Revista Opinión

Las chicas no tienen pilila

Publicado el 06 marzo 2017 por Elturco @jl_montesinos

Publicado en ValenciaOberta.es

No sé si tiene algo que ver que uno tenga el oído curtido desde joven. Algunas de las cintas de cassette TDK90 que deben andar aun por casa de mis padres decían cosas como que las chicas no tenían pilila, y nunca la tendrán, subidú, sibudá o que si me jodías en el suelo, como si fuera una perra, con tales cojonazos se me iba a llenar el culo de tierra. Seguro estoy que guardado en mi antigua habitación sigue el vinilo que reza que todos los ahorcados, mueren empalmados. Podría seguir glosando las preferencias sexuales de El Chivi o Roberto Iniesta, que cantaban Julián Hernandez o Miguel Costas de las putas y la vejez o por qué César Strawberry quemó el Liceo, según decía él mismo. Contábamos chistes racistas, sobre tullidos y machistas. Y hoy en día aún nos saludamos con insultos. Más de uno pensará – pensaremos – de cuando en cuando que si l’agarre, l’espatarre.

Pueden llamarlo pecadillos de juventud. Yo sigo disfrutando como un enano cada vez que veo a Siniestro Total pedirle al Ayatollah que no les toque la pirola, por mucho que salgan puño en alto al escenario, reivindicando una de las ideologías más criminales de la historia. No se fíen nunca de alguien que no tiene vicios. Yo tengo los míos. Tanto rasgarse las vestiduras me resulta un ejercicio fuera de lugar de exageración esperpéntica, tan española, por otro lado.

Insinuar que la homosexualidad o la transexualidad no existen o que deben ser erradicadas es tan atroz y estúpido como negar que los hombres y las mujeres somos diferentes, no sólo físicamente, si no en lo que respecta a otros aspectos de la vida. Negar un extremo u otro es negar la realidad. Polarizar entre un extremo y el otro, no es más que instrumentalizar una realidad para arrimar el ascua política a nuestra sardina. La existencia de homosexuales y transexuales es un hecho cotidiano desde el principio de los tiempos – cosa distinta es que haya podido expresarse libremente en mayor o menor medida – de la misma forma que hombres y mujeres tenemos características que trascienden lo físico y que nos identifican como grupo. Ahora bien, sea el grupo que sea y nos queramos agrupar como nos queramos agrupar, lo bien cierto es que no hay dos personas iguales en todo el mundo, y que cualquier división, agrupación y sesgo queda supeditada a la desigualdad real de todos nosotros y a la igualdad que todos los seres humanos debiéramos tener desde el punto de vista jurídico. La única igualdad. Luego cada uno que se sienta como le de la real gana.

Vivimos un momento histórico en el que todo es ofensivo. Un autobús con un mensaje. Repaso mis cintas y cedés. Miro los vinilos que aún conservo y no paro de repetirme que pasaría si en lugar de hacer caso a aquella asociación que se lo pidió, Loquillo, hoy en día, siga cantando La Mataré. Pienso en esto y en que las cosas han cambiado. Todos hablan de prohibir, de vetar, de impedir por vía legal. De multar y condenar. No hace demasiado una simple petición, justificada y amable servía. Hoy tiene que sancionarse administrativamente. Apelan sin dudar a la policía de la moral. Las ideas se defienden con argumentos, se refutan con razones. No con prohibiciones.

Hay que estudiar a Marx. Comprender la Mein Kampf de Hitler. Tener en nuestras bibliotecas las ideas más atroces. Desmenuzarlas hasta sus más íntimas consecuencias. Saber por qué son tan nocivos sus postulados. Argumentar sin miedo contra sus monstruosidades. El dolor es un mecanismo evolutivo que nos permite saber que algo no está bien. Si no sabemos por qué son destructivas para la especie humana las ideas de Marx o Hitler estamos condenados a caer en sus redes.

Eso sí, ustedes mejor no se preocupen, que Rita Maestre y Cristina Cifuentes estudiarán todo el asunto por nosotros. Ellas, democráticamente elegidas, nos dirán qué ideas son las buenas y cuáles son las malas. Nosotros, pobres mortales del populacho, solo somos lumpen proletariat. Chusma, vaya.


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