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Las diferentes razas del Virreinato de Nueva España
Por encima de los negros en cuanto a prerrogativas y libertades se encontraban los indios, que durante mucho tiempo se mostraron indómitos[1], defendiendo con el mayor ahínco el territorio que les pertenecía, hasta que extenuados, en su mayor parte, por las constantes y equivocadas luchas, tuvieron que claudicar. Otros, agrupados en tribus tardaron muchos años en someterse, vertiendo su sangre a cambio de la que hacían derramar a los españoles. Pero como la conquista española, con todos sus defectos, iba unida a buenas cualidades de mejoras de los campos y de las ciudades y especialmente mediaba la cultura y la propagación de la fe cristiana, que fueron captando gracias al desinterés y sacrificio que mostraron los misioneros, poco a poco, se dejaron catequizar, con un espíritu de sumisión y sin exigir a cambio ninguna ventaja. De tres maneras entró el indio en la sociedad novohispana; incorporándose plenamente a ella; por matrimonio con españoles; conviviendo con éstos, ya en los barrios de las ciudades y villas, ya en los pueblos adjuntos; bien, reuniéndose en los pueblos que formaban los misioneros. En los primeros casos, el indio fue asimilado lentamente por la nueva sociedad, de manera que aún olvidó su propio idioma y siguió cabalmente las costumbres españolas. En cambio, los que subsistieron aislados en sus pueblos y misiones, con sus autoridades y leyes indias, se conservaron “indios”.De la mezcla de razas blanca e india nacieron los criollos, abúlicos y pendencieros, hasta que fueron recibiendo una cultura adecuada que les hizo comprender y presagiar que algún día podrían ser los verdaderos dueños de los vastos territorios donde vieron la primera luz; prefiriendo hacer uso de las inteligencias que fueron cultivando entre ellos, poniéndoles al servicio del trabajo para conseguir la independencia y prosperidad. Esta lamentable situación de las razas de color fue mejorada primero y después remediada en gran parte por la constancia que pusieron en conseguirlo tanto los Monarcas como sus representantes en América, y especialmente los religiosos, evitando a los indios e incluso a los negros muchísimas penurias y dando a los primeros mayores libertades y consideración, y a los segundos un trato menos inhumano. Por encima de todos predominaba el blanco y entre ellos, los españoles, conquistadores y colonizadores[2], quienes a pesar de sus defectos mantuvieron una fe y un valor inquebrantable, siguiendo los impulsos de un gran ideal, que con frecuencia se convertía en quimera y que no siempre estaba inspirado en el egoísmo, sino también en virtudes dignas de ser apreciadas.
Al hacerse cargo de la Gobernación de La Nueva España, el primer Virrey, Antonio de Mendoza, se encontró con un caos de indisciplina y de luchas con las que tuvo que enfrentarse, dictando leyes urgentes que pusieron un remedio preventivo a tal situación. Eso mismo le ocurrió a los diferentes Virreyes que le sucedieron, quienes buscaban igualmente por todos los medios el llegar a una completa paz interna y que el trabajo llevado por los indios fuese lo más humanitario posible, dándoles continuas concesiones. Quizá, el mayor defecto en que incurrieron durante su alto mandato fue el atender con demasiado celo a las constates exigencias de dinero que les hacían desde la Corte para continuar las guerras en las que se veían envuelta España, con lo que el trabajo de los negros, incluso el de los indios en las minas fue demasiado duro. Por otra parte, los Virreyes tenían que luchar no sólo contra las tribus guerreras indias, sino también contra los piratas y corsarios extranjeros que veían en el pueblo americano lugares idóneos para despojar con el mínimo esfuerzo las riquezas que se extrajeron de las tierras y piedras.
El país estaba dividido en Reinos hasta que durante el Virreinato de Antonio María Bucareli se dividió en Provincias Internas y en el de Bernardo de Gálvez en Intendencias[3]. Los Reinos eran: Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo León, Nuevo México, y una Provincia: Yucatán.
