I am in my own mind.I am locked in the wrong house.ANNE SEXTON,«For the Year of the Insane»
Hay epígrafes que son preludio, premonición y constatación. Leo la cita de Emily Brontë previa a estos relatos y ya me siento asilvestrada, inmune en mi osadía y arrogancia, libre aunque, como la de las mujeres del relato del que toma el título este libro, probablemente mi voluntad, aunque propia, también sea «supersticiosa o incitada». Leo la de Anne Sexton y me transporto a esa casa que no sé si es jaula o trampa. Me ocurre como a los niños de La casa de Adela que escuchan cáscara y entienden máscara. Cuán revelador puede ser el inconsciente a veces. Cuán engañosa nuestra mente, que piensa que se adentra más allá de sus límites cuando, sin embargo, está permanentemente chocando contra las paredes acolchadas de la celda que es.
En estos doce relatos hay chicas salvajes y libres, como las de Los años intoxicados y las de Fin de curso, y hay también quienes, como en la recién citada La casa de Adela y en El patio del vecino, se adentran, y además en el caso de estos dos relatos de forma literal, en la casa equivocada. Y luego está ella, Mariana Enríquez, que parece que no está porque su voz se camufla en narradora o protagonista. Ella, que desde la primera frase hará que me olvide de Emily Brontë y Anne Sexton. A ellas las recordaré después, cuando vuelva sobre lo leído. Y entonces rubricaré que el tiro de saeta que fueron sus palabras fue certero.
«Es más difícil respirar en el norte húmedo, ahí tan cerca de Brasil y Paraguay, con el río feroz custodiado por mosquitos y el cielo que pasa en minutos de celeste límpido a negro tormenta. La dificultad se empieza a sentir enseguida, ni bien se llega, como si un abrazo brutal encorsetara las costillas. Y todo es más lento: las bicicletas pasando muy de vez en cuando por la calle vacía a la hora de la siesta, las heladerías parecen abandonadas a pesar de los ventiladores de techo que giran para nadie, las chicharras gritan histéricas en sus escondites. Nunca vi una chicharra. Mi tía dice que son unos bichos horribles, unas moscas espectaculares de alas verdes que vibran y te miran con sus ojos lisos y negros. No me gusta el nombre chicharra; ojalá mantuvieran siempre el nombre cícadas, que se usa sólo cuando están en etapa ninfal. Si se llamaran cícadas, su ruido de verano me recordaría las flores violetas de los jacarandás en la costanera del Paraná o las mansiones de piedra blanca con sus escalinatas y sus sauces. Pero así, como chicharras, me recuerdan el calor, la carne podrida, los cortes de electricidad, a los borrachos que miran con ojos ensangrentados desde los bancos de la plaza».El anterior es el comienzo de Tela de araña y os lo dejo como muestra de lo bonito que sabe escribir la escritora argentina. No es la suya, sin embargo, una narración complaciente, sino «una belleza nueva» como la de las mujeres de Las cosas que perdimos en el fuego que muestran con orgullo sus cicatrices. No es un armazón vacío; nuevamente no son cáscara sus palabras sino máscara, y no porque resulten engañosas sino por la cara oculta que guardan.
«Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados. Tengo que cavar, con una pala, con las manos, como los perros, que siempre encuentran los huesos, que siempre saben dónde los escondieron, dónde los dejaron olvidados».
Cayetano Santos Godino,
conocido como el Petiso Orejudo.
«¿Qué sería un apagón generalizado? ¿Quería decir que íbamos a estar a oscuras para siempre?»Argentina camina sobre huesos y los fantasmas de su pasado despiertan para asustar a las dos amigas de La hostería. En un país de desaparecidos resulta macabro lo tentador que les resulta a los protagonistas de Tela de araña y Pablito clavó un clavito desear la desaparición de los seres que los estorban. En casi todos los relatos, aunque no despierta, la Argentina de Mariana Enríquez late viva bajo sus historias. Es como el río podrido de Bajo el agua negra, ese río «parte de nuestra idiosincrasia, ¿entendés? Nunca pensar en el futuro, bah, tiremos toda la mugre acá, ¡se la va a llevar el río! Nunca pensar en las consecuencias, mejor dicho. Un país de irresponsables».
Ese relato se sitúa en La villa, tal es el nombre que se les da a las zonas marginales en Argentina. El chico sucio, relato que abre este volumen de cuentos, transcurre en el precario barrio de la Constitución de Buenos Aires. «Incluso este lugar peligroso y evitado tenía muchos y agradables sonidos», leo respecto al primero. Y es eso lo que también hace la bonaerense, traernos los sonidos, aunque no precisamente los más agradables, de esos lugares; pero no de los de su ciudad natal, sino que sus lugares peligrosos y evitados están en la wrong house particular que somos cada uno de nosotros.
Ocurren cosas extrañas en estos relatos. Terribles incluso. Pero por inexplicables que nos parezcan algunos de los sucesos, hay en todos ellos algo que suena inquietantemente real y, como le ocurre a la mujer de El patio del vecino al pensar que el chico al que busca es producto de su imaginación, el alivio que nos produce la imposibilidad de su inexistencia no nos protege.
«A lo mejor él decidió que su tristeza iba a estar a mi lado para siempre, hasta que él quisiera, porque la gente triste no tiene piedad», piensa en este caso la muchacha de Verde rojo anaranjado del chico que le contó lo de los fantasmas y japoneses. Pero lo que yo pienso es que la que no tiene piedad conmigo es Mariana Enríquez.
Nos incomoda lo que no entendemos. Siempre lo he pensado. Lo siento así en el rechazo que produce la primera chica quemada que aparece en Las cosas que perdimos en el fuego. Me ratifico en ello cuando en Pablito clavó un clavito los asistentes a un tour sobre los asesinos más famosos de Buenos Aires son incapaces de encajar que alguien mate simplemente por placer. Sin embargo, ahora que he terminado este libro cuyos relatos para nada han terminado en mí, no puedo evitar darle una vuelta a ese pensamiento y vislumbrar que, tal vez, lo que realmente más nos incomoda es entender algunas cosas demasiado bien.
«Tenés que averiguar entonces, preguntar.
-No me animo.
-¿Por qué?
-Porque no sé si el incendio ya pasó o va a pasar».
Disordered Otaku room. Fotografía de Danny Choo
Ficha del libro:
Título: Las cosas que perdimos en el fuego
Autora: Mariana Enríquez
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 200
ISBN: 978-84-339-9806-4
«Olvidar a la gente que sólo se conoció en palabras es extraño, mientras existieron fueron más intensas que lo real y ahora son más distantes que los desconocidos. Les tengo un poco de miedo, además».La frase perturba un poco pero me ha gustado la expresión conocerse sólo en palabras, que es como todos nos conocemos por aquí.
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