De un tiempo a esta parte, coincidiendo curiosamente con la ascensión al poder de un presidente indígena, se habla de “las dos visiones de Bolivia”: de un Occidente indígena, atrasado económicamente, con costumbres bárbaras, opuesto a la modernidad, etc., en contraposición a un Oriente blanco, avanzado, moderno, con una economía globalizada y dinámica…
Desde este espacio no pretendo realizar un análisis político o económico de la cantidad de realidad que incluyen estas afirmaciones, ya que sería tedioso y cansado, sería necesario emplear datos estadísticos, contextualizar históricamente la situación actual de Bolivia, etc.
Voy a limitarme a tratar de expresar, de la mejor manera que pueda, las sensaciones que ha dejado en mi escaso entendimiento el conocimiento superficial de los distintos contextos de los que, según los grandes medios de comunicación, surgen las antagónicas “visiones de Bolivia”.
Y para transmitir estas sensaciones me baso en el convencimiento de que cualquier hombre o mujer, cualquier persona de las que puede estar leyendo esto en este preciso momento, cualquier persona normal, del montón, sin especiales conocimientos sociológicos, económicos, filosóficos o políticos, pero que disponga de la capacidad de abrir los ojos tan solo una rendija, una abertura mínima, como cuando apenas despertamos el lunes por la mañana y no queremos enfrentar la dura perspectiva de toda una semana por delante… incluso así, una persona que disponga de las habilidades mínimas para activar las diminutas fibras musculares que consiguen levantar los párpados, ofreciendo al órgano visual las facilidades para desempeñar su labor… incluso con estos requerimientos tan mínimos, incluso así, cualquier persona que conozca Bolivia, siquiera superficialmente, puede concluir una idea que define y sintetiza la realidad de este país: hay demasiadas personas en situación de pobreza… demasiadas…
Esta primera idea inmediata, innata, inevitable, obscena, obscura, sinvergüenza, hipócrita, cínica, está presente en cada rincón del país, en el altiplano andino, en los valles de Cochabamba, en los departamentos amazónicos, en el oriente petrolero y gasífero…
Esta omnipresencia de la pobreza ofrece, sin embargo, matices que tienen la capacidad de caracterizar con una precisión asombrosa las bases materiales que diferencian esas dos visiones enfrentadas e irreconciliables…
Ahí vamos...
La autopista te muestra desde la altura el valle donde alguien alguna vez decidió encajonar La Paz, presa de los desniveles, de las calles y avenidas que nunca terminan de ascender y descender, ofreciendo solo una vía de escape cercenada por las cumbres insalvables de una cordillera infinita y nevada. La trancadera en La Ceja mantiene un orden que solamente las ruedas y los volantes de miles de vehículos consiguen entender, un sistema vial ácrata y desvergonzado del que, sin comprender una lógica interna absolutamente irracional, se consigue escapar ileso, camino del altiplano…
La carretera que une La Paz y Oruro transcurre por un paraje desolador, una llanura solo interrumpida en el horizonte por los picos inalcanzables que rozan los cielos más bellos de esta tierra, una especie de compensación por el paisaje monótono, aburrido, del color de una tierra estéril y desagradecida…
A lo largo de esta ruta, cientos de caminos estrechos nacen de sus costados, internándose en la inmensa llanura hacia un destino sin referencias espaciales concretas, sin un objetivo aparente que justifique el avance por una tierra inerte, seca, dura como sus dueños…
Cualquiera de estos caminos, todos estos caminos, acaban, o empiezan, en unas casas de adobe precariamente concluidas, separadas de otras casas igualmente precarias, desde las que se divisan otras precarias construcciones de adobe donde familias enteras se refugian del viento que corta la piel y los labios.
Existen centenares de estas comunidades por todo el altiplano. Las condiciones de vida de sus habitantes son duras, muy duras…
Viven de lo que consiguen arrancarle a la “pachamama”, de los escasos kilos de papa y quinua que anualmente les ofrece como recompensa por horas interminables de trabajo con la espalda encorvada, con los dedos ateridos de frío mientras remueven terrones secos en busca de un fruto que haya sobrevivido a las heladas, al calor, a las inundaciones, a la sequía…
La vida aquí es dura, muy dura…
Estas comunidades carecen de servicios básicos de salud suficientes, los niños y las niñas deben andar varios kilómetros para alcanzar unas escuelas con escasos medios, con un profesorado apenas formado en nociones básicas, sin servicios sanitarios, etc. Estas condiciones solo son el reflejo de los siglos de olvido, del desprecio que los numerosos gobiernos (hay que recordar que Bolivia es el país de Latinoamérica que más golpes de estado ha sufrido a lo largo de su historia republicana) han ofrendado a las zonas más pobres del país, a las áreas rurales pobladas por indios sin alma, sin cultura (solo con folclore), sin idioma (solo con dialectos)… gracias Galeano…
En la actualidad el trato del Estado a esta zona del país ha virado radicalmente, iniciando medidas que deberían ser positivas pero que, hasta el momento, no han surtido el efecto deseado.
