Revista Cultura y Ocio

Las discípulas, por Mateo de Paz

Publicado el 27 enero 2019 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Las discípulas, por Mateo de Paz Editorial Sitara. 446 páginas. 1ª edición de 2018.
Conocí a Mateo de Paz (Santurce, 1975) en la presentación de un libro –si no recuerdo mal– de Juan Gracia Armendáriz, y desde entonces hemos coincidido en otros eventos similares. También me invitó a participar en un especial de la revista Quimera sobre Mario Levrero que él coordinó. En una ocasión le dejé mi libro de relatos Koundara y él, algo después de un año, me ha enviado su primera novela, Las discípulas. Y me gustó pasarme por la librería Lé de Castellana para la presentación de esta novela y compartir ese momento tan especial con Mateo.
El narrador principal de Las discípulas es Marcelo, originario de Bilbao, que llegó a Madrid con la intención de estudiar Filología Hispánica, y con la de distanciarse de su familia y su entorno de amigos. En el momento en que comienza el relato, Marcelo trabaja por las mañanas de profesor de lengua y literatura en un instituto y por las tardes como profesor de escritura creativa en un lugar llamado Hostal Bukowski. Hasta aquí parece que existe más de un paralelismo entre Mateo de Paz y su personaje Marcelo, un paralelismo metaficcional que se romperá pronto.
La trama comienza cuando Hugo J. Platz, un profesor de matemáticas que fue su compañero en un instituto de Leganés, le propone corregir y terminar una novela que dejó inconclusa su padre Jacob Platz, una novela acompañada por las notas del propio Hugo. «Llevaba mucho tiempo sin escribir, pero cuando la necesidad de la escritura nos arranca palabras sinceras, decía Lucrecio, cae la máscara y aparece el hombre» (pág. 14): con esta predisposición se deja llevar Marcelo por el embrujo de la novela de Jacob. Pronto comienza un juego de narradores interpuestos, ya que al lector se le muestran las páginas que Marcelo lee en la novela de Jacob. En ellas se nos presentará a Estefanía Santiago, una joven que trabaja como agente secreto en el Ministerio de Defensa, que se ha convertido en la amante de Jacob Platz (su jefe) y que ha recibido la misión de infiltrarse en un comando de ETA. El tema terrorista será uno de los ejes vertebradores de Las discípulas. No sólo se hablará aquí de ETA, sino también del terrorismo islámico, o de un nuevo grupo terrorista –llamado Φ– cuyo objetivo es atentar contra los establecimientos de comida basura, y que acabará teniendo una función paródica sobre la organización de un grupo terrorista. Este planteamiento de un mundo amenazado por un terrorismo sin foco, un mundo plagado de espías y contraespías, me ha recordado a la fantasía posmoderna de Don Delillo en libros como Fascinación. Aunque el día de la presentación de Las discípulas le pregunté a Mateo de Paz por esta posible filiación de su escritura, él no pareció reconocerse en ella. Sí que habló, sin embargo, de su admiración hacia dos escritores que han ejercido una importante influencia en su libro: el Juan Carlos Onetti de La vida breve y el Miguel de Cervantes de El Quijote. A Onetti le podemos encontrar en el tono oscuro y a veces desesperado de Las discípulas, y a Cervantes en el recurso narrativo de mostrar otras novelas más breves dentro de la novela principal. Por ejemplo, en un momento de la narración, Marcelo es invitado a la casa de Hugo y su mujer empieza a contarle una historia que transcurre en Argentina. Esta historia de Argentina, en la que de nuevo se juega también al cambio de narrador, acaba resultando también un tanto paródica, puesto que De Paz ha decidido usar un vocabulario que me ha resultado «más argentino» que el que habitualmente encuentro en mis fecundas lecturas de autores argentinos. De este modo, surge ante el lector de Las discípulas una Argentina cuyo modelo es la propia narrativa argentina, más que su realidad.
Diría que el tema principal de Las discípulas es el de la identidad. En la novela de Jacob Platz, ese mundo de terroristas y agentes infiltrados, es frecuente que sus personajes vayan cambiando de nombres y de vida, perdiendo el lector –en parte– la pista sobre su verdadera identidad, que queda diluida en el magma de una narración de sombras y huidas. También en la realidad de Las discípulas pueden converger distintos planos de las historias propuestas. Es decir, Marcelo pronto empezará a obsesionarse con la idea de que los hechos que Jacob cuenta en su novela son reales, y tratará de perseguir a las personas del mundo real que cree haber reconocido a través de las páginas de la novela que lee y corrige, lo que le ocasionará más de un conflicto. El más grave de ellos será que su mujer Paula (con la que el narrador tiene un hijo) le abandonará, y el personaje empezará a vivir en un mundo vacío y sórdido de pensiones (aquí entra, en gran medida, el componente onettiano del libro). Los planos de la novela llegarán a confluir de tal modo que, en su tramo final, acabé pensando en el Miguel de Unamuno de Niebla. Marcelo es un lector de Philip K. Dick, y gran parte de sus problemas empiezan el día que sale de casa para buscar su novela Tiempo desarticulado; un título que no deja de ser un guiño a la estructura compositiva de Las discípulas.
Otro tema del que se habla es el del azar. «El azar es el pulmón de nuestro siglo», leemos en la página 155. Esta premisa será replicada en la página 172: «El caos era el pulmón de nuestro siglo», Aquí, la propuesta de De Paz me ha recordado a las novelas del primer Paul Auster.
El lenguaje de la novela es rico y repleto de frases elegantes, largas y matizadas. Hasta ahora, De Paz había publicado algún relato o microrrelato en libros colectivos y casi cuesta creer que Las discípulas sea su primer libro publicado. Me queda claro que De Paz lleva escribiendo y reflexionando sobre la escritura desde hace mucho tiempo. Quizá, puestos a sacarle algún «pero» a esta estimulante primera novela, podría decir que, en algún momento, me he visto abrumado por la superposición de historias y los posibles cambios de identidad de los personajes. Sé que en principio la novela contenía, en sus versiones más primitivas, un número bastante mayor de páginas que el definitivo (que tampoco es pequeño, puesto que son 446), y en su versión final algún tema narrativo ha quedado un tanto desdibujado, y es posible que tuviera más posibilidades narrativas. Sin embargo, creo que conviene destacar la gran ambición literaria que se observa en Las discípulas, la mezcla de tantos planos, enfoques, juegos y texturas narrativas en sus páginas. En cierto modo, es como si De Paz hubiera querido publicar sus tres primeras novelas en un solo volumen; un esfuerzo potente y salvaje, que ha dado lugar a algunas páginas muy bellas y misteriosas.
Las discípulas también me ha llevado a conocer a la nueva editorial Sitara –dirigida por Antonio Lafarga y María Agra– que, con poco más de un año de andadura, publica unos libros muy bien editados. Le deseo una larga trayectoria.

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