Algo que tenía muy claro desde que Buffalo llegó a casa, era que teníamos que llevarle a conocer el Mediterráneo. Sí, o sí. Él, había hecho un largo viaje para estar con nosotros y aun faltaba tiempo para saber si finalmente se quedaría para siempre. Así que había que aprovechar uno de los días de vacaciones para que Buffalo disfrutase, en primera persona y en familia, de nuestras playas campelleras.
Las playas de El Campello son algo que hay que descubrir por uno mismo. Y hay que descubrirlas en cualquier estación, que la playa no es solo para el verano. Podría contarte lo bien que huele la brisa marina, el gusto que da pasear por la orilla mientras el agua te acaricia los pies, lo bien que sienta ese solecito que te recarga las pilas o lo divertido que resulta hacer castillos de arena. Podría contarte mil y una maravillas, pero nada es comparable a sentirlo en tu propia piel.
Habíamos preparado todo para pasar la tarde en la playa. Cubos, palas, protector solar, merienda, bebidas, toallas... e incluso unas sudaderas por si refrescaba. Y menos mal, porque luego se levantó un biruji...
Marco siente debilidad por una zona en concreto de la playa de Muchavista. Es un punto, de esta enoooorme playa de arena blanca, en el que hay una zona de juegos infantiles que tiene forma de faro. —Vengaaaaa... Vamos a esa... Que los iaios no la conocen y Buffalo tampoco...— Total, que como a los demás nos daba igual un sitio que otro...
Subieron todos a la furgoneta: papá, Marco, Carla, César, la iaia Rosa, el iaio Rafael... Menos mal que Buffalo sabe plegarse super bien. En dos movimientos estaba plegadito y... ¡DE PIE! No se movía ni un pelo. Era genial!!! A pesar de tener los 7 asientos de la furgoneta puestos (que casi no deja maletero) pude acomodarle perfectamente y dejar a su lado las bolsas con las cosas. Solo tuve que quitarle el arco protector y la capota para que estuviese más cómodo y no se golpease contra la puerta. Aunque habría cabido también sin quitárselo. Pero vamos, para que va a ir apretado pudiendo estar cómodo. Si total, ponerlo o quitarlo se hace en cero coma.
Yo tenía un poco de miedo de que no aguantase de pie durante todo el trayecto. Creía que, tal vez, se movería en alguna curva y caería. Así que cuando llegamos abrí la puerta muy despacito no fuese a caerme en un pié. Pero que va. Allí estaba él, como si nada. Ni se había enterado.
Bajaron casi de un salto y se fueron todos corriendo a la arena. Allí nos quedamos nosotros, Buffalo y yo, cogiendo todas las cosas. Menos mal que él siempre está dispuesto a ayudar. Saqué las bolsas y se las fui colocando encima. Toallas y juguetes... al cestillo. Mi bolso... en el manillar. Me quedé mirándole... Me recordaba a la típica estampa del "novio/amigo acompañante de rebajas" Sí, ese que vaga por las tiendas sin decir ni mu, cargado de bolsas, chaquetas, ropa para probar... Vamos, igualito, igualito.
Nos acercamos a la zona de juegos. Marco ya estaba subido en el faro luchando en batallas imaginarias con otros niños aventureros. César y Carla también jugaban en los columpios a que papá los perseguía. Al vernos llegar, vinieron corriendo a sacar cubos y palas para disfrutar con la arena. Los iaios se sentaron en el muro a charlar. Yo vigilaba. Buffalo observaba en silencio, a mi lado. Los peques lo estaban pasando en grande.
No debía haber pasado demasiado tiempo cuando a todos les entró hambre. Divertirse abre mucho el apetito. Senté a César sobre su compañero, sacamos la comida y merendamos. Con la barriga llena y el sol ya bajando, apetecía mucho un paseito por la orilla. Valiente de mí, y confiando en que Buffalo puede con todo, intenté llevarle a la orilla cargado como estaba y a cuadro ruedas. Pero costaba mucho, no podía cruzar por toda aquella arena. Entonces recordé lo que me dijo Bugaboo: "Si ves que a Buffalo le cuesta caminar, ayúdale a ponerse en dos ruedas" Así lo hice. Apreté los botones del manillar, empujé con el pié y... ¡Voila! ¡Buffalo estaba a dos ruedas! Y eso, sin tener que soltar las manos del manillar y sin bajar a César. Metí una de las manos en la cinta de seguridad que lleva colgando en el manillar por si se te escapa y nos acercamos a la orilla.
Una vez allí, volví a poner a Buffalo a cuatro ruedas y nos pusimos a pasear. Disfrutamos mucho de ese paseo cerca del agua. El día era tan claro que podíamos ver al mismo tiempo la costa y las montañas. No había ni una nube. Incluso se divisaba la isla de Benidorm claramente.
Mientras Buffalo, César y yo caminábamos sin hundirnos sobre la arena mojada nos cruzamos con tres mujeres que también paseaban con su bebé y su cochecito por la orilla. Pero ellas no lo estaban pasando tan bien. La diferencia era que una llevaba al bebé en brazos mientras las otras dos paseaban con el cochecito en volandas.
Comenzaba a hacer fresco, el sol se estaba poniendo, debíamos volver a casa. Había que llegar, descargar cosas, meter a la tropa en la bañera, sacudir a Buffalo (que llevaba arena hasta en la capota)... Estaba absorta en estos pensamientos cuando de repente, una ola rompió un poco más fuerte y nos mojó los pies. Seguro que en ese momento, al sentir el frescor del agua en sus ruedas, Buffalo pensó: "Que bonito es el Mediterráneo"
¿Qué otras experiencias le esperan a nuestro amigo? ¿Aguantará Buffalo todo lo que esta familia quiera hacerle? No te pierdas el próximo capítulo de... Las crónicas de Buffalo (Puedes leer los otros capítulos aquí). Si te ha gustado el relato y quieres echarme una mano para que Buffalo pueda seguir viviendo toda clase de aventuras con nosotros, pincha en este enlace o en la imagen de abajo y dame tu voto. Tan solo tardas un minuto. NO HAY QUE REGISTRARSE. Ah, y si me dejas un comentario o lo compartes... ¡¡¡mejor que mejor!!! Un millón de gracias por adelantado. :)
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