Infografía extraída de CEPA.
Los especuladores de la pandemia
A finales de 2018, Estados en todo el mundo habían sido condenados a pagar a los inversores la sorprendente suma de USD 88.000 millones a raíz de demandas de empresas. Miles de millones de dólares de los contribuyentes que se han desviado de la financiación de la salud pública, el acceso a los alimentos y la creación de empleo.
Ante una crisis económica que pueda provocar hambre o disturbios, un ministro de finanzas se ve obligado a incumplir el pago de la deuda de su país, devaluar masivamente la moneda y congelar las tarifas de agua y electricidad. Como consecuencia de estas medidas, 42 empresas transnacionales entablan demandas argumentando perdida de ganancias. Parecería que se tratara de algo que está sucediendo ahora mismo, pero en realidad es un relato de Argentina en medio de la crisis financiera de 2002. A raíz del COVID-19, esta situación ciertamente podría repetirse en un país tras otro mientras se toman medidas excepcionales para hacer frente a una sacudida económica sin precedentes.Cecilia Olivet, Lucía Bárcena, Bettina Müller, Luciana Ghiotto y Sara Murawski
La escala del impacto económico de COVID-19 recién está empezando a ponerse de manifiesto. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) ha advertido de un “tsunami financiero inminente” que podría reducir la inversión mundial en un 40% y ha instado a que se adopte un paquete de ayuda de USD 2,5 billones para que los países en desarrollo puedan hacer frente a la crisis. Los gobiernos alrededor del mundo se han visto obligados a adoptar medidas económicas y financieras que eran imposibles de concebir hace un par de meses. No sólo se han visto obligados a desembolsar fondos públicos escasos para fortalecer los sistemas de salud, proteger a las poblaciones más pobres y vulnerables, apoyar a los y las trabajadoras y a las pequeñas empresas, y aumentar las prestaciones de desempleo y protección social, sino que también han tenido que adoptar medidas de emergencia como la suspensión de pagos a las empresas privadas o la requisa de empresas privadas para fabricar equipo sanitario esencial.
Las medidas gubernamentales ejercerán una presión sin precedentes en los presupuestos públicos ya de por sí limitados, en particular en los países del Sur Global. Además, estas medidas de emergencia adoptadas en la actualidad para proteger a los ciudadanos podrían provocar una ola de demandas arbitrales por parte de empresas multinacionales y abogados especializados en inversiones. Estas demandas podrían entablarse en el marco de un mecanismo conocido como solución de controversias entre inversores y Estados (ISDS, por sus siglas en inglés), que figura en la letra pequeña de casi todos los tratados de protección de inversiones a nivel mundial. Este mecanismo otorga a las empresas derechos especiales para demandar a los Estados que aprueben leyes, reglamentos y medidas gubernamentales que puedan afectar sus actividades comerciales, incluso si se adoptaron en respuesta a la mayor crisis sanitaria que haya sufrido el mundo. Estas posibles demandas sólo aumentarán la ya inmensa carga financiera de muchos Estados.
Las demandas arbitrales de inversores contra Estados están habilitadas por una compleja red de acuerdos internacionales de comercio e inversión que contienen cláusulas de protección de la inversión. Haciendo uso del ISDS, los Estados han sido demandados por medidas destinadas a proteger el medio ambiente y la salud pública y a ofrecer acceso asequible a la energía, agua limpia o mejores condiciones de trabajo. Únicamente los inversores extranjeros tienen acceso privilegiado a este sistema de justicia privado paralelo, que sólo funciona en una dirección: los Estados no pueden demandar a los inversores por no respetar las normas nacionales o locales en estos tribunales de arbitraje.
La UNCTAD confirmó la semana pasada que ya hay más de 1.000 demandas inversor-Estado en base a tratados de inversión conocidas a nivel mundial. Este tipo de demandas se han disparado en la última década, así como el monto de dinero involucrado.
Y este aumento exponencial en las demandas podría crecer aún más como consecuencia de la pandemia de COVID-19. El 8 de abril de 2020, Law360, una revista jurídica especializada, afirmó que: “Para los financiadores de arbitrajes y litigios, las últimas semanas pueden marcar el comienzo de un auge”.
Si bien los reclamos de las empresas contra los Estados pueden parecer extraordinarios y políticamente arriesgados, existen precedentes. Las empresas transnacionales, respaldadas por abogados especializados en inversiones y por financiadores de terceros, tienen una historia de utilizar los acuerdos internacionales de inversión para obtener beneficios económicos demandando a los países en crisis.
La experiencia de Argentina en ese sentido es pertinente. A pesar de ser una crisis que redujo la economía de este país en un 28% y que empujó a la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza, los inversores extranjeros no se desanimaron a iniciar demandas contra el gobierno. Un total de 42 demandas de inversores extranjeros, reclamando un total de USD 16.000 millones.
De hecho, los abogados de inversión ya están preparando a sus clientes corporativos para las oportunidades que se les presentarán. El 26 de marzo de 2020, el bufete de abogados de arbitraje internacional Aceris Law anunció a sus clientes: “Aunque el futuro sigue siendo incierto, es probable que la respuesta a la pandemia de COVID-19 viole varias protecciones previstas en los tratados bilaterales de inversión (TBI) y pueda dar lugar a demandas por parte de inversores extranjeros en el futuro”. Otros bufetes de abogados de élite publicaron advertencias similares a los inversores.
En los 4 años que van desde 2015 a 2019, la brecha de ingresos entre el 10% más rico de la Argentina y el 10% más pobre escaló desde 16 a 21 veces. Entre los que ganaron, concentrando mayor proporción del ingreso, de acuerdo con datos de la CEPAL, el 1% más rico de la Argentina, captura más del 15% del ingreso nacional. El contraste con el 1,5% del ingreso del que participa el 10% más pobre, es obsceno.
Vale la pena señalar que los argentinos más ricos mantienen el 78% de su riqueza declarada fuera de la Argentina. La riqueza que se fuga representa la antítesis de la inversión y el desarrollo productivo. Es notable que los activos de sociedades no financieras y hogares argentinos en el exterior, al 31 de diciembre de 2019, sumaban un stock de U$S 335.622 millones, U$S 103.000 millones más que al final de 2015 (INDEC).
Esto, sin considerar que, según estimamos, aproximadamente 2/3 de la riqueza exteriorizada, no se encuentra declarada en el país.
Entre esas maravillas de Alí Babá, el hombre de Macri en la AFIP, Alberto Abad, pretendió quemar las pruebas de 950 cuentas bancarias fraudulentas de los más ricos del país en el exterior. La información se conoció en el programa de C5N, Minuto Uno, al tiempo que se informó la denuncia de Jorge Gaggero al ex director de AFIP.