga.
Si no estás obligado, ¿vale la pena leer “Las aventuras del buen soldado Švejk"? Sí, aunque advierto que puedes saltarte alguna de las siempre largas e inoportunas peroratas de este soldado feliz que no duda en presumir de ser un idiota. Si aceptas el reto, te recomiendo especialmente la edición ilustrada de Galaxia Gutenberg, la primera traducción directa del checo al español, con los satíricos dibujos de Josef Lada, fundamentales para respirar entre las diéresis y los acentos circunflejos checos.
La guerra de Švejk es la Primera Guerra Mundial, la guerra que transformó radicalmente el mapa de Europa y que acabó con el imperio austro-húngaro. Gracias a Stefan Zweig, Joseph Roth o Claudio Magris, el imperio perdido ganó en la Literatura la guerra que perdió en la Historia. Pero en la novela de Hašek no hay ni un párrafo de nostalgia por este puzzle de pueblos y culturas. Todo lo contrario. Su sátira es un puñetazo contra todas las instituciones de un imperio al que Hašek odia. 
Como una broma, Hašek – comerciante, oficinista, periodista antes que escritor – fundó en 1911 el “Partido del lento progreso dentro de los límites de la ley”. ¿Un nombre kafkiano?... Bueno, hašekiano más bien. Porque la verdad es que mientras Kafka escribe en alemán, Hašek lo hace en checo. Y aunque los dos viven en la misma Praga y quizá se cruzan un día por la misma calle, el padre de Švejk es una nacionalista que desea que una revolución acabe con ese mundo de ayer que tanto amaba Zweig. Y Kafka es Kafka, como diría  Švejk.
Al fin y al cabo, sentencia este soldado inolvidable, “una monarquía tan estúpida como ésta no tiene derecho a existir”. Y él no es un farsante, aunque quizá sí el espejo de una farsa imperial.


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