Revista Opinión

Las debilidades de la hipótesis populista y la construcción de un pueblo en marcha

Publicado el 11 mayo 2016 por Monetarius

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Táctica y estrategia de Podemos

Cuando Podemos nació como formación política en 2014 se marcó como horizonte lograr la unidad popular. Si la crisis/estafa afectaba a las mayorías, era necesario apelar a las mayorías de manera que te escucharán y te entendieran. No bastaba tener razón y acertar en el diagnóstico. No bastaba decirle a la gente que sus males eran de derechas y su indignación de izquierdas. El neoliberalismo se había convertido en un “sentido común”, en un deseo, y para combatirlo era importante asumir que había peleas que se habían perdido. La idea del “voto útil” era la gangrena de ese pensamiento podrido que no dejaba ni pensar ni hacer. Pero de nada servía seguir anclados en la nostalgia. Había que cambiar el camino para llegar a la meta de una sociedad más libre y más justa. Hacía falta una estrategia de cambio y se buscó para alcanzarla una táctica adecuada a esa meta.

El objetivo estratégico pasaba por reinventar el espacio antaño representado por la izquierda, que se había convertido en apenas un aire de familia cada vez más difícil de interpretar. De izquierdas eran Olof Palme y el Mariscal Tito, Felipe González y el padre Ellacuría, Pol Pot y Bujarin, Tony Blair y Ken Loach, Evo Morales, Hugo Chávez, Bernie Sanders y Strauss-Kahn. Un espacio finalmente malbaratado por un socialismo que podía hacer los mismos ajustes que la derecha, por un comunismo que no se liberaba de los fardos de la historia y por un anarquismo que se había resignado a ser testimonial. El espacio de la izquierda, que tomó el nombre de los diputados de la Asamblea francesa que se sentaron a la izquierda del Rey en 1789 -y que no le reconocían ningún privilegio-, se fue construyendo como respuesta a las promesas incumplidas de la Revolución Francesa de libertad, igualdad y fraternidad. Preguntas que aún están esperando ser respondidas, en especial la idea de fraternidad, pero que exigen en el siglo XXI otros intentos de solución.

La reinvención de ese espacio no podía pasar por sumar a todos los partidos que se reclamaban herederos de la izquierda (no entendían lo nuevo, existían precisamente insistiendo en las pequeñas diferencias y hacían de la identidad del partido una suerte de filiación religiosa). Había que entender igualmente que había más gente comprometida con las transformaciones que conciencias dispuestas a asumir las etiquetas clásicas. La táctica, por tanto, debía adecuarse a las transformaciones.

¿Quién iba a ser el nuevo sujeto del cambio? Podemos nacía de la certeza de que la clase obrera existe pero ya no se deja representar de manera simplista. El 15M juntó a clases medias proletarizadas, a sectores populares, a precarios y a parados de larga duración, a jóvenes emigrados, a damnificados del último ERE, a adolescentes enfadados con una clase política en la que no se veían representados, a yayoflautas convencidos de que les estaban robando todo lo construido en tres décadas Todos comprometidos por el igual con el cambio. Las tesis marxistas que otorgan a la clase obrera un significado esencialista, como si bastará ser obrero para tener conciencia revolucionaria y marcar la senda de la historia, ya no tiene fuerza explicativa. Otras realidades han nacido con mucha fuerza -el feminismo, el ecologismo, el pacifismo, la defensa de la democracia directa, la lucha contra el capitalismo financiero, el precariado, la economía colaborativa, un nuevo internacionalismo apegado a la nación, el desarrollo tecnológico como herramienta esencial de la superación del capitalismo, la defensa de un individualismo comprometido socialmente o la asunción de las migraciones como una realidad nueva que no puede soslayarse-.

Un mundo diferente necesita hipótesis diferentes. Con las armas melladas de la vieja teoría no se podía salir del resistencialismo en el que se había instalado la izquierda tradicional, cada vez más acosada y debilitada e incapaz de encontrar soluciones. En España, el marco para cambiar las cosas lo había brindado el 15M impugnando la democracia representativa -que no nos representa- y la economía neoliberal -que nos convierte en mercancías-.

