Revista Cultura y Ocio
Todos escondemos ignominias en algún rincón del alma o del calendario. Signos de que somos portadores de una mancha oscura que nos impide ser felices; o que, al menos, dificulta grandemente nuestra dicha. En el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, este tipo de personajes adquieren (y estoy pensando en obras como El tragaluz, sin ir más lejos) una dimensión especial, poderosa, turbia, casi cenagosa.En Las cartas boca abajo volvemos a encontrarnos con algunos de estos tristes especímenes, que consiguen ponernos un nudo en la garganta gracias a la pericia analítica del escritor alcarreño: el matrimonio sin amor constituido por Adela y Juan; el silencio autista o perturbado de Anita (hermana de Adela, que vive con ellos); la presencia contumaz de Mauro, el típico hermano gorrón y fracasado, que se adhiere como una lapa al matrimonio para usar su teléfono, ver lavadas y planchadas sus camisas o dormir ocasionalmente en el sofá; el hijo que ansía alzar el vuelo con la ayuda de una beca, para alejarse del ambiente chato que lo rodea... Y, como telón de fondo, la presencia triunfadora de Carlos Ferrer, antiguo compañero de estudios de Juan y actual eminencia intelectual, que cortejó a Anita y Adela y que hoy constituye una atalaya que todos los personajes de la obra contemplan con envidia, rencor o frustración. Todos los vectores de la pieza comenzarán a generar una tensión creciente cuando el grisáceo Juan decida presentarse a una oposición en la universidad y el nombre de Ferrer se convierta en una especie de agujero negro, que atrae, seduce o destruye todo lo que se acerca a sus inmediaciones.
¿Que no se trata de una pieza capital en la trayectoria de Antonio Buero Vallejo? Sin duda. Pero tal afirmación no hay que entenderla como un denuesto, sino que nos coloca ante una verdad cristalina: una pieza “secundaria” del mejor dramaturgo español del siglo XX sigue siendo un trabajo excepcional. Y Las cartas boca abajo adquiere desde luego esa dimensión, porque nos enfrenta con nuestros secretos, con nuestras mezquindades, con nuestros pliegues de sombra, mediante un artificio dramático de enorme calidad.