Cuando hace muchos años, me contaron lo de las cuentas del Gran Capitán, me gustó la historia. Un capitán al que el rey Fernando le debía, entre otras pequeñeces, el Reino de Nápoles, envidiado por otros poderosos, es acusado de gastar mucho y mal en las conquistas en Italia. El rey pide cuentas al capitán Fernández de Córdoba y éste le contesta aquello de:
“Entre picos, palas y azadones cien millones…”
Esta anécdota que ha transcendido sin que se pueda probar su veracidad, es propia de ciertas instituciones que cuentan con presupuesto blindado.
Un presupuesto que no es discutido ni discutible, unos recursos con los que pueden hacer lo que les da la gana. El Gran Capitán puede que gastara mucho, pero sin embargo cumplió con su misión militar. Algunas de estas instituciones a las que me refiero no sé ni lo que hacen y otras hacen poco y mal. Eso sí, como suele ocurrir gastando de nuestro dinero.Una, como pueden suponer, es la Casa Real. Un presupuesto de casi nueve millones de euros de libre disponibilidad. Pero no queda ahí la cosa. En los presupuestos generales del Estado hay diversos capítulos que, de forma disimulada, ayudan a que nuestros queridos reyes no pasen penurias, vista la precariedad de su presupuesto. Así, a esa miseria de presupuesto habría que sumar, como mínimo, otros siete millones más, que se pagan desde Presidencia y Exteriores en conceptos como sueldos de funcionarios, cenas o viajes, que al parecer no es posible pagar con el presupuesto normal.
Somos muchos los que nos preguntamos por qué el rey, si ha de haberlo y lo hay, no cobra un sueldo como Jefe de Estado y que se las apañe.
Otras dos instituciones sin control tienen que ver con la justicia. Me refiero al Tribunal Constitucional y al Consejo del Poder Judicial, que con 105 millones de presupuestos no me extraña que nadie se quiera ir aunque haya acabado el mandato y que quieran entrar todos. Desde luego, el TC no es precisamente un ejemplo de diligencia, manteniendo sus contenciosos por los siglos de los siglos, y que decir del CGPJ, un gobierno cuyas decisiones no pueden ser más polémicas e injustas. En fin dos joyitas de cuidado.
Además, está también el Defensor del Pueblo, cuyo presupuesto es de 16 millones. Y desde luego, poco sabemos de sus intervenciones, tampoco parece un órgano que tenga un trabajo enorme. No parece que salga humo de actividad por la chimenea de su despacho, precisamente.
También están entre los entes incontrolados, las Cortes Generales. Del Congreso de diputados ya sabemos que día sí y día también, salvo en plenos televisivos, aparece con la mayoría de los asientos vacíos. Y del Senado, alguien tendrá que explicarme para qué sirve y qué poder de decisión tiene. Según está hoy, es dinero público tirado.
Y, por último, ¿alguien me puede decir cómo es posible que el Consejo de Estado tenga 163 trabajadores, un presupuesto de 11,5 millones de euros y nadie sepa qué hace? Parece que su cometido es asesorar y elaborar informes para el gobierno. Desde luego dudo mucho que el gobierno pueda leer informes que efectúan 163 personas a jornada completa, y no hablemos de la eficacia. Si hemos de valorar al gobierno por sus actuaciones y vemos cómo están las cosas: o no les hacen ni puñetero caso o los informes son un desastre. En ambos casos, el resumen es claro, es un órgano prescindible.
Y todos estos se controlan a sí mismo. O sea Casa Real, consejeros de Estado, parlamentarios, jueces de los órganos superiores no dan cuentas de sus gastos, de sus cumplimientos.
Estos son los controladores del Estado, el jefe del Estado, los parlamentarios, los jueces. Y, ¿quién controla a los controladores? La respuesta es clara. Ellos mismos, o lo que es lo mismo, no tienen control.
Y es que estos son como el Gran Capitán, ya saben, cuando le pidieron cuentas, dijo aquello de: “Entre picos, palas y azadones: cien millones…” ¡Y siga la juerga y viva la crisis!
Salud y República