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Las cuatro caras de la Locura ( Colaboración con Florencia Pascual)

Publicado el 30 septiembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Me cambie lo más rápido que pude, desalineada y con los pelos todos revueltos de la humedad salí corriendo hacia la facultad. Casi llegando a la esquina, me detuve para acomodarme una de mis zapatillas, me dirigí hacia un banco cercano. Al agachar la cabeza, se me cayó uno de mis invisibles del pelo. Terminé de ajustarme las zapatillas, y miré detenidamente el suelo. Iluminada, pensé que podría haber llegado a la calle, así que me arrodille y puse la cabeza en el piso a ver si podía encontrar el puto invisible. Imposible, me rendí enseguida aunque mi psicólogo diga que no debo hacerlo. 
Cansada, atareada y con los pelos en la cara, entré a la facultad porque ya se hacia la hora para comenzar la clase, pero antes voy al baño. Me miro al espejo, me lavo las manos, pero al darme vuelta para hacer pis, me di cuenta que me encontraba en el baño de hombres, sentí vergüenza como siento cada vez que tengo sexo con Gabriel, salí corriendo, por suerte nadie me llego a ver.
Subí las escaleras, y de vuelta a la espera eterna del profesor, de mis compañeros que siempre tardan, como la felicidad. La ansiedad me carcome la boca del estomago, me fijo la hora, ya era bastante tarde como para que no haya nadie. Fui por todas las aulas fijándome si tal vez me había confundido. Al llegar al bar del subsuel, supuse que la chica que trabaja ahí se había ido hace pocos minutos, ya que vi una de sus tazas quedo mojada por dentro. Todas las sillas se encontraban desalineadas, como si todo un curso hubiese pasado por acá. Que rabia que me dan, como me da rabia mi madre cuando bebe de más, podrían aunque sea tirar la gaseosa que dejaron. De pronto escucho que alguien empieza a hablar, como si estuviera dando clases, me asomo por unas de las ventanas, pero no, otra vez decepción como cada vez que siento los labios de Gabriel tocar los míos. Decepcionada, busco a alguien del departamento de alumnos para que me pueda dar una explicación. No había nadie, como nadie estaba conmigo cuando lloraba en mi pieza . Furiosa, azoté mi cuaderno muy fuerte contra la mesa. Las hojas vuelan por todos lados. Siete elefantes mean encima mío, siento la densidad del liquido. No podía creer que vine hasta acá al pedo. Me tiré del pelo y me arranqué la blusa. 
Terminado el berrinche, me senté en el mismo banco donde había perdido mi invisible, prendí un pucho. Un poco más calmada y tranquila, empecé a observar a la gente que pasaba por ahí, a lo lejos una chica con unas calzas medias rayadas, se estaba deslizando por la rampa de la escalera, como. Al verla más de cerca, vi que ella es una de mis compañeras. Me acerqué y ahí estaban todos mis compañeros, haciendo una ronda y cantando. En el medio estaba el profesor dirigiendo la danza. Camino hacia ellos, pero el muchacho del departamento de alumnos me corta el paso. Me acomoda el pelo, me sube el bretel del corpiño y me abraza. Todo se desvanece, tal como cuando vì a Gabriel acostado con mi padre en mi cama. Desperté en la cima de la escalera, al costado una señora, con un muñeco entre sus hombros, enfrente a una reja,mirando hacia afuera. No le llevé demasiado el apunte, locos hay en todos lados. Me sume al baile de mis compañeros. El profesor se apareció con una máscara incaica y un taparrabos, los demás nos movíamos frenéticamente. 
Ya se hacía tarde, me acerque a mi compañera y le dije que ya era hora de irnos. ¿Irse? ¿Donde? Respondió y comenzó a reirse desatada, todos se rieron. Como se rió mi mamá cuando le conté de papá y Gabriel. Intimidada tropecé con un montón de basura, sentí otra vez el chorro caliente de los elefantes pero esta vez lo vi claro, era mi compañera que gritaba mientras se subía la bombacha encima mío. Me levanto y veo las puertas de hierro que se abren, la señora con el muñeco en andas intenta impedir el paso de un colectivo. Me seco un poco la cara y subo al colectivo, pensé que podría escapar de esta pesadilla, con alegría subí, las luces del techo estaban apagadas, apagadas como mis ojos cuando despierto. El chofer, vestido de blanco ni siquiera me pidió que pague boleto. Cuando llegue al final del pasillo, encendió las luces, parecía una catedral, recordé a las monjas excavas, todo lo que no se hace. En el fondo estaban todos: Mamá, Papá, Gabriel, mi psicólogo. Los abracé, intenté contarles lo que viví. Ellos se miraban entre sí y movían la cabeza con gesto de negación. Me dieron unas palmadas en el hombro y me acompañan abajo del colectivo. Me entregan al chico del departamento de alumnos que me abraza otra vez y me vuelvo a desmayar. 
Cuando desperté miré a la ventana, la señora revoleaba al muñeco hacia afuera. El pequeño juguete voló directamente hacia un cartel que decía “Psiquiátrico Integraciòn”. Tomé uno de mis invisibles y llorando lo apoyé en mis venas, fallé como fallé con la Gillete el día que mi mamá me dijo que no iba a vivir más en mi casa.

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