“El Molar, el buen yantar”, dice el lema de la villa y a fe que se consigue recorriendo sus famosas cuevas. El conjunto histórico artístico tradicional que constituyen las Cuevas de El Molar es algo que, me atrevo ya a afirmar, es desconocido por una buena parte de los madrileños a pesar de encontrarse a una pequeña distancia de Madrid capital: 42 kilómetros, saliendo por la A-1, dirección Burgos. Su nombre se deriva de Muela, al estar enclavada entre cerros, el de la Torreta y de la Atalaya, y viene a representarse como un mojón entre sierra y llano que da paso a la sierra madrileña, la de Guadarrama. Este bello paraje ofrece todas las peculiaridades de la sierra, la campiña y la vega, gracias a su localización al oeste de la cuenca del Jarama y al este del río Guadalix. Lamentablemente, los restos del balneario que acogía al manantial de aguas nitro-sulfurosas, llamado de la Fuente del Toro, así como la cueva artificial donde se hallaba son propiedad privada y no visitables. Como en casi todos los pueblos de la sierra madrileña, con marcado carácter medieval, su desarrollo urbanístico se hace partiendo de un centro, generalmente la Plaza Mayor, donde se ubica su Ayuntamiento y, en uno de sus extremos, la Iglesia de la Asunción de estilo renacentista y construida en sillería que se eleva sobre el raso del suelo de la plaza. Pero, sin lugar a dudas, si hemos llegado hasta aquí lo es para ascender unas suaves cuestas –mejor a pie- para adentrarnos en la Torreta, o en la Atalaya, el Cabezo o la Corneja, y visitar sus numerosas Cuevas del Vino. Las faldas del cerro esconden, nunca mejor dicho, un sinfín de galerías subterráneas que, en ocasiones, se comunican entre sí y que proceden de los árabes. Iluminadas con velas, el recorrido de las mismas te traslada a épocas del Medievo, de corsarios y piratas -aunque esta vez estemos muy alejados del mar-, a descubrir tinajas que parecen incrustadas en la piedra y de un tamaño mayor que la propia galería, lo que nos lleva a pensar si no fueron realizadas allí mismo, en el interior. Bóvedas reforzadas con arcos de medio punto, por medio de dovelas de sillarejo, donde se mantiene una temperatura constante y un grado de humedad perfecto para la conservación del vino. ¿No te gustaría celebrar una cena íntima, con tu pareja, a la luz de una vela dentro de una cueva?. Si para la reunión sois más personas, no hay problema, existen apartados de mayor capacidad. Son más de cuatrocientas cuevas, repartidas entre los tres cerros, y doscientas bodegas –algunas de ellas de carácter privado- y, las más, convertidas en unos curiosos restaurantes donde degustar los platos típicos de la zona condimentados en parrilla con leña natural. Extraordinaria carne de oveja, o el borrego con sal y ajos, unas morcillas para chuparse los dedos, unas judías con chorizo, el chumichurri, chuletones, cochinillo, cordero. En resumen, el lema de “El Molar, el buen yantar” se hace realidad visitando cualquiera de sus establecimientos acompañado de un buen vino de la zona para después, pasada la cena, participar en un ambiente de fiesta acompañados de una buena guitarra y un buen cante. Os invito a realizar parada y fonda en El Molar, nosotros lo hicimos después de nuestra visita a Fitur 2012 y prometemos volver para disfrutar de la compañía de unos buenos amigos y, por supuesto, del buen yantar. Mientras tanto, como siempre, SALUD ciudadanos viajeros.