Venciendo mi natural buenosairesdependencia, a fines de marzo pasado, pegué una vueltita de tres días por Rosario, una hermosa ciudad que se metió en mi corazón desde que bajé del micro. Tal vez porque, ya caminando por las calles rosarinas, rumbo al hotel, me sentí como si estuviera pisando las veredas de Buenos Aires. No me sentí extraño en una ciudad que ha cambiado en los últimos años, para mirar al Paraná y revalorizar el río, con una serie de parques y obras públicas que cambió la dinámica de la urbe.
Los seguidores de “Libreta Chatarra” en Facebook habrán visto las fotos que subimos de los distintos lugares rosarinos, destacando, especialmente, la arquitectura de la ciudad, edificaciones de la época del auge agroganadero del siglo pasado. Pero nos quedaba una historia por contar, una visita que nos sacudió al descubrir una de las joyas de Rosario que no teníamos la menor idea de encontrar. En tres posts nos ponemos al día con esa historia, lo que habita en las catacumbas del Teatro “El Círculo” y de los pormenores de una visita perfecta.
La historia empieza a fines del siglo XIX, cuando Rosario es una pujante ciudad, montada en el auge de su puerto, punto exportador de las materias primas con las que Argentina se insertó en la economía mundial. Fluye el dinero y con él surge una burguesía local. Y entre las necesidades de una clase acomodada, comienza la demanda de una sala de ópera (la música del momento) para, además de cultivar el espíritu, tener un lugar donde exhibirse socialmente.
En 1888, respondiendo a esa demanda de la sociedad rosarina, se crea la S.A. Teatro La Ópera constituida para crear un gran teatro lírico, en el solar de la calle Laprida al 1200. Se elige el anteproyecto de los Arquitectos Cremona y Contri y comienza la construcción… suspendida cuando las paredes apenas rozan el primer piso.
La falta de fondos paraliza las obras y el lugar se vuelve un aguantadero de delincuentes, que medran entre los laberintos de la construcción a medias realizada. El lugar gana fama entre los rosarinos como “La Cueva de los Ladrones” y era escrupulosamente evitada por los transeúntes, sobre todo cuando caía la noche.
En 1889, Emilio Schiffner compra la S.A. quebrada y reemprende las obras del teatro, con la ayuda del especialista en acústica, el alemán George Goldammer que rectifica los planos originales. La construcción no se detendrá. Conceptualmente, el edificio está pensado a partir del eje de simetría que da a la calle Laprida. Se replican los espacios, las puertas, los palcos, de un lado al otro; los espejos sugieren la sensación de infinitud y replicación de planos.
El 4 de junio de 1904, con “Otello” de Verdi, se inaugura el entonces Teatro La Ópera y pronto se vuelve un punto estelar de la lírica nacional. Los espectáculos europeos que cruzaban el Atlántico, hacían escala en Buenos Aires, pasaban a Rosario y luego partían a Nueva York. Era la época de oro del teatro; las estrellas de la lírica pasaban por la sala. Se suceden los nombres de Tita Rufo, Tito Schippa, Arturo Rubinstein, Igor Stravinsky, pero uno está en el corazón del teatro, el de Enrico Caruso, que supo escribir, en una nota luego de su actuación que “las condiciones acústicas de este Teatro son tan completas, que nada tiene que envidiarle a los importantes coliseos del mundo que he visitado durante mi carrera artística, y en tal sentido es parecido al Metropolitan de New York". El teatro llegó a representar una ópera por día.
Pero esos días estaban por quedar atrás.
(Continúa mañana)