A Javier Marías los datos no le cuadran. Ni a mí tampoco. Decía el escritor en su comentario dominical que “o vivimos con un descomunal agujero de dinero negro, que se nos sustrae a todos, o debemos hasta el pellejo y la totalidad de nuestros órganos…”. Eso será, me digo yo. Basándose en datos proporcionados por la propia Agencia Tributaria, Marías se asombraba de que el 67% de los contribuyentes ganara un máximo de 21.000 euros anuales brutos, y casi el 40% se embolse unos 12.000 al año. Esto supone, colige, que los ricos de ese casi 40% sean meros mileuristas.
Hoy mismo, coincidiendo con la finalización del plazo para presentar la Declaración de la Renta, leo que el 65,5% de los contribuyentes declaró [bien es cierto que en 2008] unos ingresos brutos inferiores a los 21.000 euros, lo que significa unos 1.500 brutos mensuales conforme a los datos de la declaración de ese ejercicio. Por contraste, en los tramos más elevados de rentas declaradas, desaparecieron 2.500 declarantes con ingresos superiores a los 600.000 euros.
En medio de esta catarata de cifras, habré de hacer caso a la consideración que un amigo me hacía el otro día, desde su particular filosofía. Si en este país, me decía él, hubiera realmente 5 millones de parados, esto sería peor que el escenario que se describe en la inquietante novela La carretera del estadounidense Cormac McCarthy. Para quien no la haya leído, o visto la versión cinematográfica de la misma, les contaré que un hombre y su hijo pequeño emprenden una aventura por un mundo post-apocalíptico, destruido tras un cataclismo que sacudió la Tierra privándola de toda razón vital. En su penoso caminar, habrán de toparse con todo tipo de alimañas humanas.
Como dice mi amigo, si España soportara ese ingente número de parados, ya muchos se habrían echado al monte, tal que sugería el otro día en tono de amenaza algún cabecilla de los huelguistas del Metro madrileño. Y no es por no creer sistemáticamente en los datos oficiales. Es que, parafraseando una vez más al que fuera patriarca de la saga de los Garrigues, en este mundo hay tres cosas muy a tener en cuenta: las verdades, las mentiras y las encuestas. O los datos maquillados, añadiría yo al sabio vaticinio del que fuera ministro y embajador de España.