Revista Cultura y Ocio

Las cartas de las discípulas de Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Las cartas de las discípulas de Teresa

Bárbara Mujica, Women Religious and Epistolary Exchange in the Carmelite Reform. The Disciples of Teresa de Avila, Amsterdam Univeresity Press, 2020

Bárbara Mujica, profesora emérita de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos), ha publicado recientemente una extensa y documentada obra sobre las principales discípulas de Teresa de Jesús, centrándose, sobre todo, en su faceta de escritoras de cartas.

El libro se divide en tres partes, cada una de las cuales está dedicada a una de estas carmelitas: María de San José (Salazar), Ana de Jesús (Lobera) y Ana de San Bartolomé (García Manzanas), a quienes la autora denomina las discípulas “más dinámicas” de la Santa.

Muchos elementos hacen de esta obra un trabajo de gran interés. El primero de ellos es que nos permite asomarnos a la historia de la Orden fundada por Teresa de Jesús, y a la misma historia de la Iglesia —en una época tan condicionante como es la contrarreformista— desde una perspectiva femenina, dejando hablar a las protagonistas. Más aún, acercándonos a la voz de su intimidad, recogiendo palabras privadas, como son las de la mayoría de las cartas.

La autora ya había dedicado un volumen al universo de las cartas teresianas: Teresa de Avila, lettered woman (Vanderbilt University Press, 2008). Algunos de los rasgos que allí se señalaban y que identificaban el quehacer epistolar de la Santa vuelven a aparecer años después en los escritos de sus hijas.

El orden que Bárbara Mujica sigue en la exposición del quehacer epistolar de cada una de las protagonistas es, en líneas generales, cronológico. Las grandes etapas vitales de cada una de ellas conllevarán, al mismo tiempo, unos destinatarios y una temática peculiar. También un estilo, muchas veces, condicionado por la situación anímica que ellas atravesaban. No en vano, las cartas son lugar privilegiado para acercarnos a la historia de las emociones, algo que también la autora lleva a cabo en distintos momentos a lo largo del libro.

La primera parte está dedicada a María de San José (Salazar). A pesar de su oscuro origen, es una de las carmelitas descalzas más populares, en buena medida, por su estrecha relación con la Santa, reflejada en las cartas que esta le escribía, y que ella preservó, legándonos más de sesenta misivas. Como no se conservan las cartas que María escribió a la Madre fundadora, la profesora Mújica se vale de las respuestas de esta a María de San José, para reconstruir lo que pudo ser ese intercambio epistolar perdido. Además, la información se completa con otras obras de esta gran mujer, dotada de vasta cultura, que son comentadas al hilo de su peripecia biográfica, como el Libro de las Recreaciones, o Ramillete de mirra, así como fragmentos incluidos en los capítulos dedicados a ella de la primitiva Crónica de Belchior de Santa Ana. La autora sostiene que las cartas de María fueron destruidas (o no preservadas) por tratarse de una figura incómoda para las autoridades de la Orden. Su enfrentamiento con Doria, al lado de Ana de Jesús y Gracián, le valió ser infamada y castigada como rebelde, y morir en extrañas circunstancias, exiliada de su comunidad. Solo un puñado de cartas se conservan, pero bastan para hacernos una idea de su talento y de su capacidad para luchar por medio de la palabra. Así, un Viernes Santo, estando recluida e incomunicada una celda de su convento de Lisboa, dirige un escrito a sus hermanas titulado Carta que escribe una pobre y presa descalza consolándose y consolando a sus hermanas e hijas que por verla así estaban afligidas. No es un texto para inspirar pena, sino, por el contrario, una muestra de resistencia de alguien indoblegable.

La segunda parte se centra de Ana de Jesús (Lobera), (1545–1621) la llamada “capitana de las prioras”, a quien Juan de la Cruz dedicara su Cántico y fray Luis de León su Exposición del Libro de Job y la primera edición de las obras teresianas que editó en 1588. También fue calificada de rebelde y castigada por su empeño en conservar las constituciones teresianas frente a las reformas introducidas por Doria y sus partidarios. Precisamente este año 2021 se cumplen cuatrocientos de su muerte.

