Revista Cine
Las chicas del campo (1960), de edna o´brien. la muchacha tranquila.
Publicado el 24 enero 2014 por MiguelmalagaIrlanda, uno de los países más hermosos del mundo, llena de paisajes teñidos de verde, ha sido tradicionalmente también uno de los más desgraciados. Se trata de una tierra marcada por un catolicismo feroz, dominada por el pensamiento eclesiástico más rancio, algo que los españoles han vivido también en sus carnes. Han tenido que pasar décadas hasta que el monstruoso caso de los abusos a menores perpetrados por sacerdotes ha salido a la luz pública. La Iglesia, como ama y señora, también tenía derecho sobre la educación de los jóvenes irlandeses, incluida la redención de los que se desviaban del recto camino (no hay más que ver una película como Las hermanas de la Magdalena, de Peter Mullan para comprobar como se las gastaban hasta hace bien poco). Quizá sea verdad lo de que la ética protestante es más ventajosa para el desarrollo de un país. Lo cierto es que la historia de Caithleen, narrada en primera persona, está marcada por su nacimiento en la Irlanda profunda, un territorio marcado por los usos tradicionales, produndamente católicos y, por tanto, patriarcales, tal y como sucedió con la propia autora, Edna O´Brien.
En la primera parte de Las chicas del campo, que transcurre en esta cárcel rural, como la denomina la propia autora en una entrevista concedida a El País, asistimos a la vida cotidiana de la protagonista, marcada por la presencia siempre amenazadora de un padre alcohólico, que desaparece de vez en cuando para regresar al cabo de algunas semanas después de haberse corrido unas cuantas juergas monumentales a costa de la hacienda de la familia. La madre aparece a los ojos de Caithleen como una mujer mártir, que se sacrifica por su familia, ya que no puede hacer gran cosa para denunciar el comportamiento de su marido (algo que seguramente ni siquiera se le ocurriría). Solo asume el papel que le corresponde, algo que la protagonista intuye, en su inocencia, que no debe ser su destino como mujer.
La concesión de una beca da pie en la segunda parte a que Caithleen acuda junto a su inseparable amiga Baba como interna a un colegio de monjas. Baba es una chica más abierta y descarada que la protagonista, a la que trata casi siempre como a una inferior, aunque siempre existe un fondo de cariño entre ambas, muy necesario para sobrevivir al ambiente opresor impuesto por las monjas. Estas líneas tragicómicas son un buen ejemplo del tono que emplea O´Brien:
"(...)la hermana Margaret irrumpió en el comedor dando palmadas.
- ¡Silencio!
Sus palabras parecían flotar largo rato en la estancia, suspendidas por encima de nuestras cabezas. Empezó a leer un fragmento de su libro espiritual, una historia sobre Santa Teresa, que era lavandera y dejaba que el jabón le salpicara en los ojos para mortificarse.
- Anda que dejar que te entre jabón en los ojos... - masculló Baba, y yo sentí terror, no fuera a ser que la oyeran.
- Voy a beber lejía o algo parecido para largarme de aquí - me dijo cuando salíamos."
Al final consiguen escapar del colegio haciéndose expulsar por el medio más sencillo: un escándalo (de elaboración bastante burda e inocente, por cierto), que choque con la mojigata moral de las monjas. La última parte de la novela transcurre con los esperanzadores aires de libertad de la gran ciudad. Vivir en Dublín permite a las dos amigas evadirse de la moral imperante y empezar a coquetear con hombres mucho mayores que ellas, aunque Baba se siente mucho más cómoda en ese papel que una Caithleen que no se conforma con el mero filtreo: su necesidad de cariño se vuelca en el señor Gentleman, el hombre más distinguido de su pueblo, una especie de semidios a sus ojos. Nosotros como lectores podemos ver la verdad que se le escapa a la inocente protagonista: que no es más que un juguete en manos de un ser detestable, que se aprovecha de la falta de experiencia de ella, deslumbrándola con leves promesas de amor.
Novela en buena parte autobiográfica, Las chicas del campo, seduce desde la primera línea por su sencillo y honesto retrato de la Irlanda más tradicional, un lugar hermoso y opresivo al mismo tiempo. Admirada por autores de la talla de Philip Roth, Alice Munro, John Banville o Samuel Beckett, la obra de O´Brien al fin es accesible al lector español gracias a la primorosa traducción de Regina López Muñoz (antes lo había intentado nada menos que Carlos Fuentes, pero no llegó a terminarla) y a la excelsa labor de dar a conocer autores tan interesantes como desconocidos en nuestro país emprendida desde hace tiempo por la editorial Errata Naturae. Absolutamente recomendable.