Si existe un ámbito en el que la creatividad del ser humano no tiene fin es en el del armamento. Cuando el objetivo es dañar, herir, matar o exterminar a otros semejantes con facilidad, casi siempre hay resultados que ayudan a dicha tarea. Alfred Nobel, inventor de la dinamita y Albert Einstein, quien propuso en 1939 al presidente norteamericano F.D.Roosevelt desarrollar para uso civil la energía nuclear, vieron cómo sus invenciones acababan siendo utilizadas para fines bastante alejados de lo que ellos estimaron en un principio. Del mismo modo, otro tipo de avances armamentísticos menos conocidos también han acabado teniendo efectos terriblemente perjudiciales y que no estaban previstos cuando se diseñaron. La idea de que proyectiles variados puedan matar aunque no hayan dado en el blanco parece algo carente de sentido, pero nada más lejos de la realidad. El invento en particular son los proyectiles con uranio empobrecido, y sus efectos, en constante debate desde el comienzo de su uso masivo en la década de los noventa del siglo pasado, serían los que una constante radiación de baja intensidad puede causar.
Reciclaje de uranio
A pesar de que en los últimos años hayan aumentado las reticencias sobre la energía nuclear y sus centrales por las consecuencias del desastre de Fukushima, hubo una época en la que la energía nuclear era enormemente popular. Todo país que quisiese tener energía barata, limpia – con bastantes matices – y a la vez dar muestras de modernidad, construía su reactor nuclear. Quienes se pudieron permitir este lujo energético, sobre todo potencias occidentales, tuvieron también que hacer frente a una de las consecuencias que tiene este tipo de energía: los residuos nucleares. Como este tipo de desechos que provienen del proceso de generación de la energía nuclear son radiactivos y dicha propiedad no desaparece durante millones de años, o se almacena, lo que genera unos gastos altísimos, o bien se emplean en otras funciones.
Misil tomahawk, con uranio empobrecidoA finales de los años setenta del pasado siglo, en los Estados Unidos, su industria militar empezó a reutilizar ese uranio desechado llamado uranio empobrecido en los revestimientos de los carros de combate y de municiones. Esto no era algo caprichoso y desde un punto de vista estratégico tenía un considerable valor. En los comentados blindajes para carros de combate, la dureza y densidad del uranio empobrecido hacía aumentar considerablemente la resistencia de los carros de combate ante impactos. La misma propiedad, solo que aplicada al revestimiento de proyectiles, hacía de estos mucho más capaces de penetrar blindajes o superficies muy duras como estructuras de hormigón – búnkeres –, que combinado con el hecho de que este uranio es un material pirofórico – se inflama al alcanzar cierta temperatura –, convertía a los proyectiles con uranio empobrecido en una perfecta munición perforante e incendiaria. Su uso era sencillo: al ser disparado contra un vehículo blindado, la dureza del uranio permitía que el proyectil traspasase con facilidad el blindaje enemigo, el proyectil explotaba y gracias a la capacidad incendiaria del uranio, el proyectil explotaba dentro del carro de combate o búnker enemigo, incinerando a sus ocupantes y destruyendo el vehículo por completo.
Tanque Abrams, con uranio empobrecidoHasta aquí todo perfecto. Un arma más. Lo que no se pensó al desarrollar este armamento – o sí se pensó pero no se le hizo demasiado caso – es el hecho de que este tipo de proyectiles, al explotar, diseminan parte del uranio del proyectil por las cercanías del lugar del impacto. Pasamos entonces de tener un simple proyectil a tener uranio radioactivo esparcido por suelos, ríos y aire, un uranio que por supuesto es enormemente contaminante y peligroso para la salud.
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Como tal, un proyectil de estos no contamina, pero si decimos que en la Guerra del Golfo, la de 1991, Estados Unidos disparó 950.000 proyectiles de este tipo en suelo iraquí, el problema que se genera en torno a la salud pública y el medio ambiente es considerable. En la misma década, en la ya extinta Yugoslavia, los Estados Unidos y la OTAN volverían a usar la comentada munición, especialmente en Bosnia y Kosovo. Para iraquíes, bosnios y kosovares, sustancias en proyectiles que cayeron a kilómetros de sus casas les podrían estar matando años después.
Los efectos sobre la salud a debate
Como pasa casi siempre en las etapas posteriores a un conflicto armado, los pulsos de cifras al hablar de damnificados, víctimas y demás afectados se ponen a la orden del día. El caso del uranio empobrecido no es una excepción. Desde las primeras acusaciones en su uso dirigidas a Israel hasta las últimas apariciones de este arma en la reciente guerra de Irak, diversas ONGs, organizaciones internacionales y comités diversos pugnan por esclarecer y cerrar el tema de si la munición con uranio empobrecido afecta gravemente y en el largo plazo a las poblaciones en las que se usa este armamento. A día de hoy, el debate sigue abierto.