Mientras tanto, y a pesar de todas las dificultades, estas comunidades continúan ilusionadas con un futuro mejor y sintiéndose protagonistas del mismo, continúan luchando con su tierra, donde nacieron ellos y sus padres, y los padres de sus padres, y los padres de los padres de sus padres, y los padres de los padres de los padres de sus padres… una tierra escasa y egoísta que les ha visto crecer, que les observa cada día tratando de arrancarles sus escasos frutos, una tierra que les ha acompañado durante generaciones y a la que permanecen unidos por vínculos poderosos…
Otra vez la trancadera en La Ceja… pero esta vez tomamos rumbo al Oriente, como si quisiéramos alcanzar el Atlántico, lejano… las casi 20 horas de viaje por carretera nos permiten notar como, imperceptiblemente, el paisaje va transformándose, el clima va suavizándose, los pulmones comienzan a funcionar con una normalidad ya olvidada, la vegetación se va adueñando de cada rincón, de cada metro cuadrado...
La sensación que produce llegar a Santa Cruz puede resumirse en dos palabras: calor y humedad. Un calor y una humedad que te hacen sentir añoranza de la altitud y el frío de La Paz, la ropa comienza a pegarse definitivamente a tu cuerpo sin que exista la más mínima posibilidad de respirar, de encontrar alivio en una brizna de aire que pueda hacerte olvidar el bochorno que te acompaña continuamente…
La carretera que deja Santa Cruz y se dirige, muchísimos kilómetros más allá, a Brasil, nos muestra en toda su crudeza cuáles son las características de la pobreza en la zona más rica del país.
Decenas, cientos, de camiones rebosantes de árboles talados y ganado se cruzan en tu camino. Se dirigen a la ciudad para alimentar las despensas de los restaurantes de lujo y de las industrias de muebles, empresas ávidas y egoístas que no dudan en esquilmar las riquezas naturales del país para aumentar ilimitadamente sus ganancias, grandes estómagos hambrientos que fagocitan la naturaleza y la convierten en un medio para acumular más y más riqueza.
Si siguiéramos la pista de estos camiones, que a la luz del día nos enseñan como cometer un “delito legal”, llegaríamos a cualquiera de los cientos de grandes, inmensos, inconmensurables latifundios que existen en todo el área.
Su presencia es palpable incluso desde la carretera principal, siendo fácilmente identificables por la visión de una especie de pasillo de varios kilómetros de anchura, bordeado por apenas una línea de los antiguamente abundantes árboles, cuyo límite se confunde con el horizonte… una imagen nada poética que casi te obliga a abandonar la idea de seguir activando las fibras musculares de los párpados, casi mejor cerrarlos…
Estas grandes extensiones de tierra, propiedad privada de algún millonario de nombre impronunciable, se dedican en su totalidad a la producción ganadera y de soja de manera intensiva, siguiendo un modo de producción absolutamente insostenible, con un uso extremo de los recursos naturales (agua principalmente) y con un empleo de mano de obra basado en la explotación de la misma.
Un ejemplo de esta explotación del hombre por el hombre, verdadera característica definitoria de la pobreza en el Oriente boliviano, es la existencia de comunidades guaraníes enteras, pobladores originarios de estas tierras, en situación de esclavitud y servidumbre… ¿a que os han dado ganas de desactivar para siempre los músculos de los párpados? ¿a que es para cerrar los ojos y dormir una temporada larga? A ver si para cuando despierte esto ha pasado…
Sin necesidad de recurrir a estos ejemplos extremos, es sencillo parar a tomar un refresco que te haga más llevadero el viaje y charlar distendidamente con cualquier habitante de la zona. Probablemente sea un inmigrante proveniente del Occidente que eche de menos la dureza de su tierra, se encontrará trabajando en cualquiera de las explotaciones (nunca tuvo más sentido este nombre) agroganaderas a cambio de un suelo mísero que no le permite disponer de unas condiciones mínimas de vida, algún familiar suyo, o él mismo, sufrirá la enfermedad de Chagas por tener una vivienda de adobe, recordará con añoranza la lucha diaria con la tierra en su comunidad de Oruro, de Potosí, de La Paz…, allí por lo menos todos los de la comunidad vivían igual…