Resulta imposible confiar en un líder como Pablo Iglesias, que pregona una cosa y hace justo la contraria. De hecho, pocos pecados capitales castigan tanto la imagen de un político como el cinismo. Disfraz con el que Iglesias suele comparecer en la escena pública y que es demasiado endeble si el objetivo pasa por ocultar la verdad que hay detrás de la aparente realidad. Un ejemplo de ese doble comportamiento es el modo en que Podemos presenta las cuentas públicas, ya que una cosa es lo que se muestra y otra muy distinta lo que hay. A los ojos de todo el mundo, apenas gastaron 4 millones de euros durante el ejercicio de 2015. La realidad, sin embargo, es que los dirigentes morados amasaron una cantidad superior a los 14 millones. Eso sin contar los sueldos de sus cargos electos.
Igualmente se nos hace difícil, cada día más, entender la proximidad a la “gente” cuando se sitúa entre el uno por mil mejor pagado de España, gracias a sus excelentes emolumentos, así como a la certada gestión fiscal de sus ingresos, que lo llevan a cotizar incluso menos que el pasado ejercicio. La superioridad moral de la izquierda progresista, del futuro gobierno del cambio, se ve salpicada por irregularidades de sus conspicuos, mucho antes incluso, de alcanzar cuota de pder alguna; la contratación “sui generis” de Echenique, la beca de Errejón, la empresa de Monedero, son ejemplos que permiten, cuando menos, cuestionar la ética de quienes se postulan como regeneradores de la corrupción; no sé a vds., cuando menos a mi, me hacen albergar una más que razonable duda.