Bárbara Mújica retoma la historia donde quedó en la primera parte:  en los intentos de llevar el carmelo a Francia por parte de Jean de Bretigny (o Juan de Quintanadueñas), quien conoció a María de San José y quiso que fuera una de las fundadoras, pero la prematura muerte de esta lo impidió. Ana de Jesús sería la elegida para encabezar el grupo de monjas que llevarían el Carmelo a Francia y después a Bélgica.

Este periodo en la vida de Ana fue también duro. El conflicto y la enfermedad se hicieron presentes. Se enfrentaba a la dureza de iniciar una fundación en tierra extraña, rodeada de quienes la mentalidad de la época denominaba herejes por su traición al catolicismo, presionada por quienes habían sido puestos como autoridades de los conventos en Francia, y principalmente por Pierre de Bérulle, con un proyecto de Carmelo muy diferente de la que tenía en mente Teresa… Ana de Jesús vería una salida airosa cuando se le pidió ir a  fundar a Bruselas.

La Madre Ana, a diferencia de Teresa, no quiso escribir obras espirituales. Pero de ella se conservan numerosas cartas, que se diferencian bastante según los destinatarios, tanto en contenido como en estilo. Mujica apunta que la imagen que nos llega a través de las primeras cartas conservadas es la de una mujer llena de energía y confianza en sí misma, entusiasta, dispuesta a embarcarse en una aventura más allá de su país, al servicio de la fe. Y apunta, recogiendo las opiniones de otros autores, que, en la decisión de marchar a fundar a Francia pudo influir su deseo de dejar atrás su incómoda situación en la Orden.

Uno de los temas que, a lo largo del libro, se aborda, como no podía ser menos, es la relación entre Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, un asunto controvertido que divide a los estudiosos, partidarios de una u otra Ana. Mujica comparte la visión de Concepción Torres, para la cual se trataría de dos posiciones legítimas e irreconciliables dentro de la tradición teresiana.

En cuanto a los destinatarios de las cartas de Ana de Jesús, destacan el agustino Diego de Guevara y la carmelita descalza Beatriz de la Concepción. Con el primero, el estilo de Ana de Jesús es cálido y cercano, aunque adolece de cierto tono impositivo, que, en opinión de la profesora Bárbara Mújica, da la impresión de que se comporta con él como “directora espiritual”.

En Francia, Ana de Jesús vuelve a encontrarse con problemas que tienen que ver con la autoridad masculina, que quiere imponerse. Pierre de Bérulle tiene una concepción del Carmelo que poco tiene que ver con el proyecto teresiano, tanto en número, como en estilo y en espiritualidad. Ana de Jesús se convierte en una figura incómoda, que no aceptará imposiciones. Cuando descubre que Bérulle no tiene idea de aceptar las fundaciones del Carmelo masculino en Francia, para perpetuarse como superior, su idea es volverse a España. La invitación de la infanta Isabel Clara Eugenia para pasar a fundar en los Países Bajos evita el regreso.

El gran Carmelo de Bélgica, sufragado por los soberanos, no tenía tampoco mucho que ver con los pequeños conventos que a Teresa le gustaban.  A cambio, Ana de Jesús dedicó mucho de su tiempo a extender la devoción y el conocimiento de Teresa de Jesús, con la traducción y edición de sus libros, en ocasiones, en colaboración con Gracián. A medida que transcurre el tiempo y empieza a sentirse mayor y enferma, crece en ella, según apunta la autora, un sentimiento de nostalgia, apreciable en sus cartas.

Como decíamos más arriba, las cartas de Ana de Jesús a la carmelita descalza Beatriz de la Concepción revisten especial interés y así se destaca en la obra. Durante la fundación de Mons, las dos amigas, que habían viajado juntas desde España, quedan separadas y ese tiempo se comunican epistolarmente. Las expresiones de afecto, que son fáciles de encontrar en las cartas de esta época, hoy nos pueden resultar “extravagantes”, según el término usado por la profesora Mujica, quien concluye señalando lo difícil que resulta catalogar la relación entre ambas amigas. 

El declive final en la salud de la Madre Ana es muy evidente en sus cartas, y se convierte en un tema recurrente, con períodos en los que parece que cae en un estado depresivo. Con todo, no es difícil encontrar en ellas expresiones humorísticas, especialmente llamativas, que nos hablan de una persona capaz de reírse de su propia situación.

