"Supongo que necesitaba una vida que pudiera modificar. De haber aceptado una única vida, mi primera vida, habría respetado sus límites. Habría vivido calladamente, sin apenas soñar siquiera. Habría intentado convencerme de que una vida triste y callada no está mal. Pero, en lugar de eso, soñé. Decoré habitaciones enteras de mi pasado con placeres rescatados de otra parte. Incluso enamorarme de ti, Laura. Especialmente enamorarme de ti y sentirme tan cambiado..."
Portada de Las buenas intenciones
Eric escribe desde la cárcel una larga carta a su esposa Laura en la que intenta explicarle los motivos por los que se llevó a su hija y que le han conducido a su situación actual. Este es el inicio e hilo conductor de "Las buenas intenciones". A lo largo de sus páginas, Eric no sólo recrea el viaje que emprende con su hija Meadow, que cuenta tan sólo seis años, también se retrotrae a su infancia, los inicios de su relación con Laura y otros momentos claves en su vida para que podamos comprender el porqué de su comportamiento. Sin embargo, más que comprenderle lo que hacemos es desarrollar una especie de empatía injustificada hacia él, porque por más que asistamos a una equivocación tras otra en su manera de proceder, no podemos dejar de sentir simpatía e incluso cariño por Eric."De pronto quería distanciarme de Meadow. O, mejor dicho, quería distanciarme del amor que sentía por ella. Se me había olvidado el remolino que se crea cuando amas a un niño. Porque quería estar con mi hija más que cualquier otra cosa en el mundo, y al mismo tiempo quería verme libre de ese deseo. Y quería verme libre de ese deseo porque sabía que mi tiempo con ella estaba contado. Tú, yo, la muerte, sus años de adolescencia... ¿qué marcaría el final? Fuese lo que fuese, no dependería de mí."Eric adora a Meadow, sí, la adora, y tal vez sea por ello por lo que nosotros le adoramos a él. O quizás también sea porque Eric no deja de ser en realidad otro niño. No es que adolezca de un complejo de Peter Pan, Eric sí quiso crecer, pero en un punto de su infancia decidió inventar una vida nueva que se ajustaba más a sus anhelos y con ello se quedó anclado en su niñez. Quien quiso ser llegó un momento en que se desvaneció porque nunca fue real y quien alguna vez fue terminó desdibujándose con su renuncia. Eric simplemente no es nadie pero él no lo sabe y cuando lo averigüe será ya demasiado tarde.
Amity Gaige crea un personaje fascinante, al que amamos y rechazamos a partes iguales. No podemos evitar las ganas de reprenderle constantemente y sin embargo lo seguimos de forma incondicional. Eric se desnuda en su carta, se despoja de su identidad creada, escribe lo que nunca ha dicho, ni siquiera a sí mismo, y sin embargo, al terminar de leer sus palabras, seguimos sin saber realmente quién es. Pero pese a su confesión somos incapaces de condenarle. Tan sólo nos queda el deseo de abrazarle, de acunarle, de consolarle.
"Me preocupaba que la niña agarrase su mantita y se marchase sin más. Lo que no sabía es que estaba ya irremediablemente atada a mí, que era yo quien podría haberme alejado de ella, que podría haberla dejado en la puerta de la estación de bomberos y, al cabo de un año o dos de esforzadas justificaciones ante mí mismo, apenas habría vuelto a acordarme de ella. Mi hija casi no me miraba, como avergonzada por su posición, la cintura de sus braguitas de lunares le salía por encima del elástico de sus pantalones de pana. El corazón me dio un vuelco. Qué "abandonable" es un niño."