La enseñanza del 15M y la hipótesis populista

¿Qué había que hacer con el 15M? ¿Representarlo? ¿reconducirlo? ¿Dejarlo como estaba? Seguir en el movimiento tal cual se rechazó desde el momento en el que se decidió fundar Podemos. Lo honesto era decir -como así ocurrió- “Podemos no es el 15M”. Se venía del 15M pero no se era ni se es el 15M. Aclarado esto, surgían nuevas dudas. Si simplemente se representaba el movimiento, se ignoraba que una parte del 15M no tenía problemas de fondo con el sistema, sino simplemente con los “excesos del sistema”. Y era muy probable que, de no hacer que emergiera la raíz de los problemas, surgiera una respuesta desde la derecha que, reclamando solventar los “excesos”, lo que lograría sería desactivar la capacidad transformadora del movimiento. Es lo que explica el auge de la extrema derecha europea ante una izquierda a la defensiva y ocupada en defender la corrección política. Es lo que explica el nacimiento de Ciudadanos en España.

La solución pasaba, pues, por reconducir el enfado. Esa reconducción tenía dos momentos. Uno destituyente, que atacaba a los responsables del empobrecimiento y señalaba la crisis del régimen del 78 (el construido sobre la Constitución de 1978), y otro constituyente, que señalaba la necesidad de un nuevo marco político y constitucional con un programa acorde con el siglo XXI. En la fase destituyente es donde aparece con fuerza la virtud de la “hipótesis populista”: la construcción de un “ellos” -la casta- y un “nosotros” -un pueblo en construcción- situado al otro lado de la línea, unido a los demás por las demandas insatisfechas diluidas hasta ser simplemente un malestar difuso, un “nosotros” enfadado, con ganas de encontrar un culpable, dispuesto a simplificar las cosas para facilitar que se moviera ficha. “Mover ficha”. Así se llamaba el manifiesto con el que arrancó Podemos.

Un problema no pequeño está en mantener esa hipótesis en la fase constituyente. El desperdicio de la experiencia termina por aflorar como un error que debilita el cambio. Para que las luchas tengan más recorrido, es más útil traducir tus demandas para que los demás te entiendan, antes que rebajar tu lucha para que se sume, una vez descafeinada, a otras. Construir la política pretendiendo que los discursos pueden inventarse la realidad de una manera cuasi absoluta es tan desafortunado como quienes niegan la capacidad del lenguaje de inventar la realidad. El cartel “Cuidado con el perro” claro que funciona, pero no siempre, no durante mucho tiempo ni en todas las ocasiones. Basar la política en teorías desancladas de lo real, vacía los contextos, construye sectas de creyentes que no rezan otra cosa que sus mandamientos y termina armando ejércitos de soldados que ya no ven ni sienten sino que evalúan si has “entendido” o no sus presupuestos teóricos y si, por tanto, eres “de los nuestros”. Y se desperdician todas las luchas que anticiparon nuestra rabia. La alternativa está en beber de una realidad alumbrada por la teoría o de una teoría desanclada de la realidad. La segunda es un frío ejercicio académico al que le termina molestando la gente, esa que suda, no ha leído a Zizek, es real, contradictoria, ordinaria y extraordinaria. Al final, Boaventura de Sousa Santos vence a Laclau. Porque Santos se mancha los manos con los movimientos (es fundador del Foro Social Mundial) mientras Laclau escribía a 7000 kilómetros de lo que explicaba. No es extraño que a los grandes grupos mediáticos les guste más el heideggeriano Laclau, precisamente porque al tiempo que llena el ruido de trazas de avellana y pompa, quiere convertir el cambio social en un discurso y, con bastante probabilidad, lo desactiva. Nada nuevo con cierta interpretación lacaniana que corre el riesgo de radicalizar el enunciado y abandonar lo material. Lo escribió José María Valverde hace décadas hablando de Martin Heideger: “Cascando las palabras como nueces/ construye don Martín perogrulleces”.

La maquinaria de guerra electoral ¿y después?

