Algunos piensan que criticar sus creencias es un acto de intolerancia, pero en una sociedad plural y democrática, las ideas, incluyendo las religiosas, no pueden estar exentas de escrutinio.
La dignidad y el honor son cualidades estrictamente inherentes a los seres humanos. Nacen de nuestra capacidad de razonar, sentir y actuar con autonomía moral. Las creencias son constructos intelectuales, creados y sostenidos por las personas.
Las creencias religiosas, por más antiguas o “sagradas” que sean para algunos, no poseen voluntad, conciencia ni capacidad de sufrir. De hecho, como está demostrado, son plenamente manipulables según los intereses del líder del culto. Por lo tanto, no pueden reclamar derechos ni exigir respeto en el mismo sentido que las personas.
El respetar a las personas significa reconocer su derecho a creer lo que deseen y a expresarse libremente. Sin embargo, este respeto no implica la aceptación incondicional de sus ideas ni la obligación de abstenerse de criticarlas. Si aplicáramos el respeto absoluto a las creencias religiosas, como en la antigüedad, terminamos por restringir el espacio para el debate, la reflexión y el progreso. Volveríamos al oscurantismo.
Cuando se otorga un respeto excesivo a los símbolos religiosos, frecuentemente se hace a costa de los derechos fundamentales de las personas. Como el caso de la Virgen de Guadalupe de acero que fue puesta en la cima de la Loma Larga, en Monterrey, que fue en contra de la voluntad de los vecinos del lugar.
Desde un inicio y hasta la fecha, las creencias religiosas han sido usadas como pretexto para justificar la discriminación, la opresión y la violencia. Desde la persecución de minorías hasta la censura de ideas contrarias, las historias de abuso en nombre de la fe son innumerables.
El proteger las ideas religiosas mediante leyes que limitan la libertad de expresión es absolutamente abominable, pues al hacerlo privilegiamos un sistema de ideas por encima de la crítica legítima y sofocamos la capacidad de cuestionar estructuras que pueden ser opresivas o retrógradas.
Es importante diferenciar entre la crítica a una creencia y el ataque a una persona. Criticar una creencia religiosa no es despreciar a quienes la profesan. Todo lo contrario, la crítica es una forma de diálogo que fomenta la comprensión y la evolución intelectual. Una sociedad madura debe ser capaz de separar a las personas de sus ideas y permitir el libre examen de todas las creencias, sean religiosas, políticas o culturales. Recordemos que la ciencia siempre está bajo revisión, por eso avanza y progresa.
Respetar a las personas significa garantizar que puedan vivir libres de coerción, violencia o discriminación, independientemente de sus creencias. Significa asegurar que tengan derecho a expresarse, pero también a ser desafiadas y cuestionadas sin que esto sea percibido como una amenaza a su humanidad.
No debemos confundir la protección de las personas con la inmunidad de sus ideas frente al escrutinio. Las creencias y símbolos religiosos, por ser construcciones humanas, están sujetos al mismo análisis crítico que cualquier otra idea. Es a través de este cuestionamiento como podemos avanzar como sociedad y así construir un mundo mejor, mucho más equitativo.
Las personas siempre merecen respeto por su dignidad intrínseca. En una sociedad democrática, debemos proteger a las personas por encima de toda creencia religiosa. Así garantizamos la libertad y la sana convivencia. Es lamentable que en pleno siglo XXI tengamos que señalar esto tantas veces y tan seguido.
Ahí se las dejo de tarea.
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