El Virrey proveía a los Gobernadores de estos Reinos que ejercían su jurisdicción en su nombre. Se concedió una mayor independencia de actuación al de Nueva Galicia, por desempeñar ese cargo el Presidente de la Audiencia de Guadalajara. El Virrey también proveía de Alcaldes Mayores[4] y Corregidores[5], salvo en algunas provincias donde eran nombrados por el Rey.
Con los primeros conquistadores de América iban algunos religiosos, en la mayoría de los casos frailes, cuya primera misión consistía en alentar la fe de estos guerreros y practicar las doctrinas de la de fe cristiana, evitando que cayesen en la herejía. Poco a poco y a medida que las extensiones de territorios conquistados eran más amplias, se aumentaron progresivamente el número de religiosos, incluyendo al clero secular, aunque con grandes inconvenientes para la evangelización de los indios sometidos, a causa del desconocimiento de su idioma y sus costumbres, pero se fueron solucionando estos problemas, siendo en realidad el clero regular el que con mucha paciencia y dedicación fue organizando todo hasta fundar la Iglesia Mexicana. Según el padre Mendieta: “No había suficientes frailes predicadores en los idiomas indígenas, predicábamos con interpretes”. La primera Orden que se puso en actividad fue la Orden Franciscana, a la que siguieron los Dominicos y los Agustinos, y más tarde los Jerónimos. Unos y otros tuvieron que luchar, aparte de lo ya comentado, con los encomenderos[6], quienes, al tratar de defender encubiertamente su creciente avaricia, veían en ellos más que unos colaboradores desinteresados, a unos terribles enemigos. El choque de las doctrinas evangélicas de los religiosos, que predicaban la libertad y el buen trato con los indios, los miraban como un peligro para sus haciendas y un obstáculo para sus ambiciones, lo que produjo en muchas ocasiones no ya sordas hostilidades, sino desenmascaradas luchas y escandalosos desapegos y rupturas entre los hombres de la Iglesia y los colonos españoles. Pero en todas las ocasiones, aunque vencedores, llegaron algunas veces a saber los encomenderos la constancia y la inquebrantable energía de los religiosos que hacía momentáneo aquel triunfo, que llegaba a convertirse en derrota, merced a los incesantes trabajos de la Órdenes monásticas que nunca se daban por vencidas agotando hasta el último recurso para obtener el triunfo de sus ideas.
Hacia la mitad del Virreinato de Antonio de Mendoza acudieron paulatinamente a La Nueva España, las religiosas, fundado conventos ininterrumpidamente, tales como el de la Concepción, en 1570, Santa Inés, en 1600, etc., Cerca de 50 diócesis se crearon en la época del Virreinato, siendo los más destacados Arzobispos y Obispos, fray Alonso de Montufar, Zumárraga, Pedro Moya de Contreras, Juan de Palafox, Francisco Gómez de Mendiola, Antonio Alcalde, etc., Lástima que también surgieran rencillas entre el poder eclesiástico y el poder civil, pues muchos prelados se extralimitaban en sus funciones, llegando a medir el alcance de las mismas incluso con el Virrey, pero se fue contemporizando en cuanto les fue posible dicha tirantez, manteniéndose firmes en su actitud cuando veían que el prestigio de su autoridad civil sufría menoscabo. También hubo muchos Jefes de la Iglesia que se mostraron comprensivos.
La situación en que se encontraban generalmente los Virreyes no era muy envidiable. Aparte de contentar a los religiosos tenían que transigir con las Audiencias y los Corregidores, mermar las pretensiones de los encomenderos y nobles, que, procediendo de España arruinados, pretendían enriquecerse en pocos años. Por si todas estas dificultades y problemas fueran pocas, al hacerse cargo de los Virreinatos se encontraban con las arcas casi vacías, debido a las grandes cantidades de oro y plata que había que enviar a la Península, y sorprendidos no solamente por ataques de los piratas sino también por las inundaciones, terremotos y peor aún, por las espantosas enfermedades, difíciles de curar, a pesar del sacrificio y la gran generosidad de que daban muestras los misioneros, la mayor parte de las Órdenes Religiosas y de la ayuda de la población civil.