Las vías por las que el uranio empobrecido afecta a un ser humano o al ganado son fundamentalmente dos: por vía respiratoria o por ingesta. Está ya demostrado que por vía cutánea haría falta una larguísima exposición y mayor irradiación para que afectase de manera severa. Así, dichas partículas nocivas son peligrosas si se respiran o si se ingieren – esta última manera puede ser a través de la comida o el agua –. Como documenta la Comisión Europea y la propia Organización Mundial para la Salud (OMS), la mayoría de la radiación de este tipo que un cuerpo humano sufre se elimina vía orina o heces. La cuestión es que si la exposición a dicha radiación es prolongada – como puede ser la de una localidad que sufre ataques frecuentes con esta munición – se puede producir un daño considerable en riñones y pulmones.
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Independientemente de esta cuestión médica, la discusión se produce en si los lugares que han sufrido ataques con munición con uranio empobrecido son susceptibles de alcanzar los niveles radiológicos que pondrían a sus habitantes en peligro. Este interrogante es complicado de resolver, ya que durante una época de guerra se hace difícil el seguimiento necesario en los lugares afectados por esta radiación, así como sus supuestos efectos en la población – enfermedades respiratorias, cáncer, malformaciones en recién nacidos, etc. – sólo pueden ser analizados una vez haya transcurrido cierto tiempo.
Durante la Guerra del Golfo se abrió el debate de la novedosa munición; durante la Guerra de Yugoslavia empezó a ser preocupante y comenzaron las primeras investigaciones y tras la última guerra de Irak se han empezado a extraer ciertas conclusiones que ayuden a entender lo dañino que puede ser este invento radiactivo. Instituciones como la Unión Europea, la OMS o la Sociedad Española de Protección Radiológica se han acabado pronunciando sobre la cuestión, coincidiendo todas ellas en que por la composición de la munición, es muy poco probable que afecte de manera severa a quienes se encuentren en zonas cercanas a donde se ha utilizado este tipo de proyectiles salvo larga exposición, si bien es cierto que la OMS ha acabado admitiendo que todavía, y en base a las investigaciones realizadas, no se puede cerrar este debate con el fundamento necesario.
Estas precauciones en cuanto a no precipitarse en las conclusiones se deben principalmente a las denuncias que tanto en Kosovo a finales de los noventa y principios del siglo actual como en Irak a partir del 2004, diversas ONGs, así como informaciones que recogieron distintos medios de comunicación, realizaron en base a deformaciones y aumentos de casos de cáncer. Realmente, estos actores tampoco pueden afirmar con rotundidad las informaciones que denuncian por los mismos motivos que las organizaciones internacionales la versión contraria: no hay medios. De lo que sí se está seguro es que sucesos “sospechosos” en temas de salud pública no son casuales y tienen algún responsable, y en el caso de Irak las sospechas suelen recaer sobre las distintas sustancias químicas y otros elementos que las fuerzas armadas de los Estados Unidos han empleado en territorio iraquí.
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El uranio en la laguna legal
Con el tiempo y a base de cometer atrocidades en diversas guerras, los distintos países – europeos sobre todo – se fueron comprometiendo a finales del siglo XIX y principios del XX a ponerle ciertas líneas rojas a la guerra. En parte son ilusiones y buenas intenciones, pero al menos legalmente se marcó lo que se podía y no podía hacer durante un conflicto armado, especialmente contra la población civil. Todo aquello que se evidenciaba desproporcionado acababa en algún convenio o tratado internacional que lo regulaba para al menos intentar minimizar los efectos perjudiciales. Los genocidios, los venenos, el fósforo blanco y hasta las armas nucleares acabaron pasando por el aro de la legalidad – este último aspecto bajo el Tratado de No Proliferación –.
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Aparentemente, algo tan supuestamente dañino – especialmente para la población civil – como es la munición con uranio empobrecido debería ser uno de esos asuntos que se debería haber tratado ya o se debería abordar lo más pronto posible. Nada de eso ha ocurrido ni parece que vaya a ocurrir. Quienes se ven perjudicados o combaten este proceder armamentístico se agarran a interpretaciones extensivas de otros tratados sobre armamento anteriores para poderlos aplicar a la munición de uranio empobrecido. En el otro lado, los beneficiados por esta munición dejan el tiempo pasar y se escudan en que las sustancias radiactivas de estos proyectiles están en un vacío legal y que nada prohíbe su uso. Desde convenciones sobre prohibición de armamento de 1899 a 1907 hasta al mencionado Tratado de No Proliferación, el uranio-238 anda a vueltas a ver si encuentra un lugar de acogida legal. Hasta encontrar una solución, una quincena de estados tendrá en su poder miles de microarmas nucleares.