Para Bárbara Mujica, las cartas de Ana revelan cómo era la vida diaria de estas mujeres en una tierra extranjera y hostil, en la que se sostienen unas a otras mediante una serie de valores compartidos, el apoyo mutuo y la correspondencia epistolar.

La tercera y última parte está dedicada a la figura de Ana de San Bartolomé, monja lega, enfermera y secretaria de Teresa de Jesús. También, con Ana de Jesús, pasaría a ser fundadora en Francia, y más tarde en Flandes.

En la obra se dice de ella que es “la gran cronista de la generación de monjas carmelitas que siguieron a santa Teresa”. La mayor parte de lo que sabemos de Ana de San Bartolomé se lo debemos a sus escritos autobiográficos (conocidos como Autobiografía de Amberes y de Bolonia).

Por su cercanía a Teresa en los últimos años de la vida de la fundadora, Ana se ve a sí misma como la sucesora por excelencia, como su mejor intérprete. Por el contrario, percibe a las carmelitas participantes en “la revuelta” contra Doria (María de San José y Ana de Jesús, entre otras) como traidoras del espíritu teresiano, del que ella destaca, ante todo, la obediencia a los superiores. En el fondo, apunta Bárbara Mujica, no entendió ni las razones y las intenciones de estas religiosas, a las que malinterpretó y juzgó duramente.

Fue una de las elegidas por Bérulle para fundar en Francia, a pesar de las dificultades que surgieron para ello, venidas de la inseguridad que ella mostraba y de la oposición de su propia comunidad, al igual que por parte de Ana de Jesús. Finalmente, se unió al grupo que habría de implantar el Carmelo en el país vecino.

Como era de esperar, pronto surgieron los roces entre ambas Anas, debido a su diversidad de criterios. Ana de San Bartolomé recibió el velo negro que le permitía ser priora en la nueva fundación de Pontoise. Bérulle era quien manejaba a su antojo las comunidades francesas, y se ensañó con Ana de San Bartolomé, de la que era director espiritual, y a la que no permitía confesarse con nadie más, a fin de reforzar su poder y tenerla bajo su absoluto control. Este trato originó un enorme sufrimiento en Ana, que, por razones de conciencia, no pudo romper con Bérulle, aunque la propia Ana de Jesús la invitó a ir con ella a Bélgica. A través de la correspondencia, asistimos al proceso por el que Ana de San Bartolomé se convence de que Bérulle nunca permitirá que los conventos de carmelitas de Francia estén bajo la autoridad de los descalzos. Este hecho le da fuerzas para salir de Francia y fundar allá donde eso sea posible, en Flandes, pues sabe que esta era la voluntad de santa Teresa. Así, Ana se convertirá en fundadora en Amberes.

Momentos importantes vividos por Ana de San Bartolomé fueron la beatificación (1614) y la canonización (1622) de Teresa de Jesús.

Además de las cartas, la autora también comenta otras obras de Ana que tienen especial interés, como las Meditaciones sobre el Camino de Cristo, obra en la que encontramos un estilo directo, casi conversacional.

El último capítulo de esta tercera parte lo ocupan las cartas de Catalina de Cristo (Muñico) a Ana de San Bartolomé. Es una correspondencia en la que la amistad y una ciega admiración se dan la mano, y que refleja cómo se podía llegar a entender, desde España, la estancia de estas hermanas, en tierras consideradas de herejes, como una especie de martirio.

Tras un capítulo conclusivo, encontramos un índice de temas, personas y lugares, siempre útil en una obra de estas características.

La profesora Mujica termina su obra con una afirmación iluminadora. Si los libros de historia narran lo que sucedió, otros tipos de escritos, como los diarios o las cartas personales nos permiten asomarnos a cómo esos sucesos fueron vividos por las personas que los experimentaron. En el fondo, los hechos son inseparables de esa huella que dejaron en quienes los sufrieron y gozaron. Sigue siendo urgente escuchar la voz de estas mujeres que no solo no escribieron las crónicas de la Orden, sino que tantas veces son ignoradas en ellas. Sin embargo, fueron un elemento imprescindible para implantar la reforma teresiana, darle identidad y sostenerla. Bienvenida la obra que nos facilita el acceso a estas mujeres de vanguardia.

María José Pérez González, ocd

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