No señores, aquí no hay cronología, no hay historia ni datos a raudales. ¡Dejemos eso a los expertos de verdad! Aquí sólo encontrará anécdotas, alguna que otra referencia y demás historias para no dormir sobre ésos personajillos de no más de un metro sesenta, esclavistas, supersticiosos y algo cabroncetes que han resultado ser nuestros antepasados. No me digan que les sorprende…Si buscaban eso, entonces sí, entonces vale. Pueden pasar. Eso sí, quítense las caliga antes de entrar.
Las caliga eran las sandalias típicas de los legionarios romanos. Las tatarabuelas de las que ahora pueden ver en el Stradivarius a 19 euros el par, para que se hagan una idea. Generalmente eran de cuero y llevaban diversas correas que se ataban al tobillo. Para que vean la practicidad con la que llevaban los romanos el asunto del muere, algunas de ellas estaban provistas de tachuelas metálicas, que no sólo reforzaban y ayudaban a la tracción, sino que también servían para herir propinando patadas al enemigo. Ahí queda eso.
Una caliga, quizá no mataron a nadie, pero más de una cara dejarían sellada....
De las caliga heredó su nombre Calígula, uno de los emperadores más polémicos y tarados que gobernó Roma y el imperio en si. Calígula pasó la mayor parte de su infancia en un campamento romano, mientras su padre, el general Germánico, muy admirado en su tierra, arrastraba a la parienta y a los churumbeles de batalla en batalla. Los legionarios romanos, llamaban al nene con el apelativo cariñoso Calígula, que en latín significa botitas, porque a éste parecía que le gustaba eso de probarse las caliga ajenas. Más adelante se demostró esa afición por vestir “rarito” de Calígula, cuando ya tuvo poder y pleno derecho para que cualquiera que se arriesgara a señalarlo con el dedo, tuviera el placer de conservarlo en un frasco como único miembro entero. Busto de Calígula de jovencillo...ya tenía cara de loco.