Después de haber leído El libro de la señorita Buncle y El matrimonio de la señorita Buncle se hacía inevitable la lectura del tercer y último título de la serie. La intención era, a decir verdad, leer Las dos señoras Abbott en inglés- no sabía cuándo lo publicaría Alba y tenía muchas ganas de ponerme con él- pero un pequeño incidente- el lamentable extravío de una bolsa conteniendo esta novela, publicada por Persephone, y otra de Nancy Mitford que casi me lleva a la desesperación- me hizo desistir. Por suerte, Alba no tardó mucho con la publicación. Agradecida les quedo.
Comencé Las dos señoras Abbott una tranquila tarde, mientras tomaba un té estrenando mi nuevo tea set Royal Albert- precioso aunque esté mal que sea yo quien lo diga- y con un espíritu sosegado, que Robert Walser denominaría "romántico-extravagante" (El paseo). La lectura no podía haber encajado mejor con este ambiente, este ánimo y esta predisposición al disfrute.
Corre el año 1942 y volvemos a encontrarnos con la querida Barbara Buncle, que sigue viviendo en Wandlebury con su marido, el tranquilo Arthur. Ahora es madre de dos encantadores hijos, Simon y Fay, que llenan su vida de ternura, picardía e inocencia a partes iguales. La vida de los cinco, no nos olvidemos de la anciana Dorcas- Dorkie, le dicen los niños- transcurre apaciblemente aunque de fondo, muy de fondo resuena la II Guerra Mundial. A excepción de una breve escena en el frente- allí se encuentra luchando Sam, el sobrino de Arthur y esposo de Jerry Abbott, y que ya conocemos de El matrimonio de la señora Buncle- y de una familia escapada de un Londres bombardeado, la guerra y su dolor es apenas imperceptible en las páginas de Las dos señoras Abbott. Se hace evidente que D. E Stevenson asumiría sin dificultad las palabras de Jane Austen,
"Que otras plumas se ocupen de la culpa y las desgracias."
El protagonismo, sin embargo y a diferencia de las dos novelas anteriores, no recae en Barbara de modo directo. De las dos Abbott, Jerry y su entorno adquieren una mayor relevancia. Aún así, Las dos señoras Abbott es una obra eminentemente coral en la que la autora va oscilando su foco sobre unos y otros, y sus varios asuntos.
Con Barbara, Arthur, Jerry, Archie Chevis Cobbe- hermano de Jerry que ha evolucionado y madurado muy satisfactoriamente-, Lancreste- enamorado hijo de los Marvell-, algunos militares del regimiento alojado en casa de Jerry gracias a su generosidad, y otros personajes que se van uniendo- una joven y desorientada escritora de novela romántica, un querido personaje de la historia original en Silverstream,...-compartiremos reuniones de té y pastas, aunque estas un tanto escasas por las restricciones de la guerra, amenas charlas, enredos y equívocos, amoríos varios, mercadillo benéfico en la plaza del pueblo, algún sustillo, paseos a caballo y más charla y té. Todos juntos configuran un afable grupo humano, buena gente con la que no cuesta el más mínimo esfuerzo encariñarse.
Y una vez concluido el libro se cierra con pena- no sin una caricia de agradecimiento por los buenos momentos- y deseando que no hubiese terminado, con cierta sensación de no-plenitud, de ansias de más. Pero la historia, esta ligera y amable historia, es lo que es y dura lo que dura y con una sonrisa, eso sí con una sonrisa se ha de volver a la realidad. Una lástima tener que despedirse de estos personajes para siempre pero, como al parecer algunos de ellos aparecen en otras obras de la autora, será inevitable el encuentro en algún otro momento. Porque mi experiencia con D. E. Stevenson no acabará aquí.
Es gran verdad es lo que dice el filósofo y ensayista alemán Rüdiger Safranski,
Pero de igual modo es verdad que en ocasiones resulta muy fácil lograr esos momentos de felicidad, y con bien poco. Un libro, por ejemplo."Aspirar directamente a la felicidad es de bobos, puesto que a la felicidad no se le acierta cuando la tenemos en el punto de mira. La felicidad es un epifenómeno. Algo hay que llevar a cabo que a uno le colme, amar a una persona o a alguna cosa, para que el epifenómeno conduzca a una sensación de felicidad. La felicidad no se consigue aposta."