Revista Opinión

Las Despedidas

Publicado el 23 abril 2018 por Carlosgu82

Vivir es despedirse, alejarse continuamente del presente, para convertirlo en pasado y arriesgarse a la aventura del futuro inesperado. Para avanzar se necesita ir ligero de equipaje, no sólo material, sino afectivo. Los amarres que se acumulan a lo largo de la vida terminan por anclarnos al pasado, impidiendo la aventura de abrirnos a la novedad que aún desconocemos.

La mirada hacia atrás, en la marcha del devenir incierto, puede convertirnos, como a la mujer de Lot, en estatuas de sal. Saber empezar es importante, pero mucho más lo es saber terminar. El miedo nos paraliza a menudo, impidiendo que las rupturas necesarias para seguir creciendo y madurando, puedan llevarse a cabo. Y al final, nuestra “bolsa” está tan llena de recuerdos, personas, nombres y lugares, que nuestro paso se asemeja al caminar de un borracho en medio de arenas movedizas.

La libertad interior se mide por la capacidad que tenemos de asumir el dolor de la despedida y de abrir una nueva página en blanco en la que poder empezar a escribir el asombro por el nuevo día que se nos regala.

La historia no se detiene nunca, en realidad no tiene ni principio ni fin, nosotros entramos momentáneamente a formar parte de ella, pero existía antes de nosotros y seguirá estando después también.

A veces, nuestros recuerdos no son más que dulces ensoñaciones construidas sobre nuestros deseos, pero tan quiméricas como las huellas de los pies sobre la arena, que las olas se llevan mar adentro en un suspiro. El miedo a despedirnos de nuestros castillos en el aire es el claro reflejo de las frustraciones jamás verbalizadas ni reconocidas, pero de las que seguimos tirando por no enfrentarnos a la verdad de nosotros mismos.

A mis amigos los puedo contar con los dedos de una mano, y posiblemente todavía me sobre alguno. En cambio, nos gusta mostrarnos en público como los amigos de todos, con un sin fin de rostros que poner a una lista interminable de nombres que, en lo más profundo de nosotros mismos, no nos importan lo más mínimo.

No se puede caminar por la vida con un bagaje afectivo tan pesado, porque nuestro corazón sólo se puede abrir en canal con pocas personas y en pocas ocasiones de nuestra existencia. El corazón tiene el límite de la calidad y no de la cantidad.

Si la despedida de la “cantidad” produce dolor, entonces es que la vida nos la hemos tomado demasiado a la ligera, dejando a un lado la verdad del amor. En cambio, la “calidad” produce regocijo, porque se camina hacia el futuro, con la confianza de la fidelidad y del amor incondicional, pese al tiempo y al espacio.

Toda despedida, si compromete de verdad todo nuestro ser, debe conllevar el “quemar las naves” una vez llegado al destino, marcado por lo imprevisible de lo incierto y todavía por vivir y descubrir.

El futuro asusta cuando nuestras previsiones se ven desmontadas por las incógnitas de lo que todavía está por llegar, y por eso mismo despedirse se convierte en una ruptura mortal.

La esperanza llena de sentido la amargura del adiós, abriéndonos con alegría a la acogida de la nueva vida por estrenar. Saber decir adiós a tiempo, es virtud de sabios. De necios es aferrarse al pasado, esclerotizado por los miedos a no querer vivir más y mejor lo que no nos pertenece y que está delante de nosotros, pero que nos hace más humanos y dignos de amar y de ser amados de verdad.

Fausto Antonio Ramírez


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