Pero había algo más lamentable, que hería el amor propio y la dignidad de algunos Virreyes, que consistía en las injusticias con que les trataban sus Monarcas, aconsejados por la Corte que les rodeaba y por la parcialidad manifiesta de determinados componentes del Consejo de Indias[7]. Por este motivo, con frecuencia, se encontraban desautorizados en el ejercicio de sus funciones, comprobándose más tarde con amargura que existía cierta confusión para apreciar las equivocaciones y aciertos y que el favoritismo imperaba en numerosos casos.A pesar de tales obstáculos e ingratitudes, puede decirse que no todos los Virreyes realizaron una labor destacada por circunstancias ajenas a su voluntad y muchos de ellos merecen un elogioso recuerdo en la Historia Americana.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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Bibliografía
ÁLVAREZ DE ESTRADA, Juan. Los Grandes Virreyes de América.
[1] Los chichimecas fueron un ejemplo. Ya establecidos los castellanos designaron como “pueblos chichimecas” a todos los habitantes al norte del Valle de México y por ende a todo el septentrión arriba de la “frontera mesoamericana”. A la hora del contacto español las cuatro naciones chichimecas eran los pames, guamares, zacatecos, y guachichiles, éstos dos últimos a diferencia de los tecuexe, caxcanes, tezol, cocas, sauzas y guaxabanes, tenían un grado cultural inferior, porque los demás tenían adoratorios y conocían la agricultura, aunque cabe resaltar que la mayoría de los chichimecas eran cazadores-recolectores y los que conocían la agricultura eran los que vivían cerca de ríos o en áreas donde había fuentes de agua, manantiales, ríos, etc.
[2] Peninsulares o chapetones.
[3] El Intendente es un funcionario, de origen francés, introducido en España y en la América hispana por Felipe V, Casa de Borbón, que ejerce sus competencias sobre un determinado territorio.
[4] El Alcalde Mayor era un cargo de la Administración de justicia durante el Antiguo Régimen en España. El cargo tradicional de Alcalde, juez de las ciudades andaluzas, era colegial, existiendo alcaldes del estado llano y del estado noble, ambos designados por elección de los vecinos de cada uno de los estados. La de los alcaldes ordinarios era la primera instancia judicial. La segunda instancia era la de los cargos de Alcaldes mayores, corregidores o gobernadores, mientras que la instancia superior era la de la Real Audiencia.
[5] Un Corregidor era un funcionario real cuyo oficio comprendía varios ámbitos y emplazamientos, desde el provincial hasta el municipal, su jurisdicción positiva fue el Corregimiento. Inicialmente se restaura desde las antiguas magistraturas romanas, como un comisario regio itinerante, similar a un Justicia mayor del Rey.
[6] La encomienda de la colonización española de América y Filipinas fue establecida como un derecho otorgado por el Rey (desde 1523) en favor de un súbdito español. El español titular del derecho (encomendero) recibe la encomienda con el objeto de que éste percibiese los tributos que los indígenas debían pagar a la corona (en trabajo o en especie y, posteriormente, en dinero), en consideración a su calidad de súbditos de ésta. A cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano mediante la evangelización. Sin embargo, se produjeron abusos por parte de los encomenderos y el sistema derivó en muchas ocasiones en formas de trabajo forzoso o no libre, al reemplazarse, en muchos casos, el pago en especie del tributo por trabajo en favor del encomendero.
[7] El Real y Supremo Consejo de Indias, conocido simplemente como Consejo de Indias, fue el órgano más importante de la administración indiana (América y las Filipinas), ya que asesoraba al Rey en la función ejecutiva, legislativa y judicial.
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