Como venida de ultratumba... retumbó. Sólo la fuerza de la vida es capaz de tal imprudencia geomotriz, pero precisamente era lo diametralmente opuesto. Y es que tanta muerte había en medio en ese momento, que era solamente carne entre los dos.
Las palabras eran inútiles para ella, como los pensamientos crueles para él. La certeza de la muerte ajena era tan fuerte, como el desconcierto y la confusión de un purgatorio propio. El zumbido no permitía cerciorarse de lo contrario, el sonido de su propio corazón le proporcionaba la cruel idea de haber sobrevivido a la catástrofe de su vida. Era polvo y nada más que polvo, tan denso que los interiores eran más seguros que la propia vista. Los músculos entumidos y la incapacidad móvil completaban el sentimiento de esclavitud.
Los segundos pasaron y la conciencia se recuperaba. El dolor se agudizó y la memoria como cortinilla teatral, presentaba la tragedia del recuerdo. Recordó. Aunque hubiera preferido no hacerlo. Algo se moría en su interior y no era ella. Alguien a su alrededor olía a muerte, y sin embargó ella sobrevivió.
Sólo una mano podía moverse, la misma que comprobó su situación. Amarga confirmación. La tierra en ese instante y en su posición, simplemente se retorció. Él encima de ella, muerto al protegerla, ella debajo con su vientre - sepultura, deseando encontrar una solución. Los dos se conectaron en un instante, él añorándole lo que ella buscaba con prisa y que, a final de todo... encontró. Sin ellos dos, vivir sería una muerte lenta y dolorosa. La misma mano libre que le mataba, fue la que le salvó.