En la hipótesis populista todo se zanjaba en una acción relámpago (la Blitzkrieg que se justificaba por las urgencias de un ciclo electoral continuado). Pero la hipótesis populista empezó a hacer agua en tres frentes. Primero en las elecciones andaluzas, donde Ciudadanos empezó a pisar los talones a Podemos con su promesa perezosa y cobarde de mantener la delegación de la política, justificado con su apelación telegénica y sin complejos a una cosa y la contraria. En segundo lugar, en las generales, porque faltaron 300.000 votos para superar al PSOE y porque el PP volvió a ser la fuerza más votada. También porque IU aguantó con casi un millón de votos, lo que demostraba que la transversalidad primaba una dirección y abandonaba otro flanco. Cuando falla la acción relámpago toca replantear la estrategia. Has hecho un excelente primer tiempo. Pero has salido a ganar el partido, no a empatarlo. Y esa es la situación en la que estamos ahora: de empate. Por eso Podemos tiene que regresar a lo que se planteó al comienzo: lograr la unidad popular. Sin miedos. Y no es menor un reproche a esa transversalidad descafeinada: ¿de dónde se van a nutrir ideológicamente las nuevas generaciones que se formen en este discurso hueco de la transversalidad light?

La segunda vuelta se convierte en el escenario perfecto. Buscar la transversalidad es correcto. Pero un cura no puede dejar de creer en dios porque sus feligreses tengan una crisis de fe. La desideologización de la hipótesis populista se invalidó de hecho en las andaluzas, y por eso Podemos regresó a un discurso más cargado que pasaba por no regalarle el gobierno al PSOE de Susana Díaz (quien terminaría gobernando con Ciudadanos). La hipótesis populista perdía fuelle, aunque eso no invalida la búsqueda de la transversalidad que debe buscar una fuerza política transformadora en tiempos de hegemonía neoliberal. Es indudable que no hay cambio posible sin ayudar a que la gente vaya más allá de lo que actualmente piensa. Pero la hipótesis populista solo quiere marcos ganadores. Un error de esta hipótesis (que, recordemos, nace en el caso de Laclau como una impugnación del marxismo mecanicista) es que sólo deja fuera marcos ganadores relacionados con los conflictos dentro del mundo del trabajo. De hecho, mientras se han oído voces dentro de Podemos cuestionando los riesgos del “obrerismo”, no se ha dudado en defender la plurinacionalidad de España (en modo alguno un marco ganador en el conjunto del Estado). En la defensa de la plurinacionalidad, Podemos ha ayudado a la gente a ir más allá de lo que pensaba. Y eso va en contra de lo hipótesis populista. Pero es lo correcto, tanto en términos de honradez política como de resultados. Podemos es la primera fuerza política en Euskadi o en Cataluña. Se trata, pues, de hacer lo mismo en otros asuntos que afectan a las mayorías.

Podemos nació del impulso del 15M donde al tiempo que se respiraba el “aire de familia” de la izquierda se asumía, como hemos dicho, que el eje “derecha-izquierda” se había convertido en algo con tantos significados que ya no se entendía. La izquierda había dejado de explicar y de explicarse. Por eso nació reclamando la unidad de la gente, no la unidad de las izquierdas. En el discurso de la emancipación en el siglo XXI aprendemos más de un liberal como Thomas Paine que de un marxista como Stalin, defendemos la lucha de los trabajadores sin tener por ello que defender a la URSS, nos vemos más reflejados en Allende o Pepe Mujica que en Honecker o Felipe González. Pero tampoco olvidamos que lo mejor que tiene Europa -la educación y la sanidad universales, el derecho al voto, la igualdad de las mujeres, el respeto a los derechos humanos, los derechos laborales- son una construcción de la izquierda durante el siglo XX.

¿Por qué ahora la confluencia?

