La crisis económica del ’30 detuvo la afluencia de recursos; la guerra, la llegada de los artistas del Viejo Mundo. Faltaba el golpe casi letal del cine sonoro, para hacer tambalear al teatro.
La muerte de Schiffner fue la cereza del postre. Tras buscar en vanos interesados en el teatro, la viuda de Schiffner dio la orden de poner el cartel de demolición a la sala. Esa joya arquitectónica de Rosario estaba a punto de desaparecer.
Y ahí apareció la quijotada de un grupo de intelectuales, los señores del Círculo de la Biblioteca, rosarinos que desde 1912 fomentaban actividades culturales en la ciudad, algunas realizadas en el teatro a punto de desaparecer. Con gran audacia, juntaron recursos, hipotecaron sus propias casas y compraron el teatro, salvándolo de un final anunciado. Desde 1943, el Teatro pasa a llamarse “El Círculo” por la asociación que lo salvó de la piqueta.
No hay un dueño del teatro: hay una Comisión Directiva ejecutiva que representa a las decenas de socios que mantienen el teatro. El teatro es propiedad de todos los rosarinos y se va a mantener mientras los pobladores de esa ciudad conozcan la herencia recibida. Hay escasos recursos provinciales para pagar el gasto de iluminación. El resto, hecho a pulmón. A partir de 1998, se efectuó un plan para recuperar el claro deterioro edilicio del teatro, teniendo el punto más alto en 2004 con las obras para acondicionar la sala para ser sede del III Congreso Internacional de la Lengua Española.
Un par de anécdotas de la visita guiada que realizamos a fines de marzo. Tuvimos la fortuna de que la visita se realizara en ocasión del ensayo de “Tosca” que se iba a presentar en el teatro un par de semanas después. Pudimos asistir a los ensayos con la orquesta, escuchar parte de la ópera, ver el vestuario (recién llegado) y hasta estar sobre el escenario en un breve momento de descanso de los artistas.
Y rescatamos un puñado de anécdotas de la visita. La primera, el origen de dos frases del argot artístico. El término “mucha merde” para desear el éxito de una presentación, tenía un significado literal. En épocas de carruajes tirados a caballo, que una obra tuviera muchos asistentes, implicaba que hubiera muchos carruajes, muchos caballos y por ende… ¡“mucha merde”! Otra: “estar en capilla” también es una expresión teatral. La “capilla” es la habitación o espacio contiguo al escenario en la que espera el artista que va a entrar a escena. Esperar en la capilla (léase “estar en capilla”) era el momento de máxima tensión, el paso previo a la gloria o Devoto, a sólo un instante de ser juzgados sin piedad alguna.
Y por último, una anécdota propia del “Teatro El Circulo”. Si uno se para en el escenario, se ve, en las figuras del espléndido techo, la imagen de una egipcia, una joven morena, entre otros motivos relacionadas con la lírica. Hay una tradición entre los cantantes que se presentan en el teatro: si se dirige la voz hacia esa imagen, se logra la mejor performance, aprovechando al máximo las cualidades acústicas de la sala. Así que el consejo a los cantantes que entran al escenario es claro y conciso: “apuntale a la negrita”.
Gran parte de la acústica de la sala, admirada por Enrico Caruso, está soportada por la caja de resonancia existente debajo del escenario. En los sótanos de “El Círculo”, no sólo se encuentra el secreto de la excepcional acústica. Hay un tesoro, tal vez no del todo conocido, un destacado museo de arte sacro que contaremos en el post de mañana.
(Continúa mañana)