Berlin wall. Fotografía de David Rosen
La escritora estadounidense consigue mantenernos pegados a su relato. Su prosa es rica y cuidada, sabe alternar los momentos temporales y los sucesos y reflexiones con habilidad. Nos regala además pasajes y párrafos reveladores, de esos que hay que marcar y subrayar, y que me vuelven luego loca para seleccionar los que os dejo aquí. Es la tercera novela publicada de esta autora pero la primera traducida al español. Espero por el bien de los lectores españoles que no sea la última."El novio estaba enamorado de ella. Eso no era mentira. Y cuando estaba enamorado de ella, un minuto ya no parecía un medio para llegar a una hora, sino que cada minuto era un fin en sí mismo, una quietud dotada de una imprecisa circularidad, un territorio sutilmente sugerido en el que estar vivo. Este sortilegio que el amor obraba con los minutos dotaba a las horas y los días de una especie de vaguedad trascendental que alentaba en el novio una absoluta falta de ambición y era lo más cercano que había sentido a la auténtica alegría, al auténtico alivio. Y el novio todavía se preguntaba qué habría pasado de haber podido mantener eso, de haber podido seguir así, enamorados, si tal vez habrían emergido, a través de un agujero de gusano, en un lugar donde su amor pudiera ser permanente. Porque, al final, las grandes fuerzas en conflicto de nuestra existencia no son la vida y la muerte (eso ha llegado a creer el novio), sino más bien el amor y el tiempo. En la mayoría de los casos, el amor no sobrevive al paso del tiempo. Pero a veces sí. A veces tiene que sobrevivir."Decía al inicio de esta reseña que sería fácil quedarse sólo con el hecho del incumplimiento del régimen de visitas a su hija por parte de Eric. Sin embargo esto no quiere decir que haya que menospreciar todo el potencial que ello nos ofrece. La novela nos invita a reflexionar sobre la deriva de las relaciones de pareja y cómo afecta ésta a los hijos en común. También ahonda en lo frías y vacías que son a veces las leyes pero en lo necesarias que se hacen para ponernos de acuerdo cuando no hay comunicación. El traspaso de los límites legales subyace durante todo el libro y no sólo respecto a la huida del padre con la hija. Eric ha jugado con esos límites toda su vida y los ha estirado tanto que no sabe reconocer cuando está cruzando la línea. Si tuviera que deciros que de todo esto nos habla "Las buenas intenciones" probablemente os diría la verdad y sin embargo a la vez os estaría mintiendo, pues nada de esto se nos dice en el libro de Gaige pero todo ello se me ha venido a la cabeza mientras pasaba sus páginas.
"Te gustaba el sentimiento del amor, pero el esfuerzo no te interesa, de manera que te desentiendes. Has renunciado a él porque habría sido difícil. Te gustaba sólo cuando iba bien, cuando te daba buena imagen. Cuando exigía algo más de ti, protestabas; en realidad, lo ignorabas. Se te olvidó tu deuda con ellas, se te olvidó que les debías el esfuerzo de amarlas. Esperabas que al final ellas también lo olvidaran. Esperabas que se olvidaran de ti y se olvidaran de ellas mismas y siguieran llevando con adoración tu estandarte. Ella tardó años en advertirlo. Pero al final, no sé cómo, se dio cuenta. Pero tú... Tu comprensión se hacía esperar. Jamás imaginaste nada más allá de la conquista. Y ésos son los remordimientos que ahora te atormentan, ahora que tienes tanto tiempo."
padre e hija. Fotografía de Leandro Andrade
Es fácil deciros que este libro me ha parecido muy bueno, que tengo la impresión de haber descubierto a una gran escritora y que he sucumbido sin remedio a los encantos de Eric. Es fácil y con ello os digo la verdad. Es fácil deciros que no me gustaría tener a un Eric en mi vida por más que estoy segura de que habría momentos en los que me haría inmensamente feliz, pues a veces las buenas intenciones por sí solas no bastan. Es fácil, y continúo sin mentir. Es difícil explicar a Eric, es difícil hablaros de este libro, englobar todo lo que contiene. Es difícil, pero sigo diciendo la verdad. Es fácil animaros a leerlo, deciros que os va a encantar. Es fácil, pero sin embargo aquí no diría toda la verdad, tal vez a algunos os estaría mintiendo. Es fácil mentiros porque lo que aquí cuento tan sólo es mi verdad y no tiene por qué ser cierta para todos. Es fácil invitaros a descubrir la verdad de Eric y que contéis luego la vuestra. Es fácil creer que cuando te crees un libro ese libro dice verdad, por más que su protagonista sea una gran mentira. Es fácil y para mí es verdad, y esta sí que es una verdad completa y absoluta."Finjo que me necesitan, que por eso zigzagueo entre los carriles hacia la North Shore. Finjo que soy inmune, que no tengo deudas ni ningún futuro que pueda controlarme jamás. Finjo que nunca poseeré nada que no pueda permitirme perder. Finjo que soy imparable, ajeno al hecho de que trece años más tarde me estrellaré contra una pared de cristal que no había visto, y que ese cristal será mi padre. Ese cristal será mi primera vida. Ese cristal seré yo mismo. Estoy cubierto de cristales rotos."Ficha del libro:
Título: Las buenas intenciones
Autor: Amity Gaige
Editorial: Salamandra
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 288
Comienza a leer aquí