En este siglo los cambios revolucionarios también se notaron sensiblemente en los enterramientos. Se prohibió enterrar dentro de las iglesias. Las tumbas de los templos eran poco profundas y creaban problemas de higiene y salud, especialmente en épocas de epidemias y pestes. Lo más curioso fue que, en mayo de 1832, apareció una Real Orden prohibiendo la venta de mortajas del hábito de San Francisco. Esta mortaja se componía de una túnica de sayal con capucha y cordones. Solamente autorizaron hábitos diferentes a los citados. Este tipo de vestimenta para amortajar a los difuntos estaba muy extendida y toda mujer pudiente que se tuviera como tal mandaba en su testamento que le vistieran con el hábito de San Francisco. En Guardo se dieron varios casos. También aquí era frecuente usar como mortaja el hábito de la Virgen del Carmen.
SIGLO XIX: LA CAÍDA DEL ANTIGUO RÉGIMEN | Jaime García Reyero
A los enterramientos asistía la mayoría del pueblo, los hombres con capa y las mujeres con mantillón negro. Cuando había una defunción, el toque de campana avisaba si era hombre, mujer o párvulo.
Hay cifras que llaman la atención. A principios de siglo se desató una epidemia de cólera. Lo mismo ocurrió en 1.834. Este año fallecieron 33 personas, cifra elevada si la comparamos con otros. Algo parecido sucedió en 1.855 y 1.856. La mortalidad se disparó, se triplicó. Tuvo la culpa otra epidemia de cólera que comenzó en julio con la muerte de un vagabundo en el Hospital de Pobres, que contagió a varios guardenses. La epidemia fue extinguida en octubre. La peste afectaba más a las clases humildes. En esas fechas murió por esta causa la cristera Águeda Fernández, mujer del encargado de la ermita del Cristo, Andrés Rueda. De las poderosas familias de los Enriquez no murieron, pero sí de los De La Gala, familia de hidalgos labradores que fueron perdiendo poderío en aquel siglo. Varios familiares fallecieron por cólera.
Otro dato interesante es el de los fallecimientos de 1.869. De los 70 muertos, posiblemente bastantes lo fueron a causa de la Guerra Carlista. En el último año del siglo, casi se duplicaron los enterramientos. La causa la encontramos en el aumento considerable de la población guardense por la aparición de la minería. La extracción del carbón trajo consigoo huelgas, hambres, malas condiciones de vida y de trabajo, por consiguiente, graves enfermedades como la tisis y la meningitis.
Cuando tenían ligar enterramientos de adinerados guardenses, la villa se llenaba de sacerdotes, familiares y amigos influyentes. También llegaban pobres de toda la comarca, que acudían a la comida que les daban. Uno de estos funerales sonados fue el de don Francisco Enríquez Santos Bullón, regidor perpetuo de Carrión de los Condes y vecino de Guardo. Falleció el 14 de enero de 1.809. A pesar de ser malas fechas para ponerse en camino, acudieron muchos familiares y conocidos. Le enterraron en la sepultura de la capilla de los Enríquez, de la que él era patrono, en el mismo sitio donde estaba enterrada su primera mujer. En su testamento pío, hecho ante el escribano del Ayuntamiento, Marcos Díez Pérez, mandó que se dijeran 406 misas por su alma. De ellas, cien tenían que decirlas en San Juan, trescientas en otras comunidades religiosas y las seis restantes en el Santuario del Brezo, donde era cofrade. También dejó ordenado que asistieran a su entierro todos los curas que pudieran venir de los pueblos de la comarca, que le dijeran misas de medio aniversario, al cabo de año, novenario cantado según la costumbre y que rezaran sobre su tumba responsos durante año y medio. Todo lo dejó en manos de los testigos de su testamento, don Miguel Enríquez, doña María Nicolasa, don José Enríquez y don Julián Ruiz, del Real Capítulo de la Suprema Inquisición.
Imagen: Los quintos de Guardo en 1958
Cuaderno de Jaime García Reyero en CURIOSÓN
Guardo, sus gentes y su historia
Jaime García Reyero
Editorial Aruz
@2003