¿Acaso son los huesos de la tierra lo que estoy contemplando?

He subido hasta las cárcavas del Pontón de la Oliva desde el embalse más inútil que se haya realizado nunca, pues nunca llegó a embalsar agua este pantano que nació en mil ochocientos cincuenta y siete cuando el Canal de Isabel II era a medio camino entre proyecto y realidad para sustituir a las fuentes naturales y los qanats que abastecían Madrid desde los albores del siglo trece. Las cosas del caminar por la vida no salen a la perfección cuando queremos, necesitan tiempo y sosiego, recomenzar y macerar una y otra vez. Pero en nuestros días prima lo inmediato y lo impulsivo. Busca el tiempo y el sosiego, amigo lector ¡tiempo y sosiego! Ten calma.

Llegar hasta las cárcavas es un paseo apto para la mayoría de las personas. Aparcado el coche frente al viejo Pontón, caminamos lo que fue carretera adelante hasta la primera curva cerrada, nos adentramos en los olivos por un camino de piedra menuda y enseguida abandonamos el GR que continúa hasta Valencia, pues aún sonando lejano el lugar se puede llegar a pie siguiendo las señales blancas y rojas del Gran Recorrido. Nos desviamos por el ribazo hacia lo más profundo del arroyo, desde allí una empinada y breve cuesta con su sendero bien marcado nos deja sobre la meseta de las cárcavas.

Allá están, al fondo. De modo que el caminante (dudo aplicarle la categoría de montañero) puede emplear el tiempo en conversar con las aliagas de fornidos pinchos y prometerle otra visita a su frondosidad amarilla en primavera. Puedes conversar con el enebro de resistentes hojas y apelmazados gálbulos. Te recordarán que antaño por aquí se movía vida de labradores, la tierra era cultivo y cereal donde hoy solamente campa la jara que se ha comido los senderos y los caminos de otrora. Te recordarán que la vida se puede deshilachar como el terreno lunar que tienes ante los ojos y tú sabrás, caminante, que las cárcavas tienen voz de silencio.

Continuaré sentado contemplando las cárcavas. El barranco escarpado traerá la noche y su furioso invierno y acaso pueda conversar con los fantasmas de aquellos de construyeron la presa en rigurosas condiciones humanas. Historia de lo que fueron bravas corrientes y hoy apenas llegan a descarnados riachuelos que lamen la arenisca con sueños de otros siglos. Sentado escucho al viento poniendo imposibles cerrojos valle abajo para ocultar el misterio de la descarnada tierra, pero el viento también se cansa de arañar orillas y descubrirá terrenos con vida y riego y valles feraces donde mana el futuro y la libertad.

Javier Agra.