Si vas un paso por delante de las masas, vas iluminando. Si vas cien pasos por delante, es bastante probable que te hayas perdido. Desde las calles se empezó a imaginar un marco teórico que no permitía negar respuestas que parecen intuitivas. ¿Cómo es posible no reaccionar al hecho de que con el 30% de los votos Rajoy haya podido desmantelar la democracia con mayoría absoluta? Las calles empezaron a expresarlo con claridad: no poner freno a eso es de idiotas. No hay siglas ni puestos en las listas ni mochilas ni hipótesis que puedan frenar ese clamor. Porque, además, Europa está mirando. Podemos, es cierto, ha roto el bipartidismo. Ahora se trata de ampliar la base para comenzar algo nuevo. Se necesita algo que se parezca a un frente amplio claramente referenciado por Podemos, pero que no es ni mucho menos solamente Podemos. Y ese es el desafío que tienen que traducir en una realidad que ilusione Pablo Iglesias, Alberto Garzón y todos los demás. Decir ahora si se trata de un mero encuentro instrumental o de algo que puede generar un acercamiento es adelantar resultados. Cuando compartes la cocina y el comedor, igual terminas viendo que tienes muchas cosas en común. El PSOE unificó en su día a los múltiples partidos socialistas. El PP hizo otro tanto con los partidos de derecha. No vamos a reinventar la democracia si no construimos un partido diferente en una España diferente para una Europa diferente.

Como dice el refrán, a la fuerza ahorcan. Antes de las elecciones del 20- D Alberto Garzón no había dado algunos pasos que posteriormente decidió caminar. Por otro lado, la Blitzkrieg se mostraba como una quimera después de haberse contrastado con la práctica. Nunca puedes ponerte de lado mucho tiempo, tal y como manda la vulgata de la hipótesis populista. Tocaba discutir con lo existente buscando una traducción entre los que se oponen al estado de cosas que permitiera reinventar el lugar antaño llamado izquierda. No es reinventar la izquierda clásica, sino una nueva forma política que hace política de otra forma y que viene a ocupar el lugar de la antigua izquierda. Porque esa antigua izquierda ya no vale.

En la posibilidad de salir de las políticas de austeridad, se juntan al final tres hambres y un hambreador: el hambre del pueblo de salir del bipartidismo y de las política que condenan al paro, a la precariedad, a la emigración, a los desahucios, al copago, a la feminización de la pobreza. El hambre de IU de salir de su condena al 5% de los votos y a la inutilidad política por culpa del sistema electoral; y la de Podemos de romper sus propias costuras y seguir construyendo un espacio que vaya más allá de su condición de nave nodriza. Asumir su obligación de abrir caminos para todos los que quieren hacer las cosas de manera diferente. El hambreador bipartidista, ese que lee el Marca o es un joven viejo, se referencia, agotado, solo en una España que muere y que bosteza. Aunque empecemos a oír voces desesperadas que quieran sumar lo viejo en una gran coalición de reliquias.

La democracia es ahora

Nadie tiene derecho en democracia a permitir que las minorías gobiernen en contra de las mayorías. La posibilidad de que la invitación a la resignación bipartidista se rompiera es lo que ha generado una emoción popular que no podían desoír ni IU ni Podemos ni las demás confluencias, a riesgo de invitar a gritos a la abstención. Algo nuevo ha sucedido en la política española: la presión popular sobre Podemos e IU ha forzado un encuentro que estaba muy lejos hace cinco meses. Una ciudadanía consciente exigiendo a los partidos cómo deben comportarse. Y partidos escuchando esa exigencia. Esa fuerza es precisamente la que asusta al PSOE y al PP y a su muleta naranja. Ya no se trata solamente de una formación electoral, sino de un impulso popular con traducción en la posibilidad más evidente de gobierno de cambio real que ha tenido la España reciente. La negativa del PSOE a romper la maldición electoral y conseguir que el Senado se parezca a España construyendo listas conjuntas con Podemos y demás partidos del cambio, está a la altura del vídeo de Felipe González adulando a un broker iraní con sus activos en paraísos fiscales o del matrimonio de connivencia de Sánchez con Rivera. En la confluencia faltan todavía muchos socialistas honestos. No quedan muchas excusas. El 26 de junio España, y con ella Europa, puede caminar de nuevo erguida.


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