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Revista Cine
Las chicas están bien cuenta la reunión de cinco mujeres en un estimulante paraje rural para ensayar una obra de teatro. La obra de Arana, muy influida, creo, por el cine de Jonás Trueba, quiere ser un retrato naturalista y medio improvisado de la convivencia de las protagonistas durante esos días estivales. El problema de la película es que su argumento, si se puede llamar así, se compone de anécdotas triviales que jamás llegan a ser conflictos, centrándose más bien en una fina separación entre lo ficticio y lo real. Por ejemplo, hay un determinado momento en el que el personaje de Itsaso - que se llama igual que ella - sugiere mirar a cámara para recitar un parlamento, lo que resulta para el espectador más extraño que original. Las chicas están bien pretende ser una especie de prontuario acerca de la vida humana, pues se trata de una serie de personajes que se reúnen y reflexionan sobre el pasado, presente y futuro de sus existencias, pero falla, como ya he dicho, en la profundidad de dichas reflexiones. Todo es demasiado leve, banal y aburrido, como si la excusa del naturalismo hubiera impedido hilvanar un argumento cinematográfico medianamente interesante.