Asisten gustosas al brunch de las doce en el Country, al que convoca todas las semanas el Club de Damas Piadosas. El motivo de la reunión es algo de caridad, infancia desfavorecida o algo así, pero ninguna lo sabe con certeza.
La verdad es que se trata de matar las horas de la mañana y de relacionarse, de verse, compartir una refrescante mimosa y hablar las unas de las otras y vice-versa. Con ese ingenuo pasatiempo se justifica el día en los círculos de la créme.
Las doñas llegan puntuales al club montadas en inmensos vehículos de lujo, y a pesar del tórrido sol exterior todas muestran una piel nívea, hidratada, de una jovial tersura. Doña Scarlet, Doña Hilda y Doña Fifí, son habituées y no tienen otros compromisos que los sociales, ya que todos los flancos de su existencia están holgadamente resueltos por rentas y pensiones de maridos y exmaridos, por lo que disfrutan de una placentera existencia tan sólo interrumpida por el stress que les proporciona la administración de su villa de Casa de Campo y la disciplina del fitness que les proporciona las formas justas para enfundarse sus vestidos de la haute costure.
Texto e ilustración: Carlos de Castro