Si me miras, sin fijarte demasiado, verás esa cicatriz en la rodilla de la primera vez que salí volando de una bicicleta. Nunca se me han dado bien los deportes que exigen concentración y estabilidad. La verdad es que soy más de soñar despierta y tropezar con los obstáculos.
En la otra rodilla tengo una muy parecida, y si soy sincera, no estoy segura de cómo llegó allí. Deduzco que sería la consecuencia de no darme por vencida ante mis propios límites, puede que esa vez fuera por unos patines o intentando hacer mountain-bike o alguna gilipollez de esas con las que intente poner a prueba mí pobre cuerpo.
En los gemelos encontraras otro tipo de cicatriz, se llaman estrías. Hubo un tiempo en que conseguí poner de acuerdo a mi cabeza con los extremos de mi cuerpo y me convertí en la típica loca de gimnasio, aunque yo lo que quería era engordar así que puede que eso me quite el título. Luego me lesioné, tuve que guardar reposo y volví a ser yo, la vaga que hace silling, pero con estrías en los gemelos.
Subiendo un poco más, llegamos a la cicatriz que recorre mi abdomen, esa se la debo al susto que le pegaron a mi gato mientras lo tenía cargado. Él casi se muere del miedo y a mí se me caían las lágrimas del dolor. Ya casi no se nota, pero al gato le sigue dando miedo que le hagan eso.
En el pecho están las estrías que me llevaron al gimnasio. Si le das a un saco de nervios con un cerebro disperso unos años difíciles, consigues un saco de huesos nervioso, sin ropa que ponerse porque todo le queda grande y con estrías. Tampoco son para tanto, y no, no se van con ninguna de esas cremitas mágicas, no, tampoco con la del Mercadona.
Si miras mis manos, verás que me falta un cacho de huella dactilar, esa historia tiene que ver con un pedazo de turrón sardo y un cuchillo del Ikea que no le recomendaría ni a mí peor enemigo. No sé si me costará más olvidar el cachito de dedo, la cantidad de sangre que salía, a mi vecino con el que apenas podía comunicarme pero que vino a mi auxilio o que en las urgencias de Italia me echaran amukina en el dedo mientras yo miraba desconsolada recordando que aquí eso se echa en las ensaladas.
Al llegar a la cara encontramos las consecuencias de un tratamiento hormonal que llegó tarde pero no lo suficiente como para que fuera irremediable y que ahora me ha devuelto a la adolescencia. Las heridas son la mejor excusa para no tener que maquillarse y dicho sea de paso, seguro que parezco más joven.
Y ahora, si te fijas bien, un poco más allá de lo que ves, verás que en el pecho las cicatrices importantes no son las estrías sino el corazón y todos los pedacitos que lo componen. Sigue latiendo, como un campeón. Habla de amor, de odio, de traición, de soledad, del dolor de perder, de sobrevivir, del duelo y la resignación. Habla de querer rendirse a cada latido, de saberse frágil pero no débil. De las agallas, del tirar hacia delante porque sabe que si para, dolerá mucho más.
En la cara no son las heridas las que deberían llamarte la atención, más bien deberían ser los surcos alrededor de los ojos, que se están tornado negros . Delatan las heridas de cerebro, ese que arremete contra todo y todos, que lucha cada día para que el corazón no le abandone, para curar los surcos que se han creado en sus circunvalaciones, para borrar las huellas que han creado los horrores, que es atormentado cuando hay silencio y se vuelve loco si hay mucho ruido. Ese que si no tiene nada que hacer se lo inventa y que se adentra en cada nuevo hobby como si fuera la última vez que algo le fuera a apasionar. También es ese que me tortura aunque no quiera, que es incapaz de dejarme dormir en paz. Es culpable de lo que soy y de lo que no he podido ser.
Si bajas de nuevo, encontraras los tatuajes entre huesos, esos que hablan de angustia, de miedo, de tristeza, y cuánto más asoman, más muestran la verdadera herida, en la que la vida ha ido clavando cada vez más su cuchillo.
Los tatuajes, al menos los míos, hablan de batallas vencidas, y espero que algún día mi cuerpo sirva para hablar de una guerra con más batallas vencidas que pérdidas.
Las cicatrices no son más que los recuerdos contando nuestra historia.
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